sábado, 21 de enero de 2017

Lo bueno que hay alrededor

Fugaz y tímido, esta tarde ha asomado el sol. Su luz, tras casi una semana sin verla, ha deslumbrado a las pupilas perezosas y se han alegrado como niños que salieran a la calle a pisotear charcos fulgurantes. Esa llamarada de luz tranquila y sabia me hecho recordar todo lo bueno que hay en mi vida. ¡Qué necesario es prestar atención a las cosas y las personas que hacen el bien en un mundo donde abundan la frustración y las sombras!
La lista de las cosas que hacen bien es infinita. Ese paraguas un poco quebrado que nos preserva de la intensa lluvia. Los calcetines gruesos hechos a mano por nuestra suegra y que son el refugio perfecto de esos pies que parecen exploradores de la Antártida. ¡Y qué decir del calentador de agua, callado, sumiso, habitante del rincón más humilde  de la casa!
El listado de establecimientos en los que estamos bien es extenso. Qué me dicen de la tienda de frutas y verduras donde nos atiende esa dependienta a quien no le importa escuchar decenas de veces los mismos comentarios sobre el tiempo porque sabe que, a veces, es la única persona con la que podemos hablar sin necesidad de estar midiendo nuestras palabras. Es curioso que cuando no estamos tensos solemos hablar del factor meteorológico, como si al relajarnos regresáramos a nuestras raíces campestres, a esa mentalidad primigenia más cercana a la naturaleza. No nos olvidemos, por favor, de la cafetería. Los café con leche de las tardes de invierno sirven de sustitutos perfectos a las chimeneas que no tenemos o que no queremos encender. Hay cafeterías que saben a hogar, a pan recién hecho, a consejos de la abuela, a cercanía de pueblo, a humanidad fraterna.
Recuerdo, tras apurar los últimos destellos del sol de invierno, todas las entidades y organizaciones que están haciendo el bien. Las hay que, honradamente, protegen a los animales abandonados en las ciudades o en peligro de extinción en las selvas, invirtiendo grandes sumas de dinero de manera recta y eficaz. Las hay que se ponen al servicio de las personas más desfavorecidas, más desprotegidas y menos atendidas por las instituciones públicas, como son los refugiados, los huérfanos y los esclavos. Asociaciones hay dedicadas a la cultura popular, a recoger la memoria cotidiana de hombres y mujeres que han construido el país en el que vivimos. Otras que divulgan el pensamiento, la filosofía y la libertad del individuo, tan necesarios para construir una sociedad de ciudadanos libres y conscientes.
Y, ¡cómo no, cuántas personas de bien nos acompañan en el camino de la vida! Conozco a una bella persona que trabaja en los juzgados de Vía Alemania, a otra que conduce el autobús de la línea 10 y al que considero el mejor conductor de la EMT, por su profesionalidad y el buen trato que ofrece a todos los usuarios si excepción. Aquella camarera siempre ofrece una sonrisa y este funcionario me alivia la carga burocrática. Recuerdo a mis padres, trabajadores, siempre dispuestos a hacer el bien, sensatos y generosos. También regresa a mi mente el recuerdo de mi profesor de Lengua que me abrió la puerta del mundo de la poesía y me regaló el entusiasmo por la lectura. Otra buena persona con la que comparto es mi maestro de filosofía, un ejemplo de persona íntegra, ética y generosa. Y mi esposa me enseña cotidianamente valores positivos para mejorar la convivencia.
Todos tenemos cerca personas y colectivos que son, en el buen sentido de la palabra/buenos. En el  momento presente, es más necesario que nunca recordarlo y tener presente que, por muchas maldades y crueldades que ocurran en el mundo, por muchos casos de corrupción que se descubran y por variadas que sean las formas de engañar y manipular, siempre hay y habrá buenos ejemplos en los que inspirarse. No dejemos de descubrir lo bueno que hay alrededor.


viernes, 20 de enero de 2017

¡Se ha vuelto a caer el sistema!

