Del reciente libro de Fernando Schwarz El ocultamiento de lo sagrado (Edit. NA, 2017), extraigo unas líneas que me han llamado poderosamente la atención. “En un mundo donde reina la confusión del reduccionismo positivista, la imaginación se convirtió rápidamente en sinónimo de [...] irrealidad, y fue considerada como “la loca de la lógica”. [...] hoy en día nos damos cuenta de hasta qué punto la disminución de la capacidad imaginativa vuelve al hombre mecánico, incapaz de regenerarse y de recargarse a sí mismo, siempre dependiente de estímulos exteriores”.
El reduccionismo positivista es un término filosófico que se refiere a la visión del mundo como proveniente de la materia y que finaliza con la materia. Se cree que aplicando las leyes que rigen la dimensión material a la vida humana se consigue el real progreso y la felicidad. Aunque el positivismo, como intento de explicación del mundo, ha fracasado estrepitosamente, la sociedad occidental se empeña en seguir adorando el fantasma divino del nihil sunt omnia. ¿Qué es la materia? Tiene más de vacío que de entidad real. Y, sin embargo, lo basamos todo en tener cosas, en comprar y desechar, en vender y generar riquezas ficticias que tan pronto como llegan se desvanecen. ¿No nos damos cuenta que todas las cosas son provisionales? El status, el dinero, los gobiernos, las amistades colaterales, la familia, la felicidad... ¿Por qué? Porque lo basamos en tener cosas. Así nació la “vida stándar” y se firmó la defunción de la imaginación para vivir.
Fracasó el reduccionismo en la educación. Una educación que se basaba en programar los cerebros para repetir los dogmas científicos, sociales y religiosos. En la que lo que se valoraba no era el saber, sino la capacidad de memorizar y pasar exámenes. Las escuelas generaban más autómatas que seres humanos despiertos. Y así nació la masa, ese órgano formado por cientos o miles de cuerpos que se mueven instintivamente, manejados por los poderes de turno. Desapareció la imaginación educacional. Si el positivismo es de mediados del siglo XIX, la masa aparece a principios del XX. Lo terrible del caso es que todavía los sistemas educativos siguen repitiendo ese criterio grabador/reproductor. No es de extrañar que siga fracasando y que cada vez haya más fracaso escolar y menos integración del amor por el saber en las almas de los jóvenes.
Nos hace falta más imaginación.
Imaginar es representarse la vida mediante símbolos. Un símbolo es la imagen sintética de una realidad interior y exterior. Por ejemplo, una antorcha representa llevar luz a un lugar oscuro, que puede ser una cueva o nuestra alma. Poner luz nos permite ver y conocer. Lo interesante de la imaginación simbólica es que cada individuo agrega y obtiene matices diferentes del mismo símbolo que le permiten extraer significados propios, personales y sumamente creativos. Por lo tanto, imaginar es crear desde el interior.
La imaginación destruye lo stándar, lo monótono, lo mecánico y aporta la alegría interior de la creatividad. Los humanos somos creativos por naturaleza y si desaparece de nuestras vidas el factor creativo nos desumanizamos, nos destruimos y, al final, nos desvaloramos, olvidamos amarnos quedándonos completamente vacíos. Pero con la imaginación hacemos de lo poco mucho, de los sentimientos tesoros, de los pequeños detalles universos de convivencia, de una cuartilla una misiva de amor o amistad, de un paseo un viaje interior, de una desgracia una escuela, de una escuela una universidad, de una universidad un mundo de sapiencia y virtud.
La imaginación es necesaria para aprender. Los niños aprenden si imaginan. La imaginación amplía las fronteras y favorece la convivencia, el respeto, la integración cultural, el hallazgo de soluciones y respuestas, así como el desarrollo del arte y la ciencia. Un niño que no pierde su capacidad imaginativa da paso a un adolescente que sueña un mundo mejor, quien a su vez dará nacimiento a un adulto con ideales, cuya responsabilidad le permitirá mejorar el mundo, es decir, su entorno.
La imaginación permite ir más allá de lo establecido, romper cadenas y derrocar dogmas, malear todo status quo y derrumbar murallas. La imaginación es revolucionaria. Precisamente, vivimos tiempos pre-revolucionarios. Se está fraguando un cambio profundo, un cambio de valores y de marco social. Sin imaginación el cambio es violencia. Con imaginación el cambio es desarrollo y progreso pacífico.
Por todo ello, pedimos ¡más imaginación!
Francisco Capacete González
Filósofo