En los últimos tres
años, el terrorismo de corte yihadista ha golpeado con especial énfasis a los
países occidentales. Recordemos que en el año 2015 dos terroristas irrumpieron
en el edificio donde se encuentra la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo y
abrieron fuego contra los trabajadores. Ese mismo año, también en París, un
grupo de desconocidos abrió fuego en un restaurante del X distrito de la
ciudad, momentos después, un tiroteo se produjo en la sala de conciertos Bataclan.
Simultáneamente, se produjeron tres explosiones cerca del Estadio de Francia
donde se disputaba un amistoso Francia-Alemania. En diciembre, un matrimonio musulmán
provoca una masacre en San Bernardino, California, en una residencia para discapacitados.
En 2016, atentado en el aeropuerto de Bruselas, otro en Niza producido por un
camión de gran tonelaje, otro en Berlín con el mismo método. Y en 2017, los
camiones kamikazes provocan atentados en Jerusalén, Londres, Estocolmo y
Barcelona.
¿Quién está detrás de estos
atentados? ¿Son simples fundamentalistas o grupos organizados, bien financiados,
adiestrados y adoctrinados? Podríamos pensar que los servicios de inteligencia
de todas las potencias están detrás de algún que otro atentado, pero serían simples
conjeturas, eso sí, no carentes de cierta verosimilitud. Porque para los estados
es más importante la macroeconomía, que la vida. Así lo han demostrado
demasiadas veces a lo largo de los últimos siglos.
Según
los datos de los servicios de inteligencia, actualmente operan varias
organizaciones terroristas que presentan el yihadismo como un componente
ideológico importante. Hizbollah, Hamas, Al Qaeda, Grupo Salafista para la
Predicación y el Combate, Grupo Islámico Combatiente Marroquí, Yihad Islámica Al
Qaeda en la península arábiga, Al Qaeda en la tierra de los dos ríos, Ansar
Al-Sunah. Y el último grupo en crearse es el ISIS o DAESH, liderado primero por
Al Zarqawi y, tras su ejecución por Abu Omar Al-Bagdadi.
Todos estos
grupos terroristas han surgido en un país que ha sufrido la colonización, el protectorado
o directamente la invasión de estados que han participado activamente en la
Guerra Fría. Ésta finaliza formalmente con el idilio Reagan/Gorvachov en la década
de los ochenta. Rusia, EE.UU., Gran Bretaña, Francia, Italia, España y
Alemania, a los que hay que sumar la cada vez más influyente China, apoyaron y
apoyan a las oligarquías que
gobernaron en la zona con mano de hierro. En Argelia a la dictadura militar, en
Libia a Muammar Al-Gadafi, en Egipto a Nasser y después a Mubarak, en Irak a Sadam
Hussein, en Siria a Hafed Al-Aasad y después a su hijo heredero Bashar. Estos
dictadores se habían formado en las metrópolis europeas y quisieron modernizar
sus países apartando a la religión e introduciendo costumbres y modos occidentales
bajo férreo control policial y militar, de tal manera que en las grandes
ciudades y en el seno de las clases medias la religión llegó a ocupar un lugar
muy secundario.
Pero las élites se olvidaron de
los sectores más humildes y desprotegidos de la sociedad. La corrupción creció
hasta límites insospechados. Los clérigos musulmanes comenzaron a construir
escuelas islámicas y a dar de comer a los hambrientos que eran la inmensa
mayoría del país, un país rural ajeno a las modernidades de Occidente. Ante esa
coyuntura, el discurso de muchos sacerdotes musulmanes –sobre todo los
pertenecientes al grupo religioso los Hermanos Musulmanes- se fue radicalizando.
Su discurso político es que Occidente es el enemigo, ha destruido sus
costumbres, se lleva sus riquezas y mata mujeres y niños desde aviones que ni
siquiera alcanzan a ver. La Guerra Santa abría, de ese modo, un doble camino,
por un lado, se podría devolver parte del daño a los causantes, por otro,
convertida la vida terrenal en un valle de lágrimas, cabía la posibilidad para
los más valientes guerreros de pasar al Paraíso mediante el heroísmo y la inmolación.
Este discurso ha sido la principal motivación de los miles de jóvenes que se
han ido uniendo a los grupos terroristas.
Por otro lado, muchos soldados del
oriente medio que sirvieron en las guerras y guerrillas patrocinadas por la
Unión Soviética y los EE.UU., se quedaron sin trabajo al retirarse la URSS de
Afganistán. Muchos fueron contratados por los grupos terroristas que surgieron
en los ochenta para formar y actuar. Estos veteranos formaron a la nueva
generación y les enseñaron cómo jugar con y engañar a las grandes potencias. La
invasión de Iraq y Afganistán por parte de los EE.UU. fueron un auténtico
fracaso que dejó, sin embargo, dos países destruidos y traumatizados.
Los
movimientos de las grandes potencias occidentales en el tablero de la política
internacional, ha generado unos efectos que no sospecharon y que han ido
estallando en forma de terrorismo que asola la propia zona de Oriente Medio y,
desde el 11 de septiembre de 2001, también a aquellos países que no querían
tener problemas en casa y por esta razón organizaban guerras en otras partes
del mundo. El tiro les ha salido por la culata.
Si
buscamos las auténticas causas del terrorismo yihadista, tenemos que irnos
varios siglos atrás y descubrir que una visión de la vida mercantilista,
economicista y materialista está detrás de esta lacra y muchas otras, como el
hambre en el mundo, las enormes bolsas de pobreza y miseria y las constantes
guerras y persecuciones de pueblos y minorías étnicas y religiosas. La
colonización y el neocolonialismo son páginas de nuestra historia que nunca
debían haberse tolerado. Ningún país tiene legitimidad ni derecho de saquear a
otro país. El día que se comprenda el daño efectuado por las ansias de
enriquecimiento de todos los países de economías importantes, comenzará el
principio del fin de los obstáculos que impiden la paz.
En
realidad, no nos enfrentamos a una amenaza yihadista global, estamos
enfrentando una amenaza mercantilista global. Escribió Antoni Segura en su
libro “Señores y vasallos del siglo XXI” que “El falso debate sobre la incompatibilidad
entre islam y democracia oculta, en realidad, el verdadero trasfondo político,
económico y social de la mayoría de los conflictos”.
Francisco
Capacete
Filósofo
y abogado