Fugaz y tímido, esta tarde ha asomado
el sol. Su luz, tras casi una semana sin verla, ha deslumbrado a las pupilas
perezosas y se han alegrado como niños que salieran a la calle a pisotear
charcos fulgurantes. Esa llamarada de luz tranquila y sabia me hecho recordar
todo lo bueno que hay en mi vida. ¡Qué necesario es prestar atención a las
cosas y las personas que hacen el bien en un mundo donde abundan la frustración
y las sombras!
La lista de las cosas que hacen bien
es infinita. Ese paraguas un poco quebrado que nos preserva de la intensa
lluvia. Los calcetines gruesos hechos a mano por nuestra suegra y que son el
refugio perfecto de esos pies que parecen exploradores de la Antártida. ¡Y qué
decir del calentador de agua, callado, sumiso, habitante del rincón más
humilde de la casa!
El listado de establecimientos en los
que estamos bien es extenso. Qué me dicen de la tienda de frutas y verduras
donde nos atiende esa dependienta a quien no le importa escuchar decenas de
veces los mismos comentarios sobre el tiempo porque sabe que, a veces, es la
única persona con la que podemos hablar sin necesidad de estar midiendo
nuestras palabras. Es curioso que cuando no estamos tensos solemos hablar del
factor meteorológico, como si al relajarnos regresáramos a nuestras raíces
campestres, a esa mentalidad primigenia más cercana a la naturaleza. No nos
olvidemos, por favor, de la cafetería. Los café con leche de las tardes de
invierno sirven de sustitutos perfectos a las chimeneas que no tenemos o que no
queremos encender. Hay cafeterías que saben a hogar, a pan recién hecho, a
consejos de la abuela, a cercanía de pueblo, a humanidad fraterna.
Recuerdo, tras apurar los últimos
destellos del sol de invierno, todas las entidades y organizaciones que están
haciendo el bien. Las hay que, honradamente, protegen a los animales
abandonados en las ciudades o en peligro de extinción en las selvas,
invirtiendo grandes sumas de dinero de manera recta y eficaz. Las hay que se
ponen al servicio de las personas más desfavorecidas, más desprotegidas y menos
atendidas por las instituciones públicas, como son los refugiados, los
huérfanos y los esclavos. Asociaciones hay dedicadas a la cultura popular, a recoger
la memoria cotidiana de hombres y mujeres que han construido el país en el que
vivimos. Otras que divulgan el pensamiento, la filosofía y la libertad del
individuo, tan necesarios para construir una sociedad de ciudadanos libres y
conscientes.
Y, ¡cómo no, cuántas personas de bien
nos acompañan en el camino de la vida! Conozco a una bella persona que trabaja
en los juzgados de Vía Alemania, a otra que conduce el autobús de la línea 10 y
al que considero el mejor conductor de la EMT, por su profesionalidad y el buen
trato que ofrece a todos los usuarios si excepción. Aquella camarera siempre
ofrece una sonrisa y este funcionario me alivia la carga burocrática. Recuerdo
a mis padres, trabajadores, siempre dispuestos a hacer el bien, sensatos y
generosos. También regresa a mi mente el recuerdo de mi profesor de Lengua que
me abrió la puerta del mundo de la poesía y me regaló el entusiasmo por la
lectura. Otra buena persona con la que comparto es mi maestro de filosofía, un
ejemplo de persona íntegra, ética y generosa. Y mi esposa me enseña
cotidianamente valores positivos para mejorar la convivencia.
Todos tenemos cerca personas y
colectivos que son, en el buen sentido de
la palabra/buenos. En el momento presente, es más necesario que nunca
recordarlo y tener presente que, por muchas maldades y crueldades que ocurran
en el mundo, por muchos casos de corrupción que se descubran y por variadas que
sean las formas de engañar y manipular, siempre hay y habrá buenos ejemplos en
los que inspirarse. No dejemos de descubrir lo bueno que hay alrededor.