“¡Vaya mañanita llevamos!”, se quejaba el otro día una funcionaria de los juzgados de Vía Alemania, maldiciendo el enésimo cuelgue del sistema informático. La digitalización de la Justicia era una de las grandes apuestas de la agenda del ministro Rafael Catalá, y la obligatoriedad de que las comunicaciones y trámites entre los colectivos jurídicos y las sedes judiciales se hagan de manera electrónica en todos los órganos jurisdiccionales, uno de sus primeros retos. Hazaña por el momento fallida. Cada vez que me conecto al sistema de comunicaciones telemáticas, Lexnet, del Ministerio de Justicia, aparecen avisos de paradas. Cada vez que tiene que cargarse la nueva documentación en los servidores centrales de los juzgados, el sistema queda paralizado. En un artículo publicado el 8 de enero del 2016, el Ministro de Justicia, Rafael Catalá, indicaba que los problemas son normales con la siguiente expresión: "El sistema tiene fallos, sólo faltaría". Para un sistema que empezó a prepararse en el año 2000 y que ha costado millones de euros, no es normal que tenga tantos fallos.
En principio, las nuevas tecnologías deberían facilitar el trabajo y posibilitar la prestación más ágil de los servicios. Sin embargo, en el ámbito de la justicia está ocurriendo todo lo contrario. Las condiciones de trabajo de los funcionarios cada vez son peores. Su salud se resiente. Hay más lentitud en la resolución de los expedientes. Esta semana pasada la Audiencia Provincial de Baleares pedía perdón por haber tardado nueve años en resolver un caso de negligencia médica. Los abogados y procuradores tenemos más inseguridad con el tema de los plazos, porque es obligatoria la presentación de escritos por vía telemática y esta vía telemática deja de funcionar a determinadas horas casi cada día. Ante todo esto, he querido conocer quién es el responsable de todos estos perjuicios que se están causando a los ciudadanos.
La gestión telemática de la justicia empezó a desarrollarse en el año 2010. Inicialmente lo desarrollaban IECISA (Informática El Corte Inglés, SA) y SIA (Sistemas Informáticos Abiertos). La primera empresa, por cierto, fue inhabilitada para contratar en el sector público durante tres años por cesión ilegal de trabajadores y vulneración de sus derechos en 2016.
En marzo del 2011 ya comenzaron los primeros “problemillas”. El sistema Lexnet debido al uso de componentes Active X y, por tanto, a su dependencia del navegador y sistema operativo de Microsoft, no cumplía con lo establecido en los artículos 5 y 6 del anexo IV del Real Decreto 84/2007. ¡Huy, qué descuido! Descuido o interés. Recomiendo leer el artículo del abogado José Muelas “El Ministerio de Justicia y el software propietario”, para conocer un tema de fondo muy preocupante: el Ministerio se está gastando una millonada en software propietario (Microsoft) en lugar de usar software libre, a pesar de que el libre es más seguro y tiene las mismas prestaciones que el propietario.
En junio del mismo año el TSJ de la Comunidad Valenciana informa en un comunicado que los problemas en el sistema informático de los juzgados de Primera Instancia y los Mercantiles se han generado por disfunciones en la implantación de la nueva versión del programa Lexnet y su coordinación con el programa Cicerone. El mismo fallo fue denunciado en Alicante por fuentes judiciales. Un funcionario aseguró que ese problema llevaba en activo al menos quince días.
En junio de 2012, a pesar de los fallos iniciales en la implantación del sistema, la empresa Avalon consigue otro contrato para la mejora de Lexnet por valor de 150.000 euros. De hecho no se presentó ninguna otra empresa a la licitación de ese contrato. Parecía que las cosas iban a mejorar. Sin embargo, era sólo un espejismo. A principios del 2014, Los procuradores se rebelan contra los fallos del sistema Lexnet. ¡Huy otro descuido!, resultaba que el portal “Adriano” no generaba acuse de recibo de los escritos presentados. Por si esto fuera poco, en noviembre del 2015, la empresa Avalon consigue otro contrato para la “mejora” de Lexnet.
Y llegó el 1 de Enero de 2016, fecha en que terminaba la moratoria, entraba en vigor la directiva por la cual todos las nuevas notificaciones deben ser digitales y se terminaba con la presentación de escritos en papel. Todo ello, sin haber resuelto los problemas del sistema. A los ocho días el presidente del Colegio de Abogados de Córdoba, José Luis Garrido, declaró que el problema radica en que se trata de un sistema que no funciona y que “al prohibir la presentación de documentos por la vía convencional en papel resulta que es como si nos cerraran los juzgados, lo cual es una barbaridad. Se dan situaciones tan curiosas como que la presentación de una demanda por vía telemática tarde 24 horas en cargarse".
Y a día de hoy continúan los problemas. Han transcurrido diecisiete años, se han invertido millones de euros y tenemos una situación caótica. ¿Quién o quiénes deben responder por esta situación? Han participado varios organismos privados y públicos en la historia de Lexnet. IECISA como desarrollador, Indra Sistemas o Software Labs en la coordinación de la implantación del producto en varias ciudades así como en algunos aspectos de desarrollo, Avalon como desarrollador de la implementación analítica de notificaciones y documentos adjuntos, Satec que ha participado en todas las fases (análisis, diseño software y hardware, construcción, implantación y aceptación), Novasoft y Semicro como soporte técnico y, desde el ámbito público, la Subdirección General de Nuevas Tecnologías de la Justicia y los Ministros de Justicia correspondientes.
A día de hoy, nadie ha pedido disculpas ni ha asumido sus responsabilidades ¡Qué injusticia!
Francisco Capacete
Filósofo y abogado


