Resistir no es suficiente. Ante la
avalancha de situaciones conflictivas que inundan nuestras vidas, en todos sus
aspectos, sería insensato buscar refugio en nuestros inestables hogares en pos
de una seguridad que no termina de establecerse nunca. Vivimos una distopía,
una utopía al revés, cruda y desalmada, que se cernía sobre el mundo hace años
como una pesadilla y que ya está aquí y ahora. Todo lo que sucede alrededor se
cuela en nuestras casas a través de la internet, la opinión y la presión
social. Si creemos que atrincherarnos nos va a salvar estamos locos, porque los
poderes fácticos cada vez tienen más influencia.
Hay una alternativa que es el buen
ataque, es decir, pasar a la acción. Poner en el mundo nuestras ideas, nuestros
valores y nuestras acciones. Cada uno de nosotros, por pequeño que se crea,
puede influir en el conjunto, máxime en la época en que vivimos de
democratización del poder. La soberanía popular sin poder es sólo un concepto
político. Disponemos de muchas herramientas para ejercer nuestra cuota de
legítimo poder ciudadano. Para que estas iniciativas no sean manipuladas
conviene echar mano de la filosofía. Ella nos enseña a pensar por nosotros
mismos, a conocernos a nosotros mismos y a llevar a la acción nuestro mundo
interior. Con la filosofía generamos conciencia.
Hay tres elementos filosóficos que,
según la profesora Delia Steinberg, permiten orientarse en tiempos revueltos,
la conciencia histórica, la conciencia moral y la conciencia de formación.
Conciencia histórica es tener
conciencia del pasado y vocación de futuro. Si nos anclamos al pasado nos la
pasaremos llorando por lo que hemos tenido y no volveremos a tener. Si miramos
sólo al futuro nos perderemos en fantasías tecnológicas. El que tiene verdadera
conciencia histórica entiende tanto del pasado como del futuro y ama lo uno y
lo otro. Así es como aparece en nuestra conciencia la idea de evolución y, lo
más importante, de continuidad. Podemos continuar la obra de nuestros
antecesores.
Conciencia moral es belleza interior
y eficacia exterior. El ideal griego de la Kalokagathia,
que aparece en Homero y otros autores clásicos, determina que la belleza
interior o bondad se refleja en la conducta eficaz, aquella que no desvirtúa
aquella belleza y que ennoblece el mundo. Si mostramos nuestros valores morales
a través de esta definición tan rica en contenido, no nos dejaremos llevar por
el relativismo moral tan presente en nuestra sociedad.
Conciencia
de formación es lo que habitualmente
denominamos educación. Se trata de desarrollar las potencialidades humanas, es
decir, la comprensión profunda más que el intelecto y la imaginación más que la
razón. Se trata de promover la convivencia como respeto esencial y la
iniciativa como respuesta inteligente a los problemas de la vida. Esta
educación formativa con miras a una transformación de las sociedades a través de
la transformación individual es hoy más necesaria que nunca.
No estamos solos, nos acompaña la
experiencia de la historia, de los millones de hombres y mujeres que nos han
precedido. La ética filosófica ha demostrado a lo largo de los milenios que es
eficaz para la construcción de la persona y su propia identidad individual, así
como el descubrimiento de la identidad colectiva sin denostar las identidades
diferentes. Y, ¿qué decir de la educación? Desde Platón y con Platón sabemos
que la formación pedagógica es indispensable para hacer una sociedad en la que
la conciencia de lo válido sea superior al miedo al castigo.
Resistir sólo no sirve porque nos
desgasta. Como el Quijote, armémonos de filosofía y salgamos a los caminos de
La Mancha -que es símbolo de la Vida- para llenarla de bien, belleza y
justicia. Entre todos somos más poderosos que los monstruos avaros y
sanguinolentos que acechan tras los despachos y los parqués bursátiles.
Francisco Capacete
Abogado y filósofo
No hay comentarios:
Publicar un comentario