sábado, 14 de enero de 2017

La sociedad extrema

Hace unos días, mientras paseaba por las Ramblas de Barcelona, me detuve ante uno de esos kioscos que son como un supermercado de la señorita Pepis, porque me llamaron la atención dos objetos que estaban uno al lado del otro. Un libro para niños titulado “Planeta Extremo” y una bolsa de chips sabor extremo. Seguí caminando rumbo a mis adentros y me enfrasqué en el concepto de lo extremo. “Fíjate” –me dije- “¿te has dado cuenta de que lo extremo está por todos los lados de nuestra sociedad?”. Efectivamente, desde hace algunas décadas, se lleva lo extremo.
Han proliferado, por ejemplo, los deportes extremos. El Camel Trophy y las apasionantes escaladas de los ochomiles de los Himalayas pusieron de moda la práctica de actividades deportivas o de aventura en las que llegar al límite de la resistencia y de la supervivencia. Luego llegó el Dakar y otras carreras límites, Hace poco conocí el endurero extremo, pruebas de enduro en las que llegan a presentarse 1.400 pilotos y llegan a la meta apenas 14.
Atrae tanto lo extremo que se usa en la publicidad para lograr captar la atención del público. La publicidad extrema ha sido usada por la DGT para “crear conciencia” y lograr bajar el número de accidentes en carretera. Un video publicitario en el que saltan unos jóvenes por los aires al pisar minas antipersona, extremadamente explícito, consiguió 9,5 millones de visitas en los 4 primeros días.

En el campo de la cultura y el entretenimiento, encontramos el metal extremo nacido, según algunos musicólogos, en 1981 con Welcome to Hell de Venom; la arquitectura extrema o el extremo realismo de algunas exposiciones sobre el cuerpo humano en la que se exponen esculturas de cadáveres. Los efectos especiales colocan al cinéfilo frente a situaciones exageradas que provocan emociones potentes e instantáneas. Y en el mundo de la televisión, los reality shows representan la atracción por situaciones psicológicas extremas. El pasado mes de diciembre, la televisión rusa ha presentado un ‘reality’ extremo en Siberia donde se puede morir o quedar mutilado. E incluso en los programas de opinión los pausados diálogos han sido relegados al olvido por las discusiones airadas de los tertulianos.
Sin embargo, la extremofilia va más allá del mero entretenimiento. En la última década han ido apareciendo y agravándose conductas extremas y preocupantes que están deteriorando las sociedades contemporáneas. El extremismo religioso y el terrorismo fundamentalista –ya sea religioso o político- han causado y siguen causando centenares de muertos. La conducción extrema es una moda que provoca muerte y desolación. El estudio denominado “Nadando con cocodrilos. La cultura del consumo extremo de alcohol” del ICAP (International Center for Alcohol Policies), muestra la triste realidad de una moda que cada vez se extiende más entre los jóvenes, sobre todo, en los países del norte de Europa.
Ante todo esto, me pregunté ¿qué es lo que nos está lanzando al extremismo? Parece que estuviéramos montados en una de esas atracciones de feria que giran violentamente y uno queda pegado en la pared del habitáculo boca abajo sin caer, como le sucede al agua del cubo que hacemos rodar rápidamente. La adrenalina nos hace experimentar un espejismo de vida apasionante. Por unos instantes nos olvidamos de todos nuestros problemas y obligaciones y nos zambullimos en una fuerte emoción que nos alucina. El problema es que esa vivencia extrema termina rápido y no nos deja nada, excepto, tal vez, la dependencia por seguir experimentando sensaciones fuertes con las que convencernos de que la vida merece la pena.
¿Tan vacías han quedado nuestras vidas que necesitamos llenarlas de adrenalina, de alcohol, de drogas o de impactos visuales bestiales? Desgraciadamente, sí. El materialismo salvaje, ese que niega, no solo lo religioso y divino, sino también los ideales de justicia, bondad, belleza y verdad, las musas y los ángeles, los grandes personajes de la historia y las grandes proezas espirituales, ha castrado el alma humana de millones de seres humanos. Millones de personas que han sido adoctrinadas en que lo único real es el cuerpo. Estamos siendo llevados a los extremos por la fuerza centrífuga de la ignorancia y las prisas sin sentido.
Aristóteles recomendaba para ser realmente feliz el camino del justo medio, es decir, el de la armonía entre cuerpo y alma para poder desarrollar intensa y entusiastamente la vida interior. Siddharta Gautama, el Buda, enseñaba que el Dhammapada, la Senda de la Virtud, lleva al hombre al encuentro consigo mismo y a la liberación de todas las máscaras que nos impiden conocernos. Occidente y Oriente enseñaron lo mismo, no vivir nada de lo que tiene que ver con el cuerpo en exceso, para superar la mediocridad y vivir la areté, la excelencia. Y aquellos filósofos tenían razón, cuando una persona vive únicamente para su cuerpo cae en la mediocridad, en la cobardía o en la temeridad; mientras que si vive también para desarrollarse como persona, canalizando sus más altos y bellos ideales de vida, se alza a la excelencia interior, esa que han alcanzado todos los grandes personajes de la historia. Trabajemos para evitar los extremismos. Para ello, debemos aspirar a ser grandes.





viernes, 13 de enero de 2017

El delito de la limosna fácil


Hace algunos años era habitual encontrarse con señoras ante las puertas de los centros comerciales con un menor o con discapacitados en los semáforos pidiendo limosna. Pero desde que se desarticularon algunas bandas mafiosas dedicadas a la mendicidad, por cometer el delito del artículo 232 del Código Penal (Los que utilizaren o prestaren a menores de edad o personas con discapacidad necesitadas de especial protección para la práctica de la mendicidad, incluso si ésta es encubierta, serán castigados con la pena de prisión de seis meses a un año), el clan mafioso que controla la mendicidad en Palma debe haber dado indicaciones de no usar niños ni discapacitados para poder seguir lucrándose de la buena fe de las gentes sin cometer de facto ningún delito.
Según las noticias publicadas en diversos medios estos últimos días, las personas que practican la mendicidad de forma “asociativa” pueden llegar a recaudar hasta 140 € al día, según cálculos de los agentes de la Policía Nacional y Local. Esto supone que el clan puede estar ingresando unos 4.000 € diarios, 120.000 € al mes. ¿Es esto mendicidad? No. “Mendigar”, según el Diccionario de la RAE, es la acción de pedir limosna y ésta es aquella cosa o cantidad de dinero que se da por caridad, es decir, para paliar cierto estado de precariedad en que se encuentra accidental o provisionalmente una persona. Esta mendicidad no está prohibida ni por las ordenanzas del Ayuntamiento de Palma, ni por el Código Penal. Pero lo que sí está prohibido es usar a menores o discapacitados y la asociación ilícita. No sólo está prohibido, sino que es inmoral y repugnante el abuso del sentimiento de caridad, como también ha sucedido en el caso Nadia.
¿Este clan de la mendicidad está cometiendo algún delito o alguna infracción administrativa? Si es así, ¿se les puede disolver, detener o sancionar? Personalmente pienso que sí y por varios motivos.
En primer lugar, podría considerarse por parte de la Inspección de Trabajo que los mendigos son trabajadores de una empresa que no está dada de alta y que no los tiene debidamente contratados. Se les podría sancionar a los gerentes de esta supuesta empresa por dedicarse a practicar la mendicidad sin las licencias correspondientes. Pero esto es rizar el rizo. Aunque viendo cómo persigue la Inspección a algunos autónomos, bien podría dedicar su excesivo celo a investigar este caso.
Otra posibilidad es que la mafia de los mendigos esté cometiendo un delito continuado de estafa (artículo 248 del Código Penal). En principio, se da el tipo penal porque producen un engaño bastante en aquellas personas que realizan una entrega patrimonial (limosna) que no harían si supieran a qué va a ir destinada. Si esto pudiera demostrarse nos encontraríamos ante un delito de organización ilícita, prohibida por el artículo 515.1 del CP.
Según fuentes policiales, se está realizando un seguimiento de este clan, investigando si efectivamente están incurriendo en algún ilícito penal. Vamos a ver en que queda la cosa, porque estas mafias, como los virus, tienen una tremenda capacidad de mutación para sortear los mecanismos represivos del Estado. Sin embargo, un estado social y democrático de derecho como el nuestro, no puede permitir que se realicen estas prácticas porque redundan en un perjuicio general. ¿Quién va a seguir confiando en quién? Y una sociedad en la que nadie confía en su vecino se convierte en una fuente de conflictos. Si se desprestigia la caridad muchas personas dejarán de serlo.
Palma es una ciudad que, a pesar de algunas deficiencias, mantiene un nivel de bienestar y convivencia muy satisfactorios. Hay que cuidarlo y protegerlo. No dejemos que gente sin escrúpulos dinamite ese gran valor humano que es la caridad para que cada vez haya más personas de buen corazón, más personas solidarias y un mejor convivencia.