martes, 27 de mayo de 2014

El hombre más gordo del mundo ha muerto

El mexicano Manuel Uribe famoso por llegar a obtener el Récord Guinness al hombre más gordo del mundo, cuando pesaba 560 kilogramos, ha fallecido en el estado de Nuevo León por insuficiencia hepática. Una vida sedentaria, malos hábitos alimenticios y un desorden genético fueron las causas que le llevaron a engordar y a morir.
El caso de “Meme”, como le llamaban sus amigos, es una metáfora de lo que le está ocurriendo al mundo y una advertencia del colapso al que vamos a llegar.
Las cifras del consumismo son espeluznantes. En el mundo se consumen cada año unos 3 mil millones de barriles de petróleo. Cada barril contiene unos 159 litros. Así que la operación matemática es sencilla. Cada año se consumen en el mundo 477 mil millones de litros de petróleo. En EEUU cada ciudadano consume cada año, de media, 2.842 metros cúbicos de agua. En India el consumo per cápita es de 1.089 metros cúbicos, mientras que un ciudadano chino gasta 1.071 metros cúbicos. Por lo que respecta a España, cada ciudadano gasta una media de 2.461 metros cúbicos al año.
En el 2011 se vendieron en el mundo 462 millones de smartphones, 30 millones de netbook, 63 millones de tabletas táctiles, 630 millones de ordenadores equipados con Windows 7. Cada año, solo en Europa, se consumen 300 millones de cartuchos de tinta. Por otro lado, la población mundial gasta anualmente unos 3,5 mil millones de dólares en productos anti-edad.
En el año 2008 se produjeron 280 millones de toneladas de carne, procedente de la ganadería, para su consumo. El consumo mundial de trigo supera las 679 millones de toneladas anuales. Se comen cada año unos 30 mil millones de pizzas y 100 millones de barritas de chocolate y 132 millones de toneladas de pescado.
Estos son algunos pocos datos de lo que la humanidad consume cada año. ¡Es una locura consumista! Como Manuel, la sociedad ha adquirido malos hábitos “alimenticios”, como producir alocadamente novedades. Sobre todo, en el campo tecnológico, los consumidores de a pie corren desesperados a comprar los últimos modelos de lo que sea. Lo importante es comprar la última novedad. Otro mal hábito alimenticio/consumista es tirar directamente a la basura lo que sobra, sin reducir lo que se compra. Por ejemplo, si nos ha sobrado arroz en la comida es que no necesitamos tanto arroz como hemos comprado, por lo que la próxima vez que vayamos a la tienda deberíamos comprar menos arroz. Este sería el buen hábito, pero ¿quién lo hace?
Tenemos desórdenes genéticos graves. La herencia cultural conforma los genes de una sociedad. La herencia ideológica de gran parte de la humanidad –sus genes culturales- es, entre otros, el sistema de mercado. El desorden es habernos creído que no solamente es bueno y legítimo, sino que es el único medio de desarrollo de los países. En realidad, el sistema de mercado es el único medio que permite que las economías crezcan comprando y vendiendo. Pero que las economías crezcan en cantidad no es, ni mucho menos, el único medio para que la humanidad avance. Esta herencia ideológica hace que se produzca constantemente sin mirar si es necesario lo que se produce. Es un desorden genético que produce obesidad mórbida.
Si seguimos así, vamos a explotar. Recuerdo una escena escabrosa de la película “The Meaning of Life”, de los Monty Python, en la que un caballero obeso entra a comer en un restaurante de categoría, mientras en la pecera unos pequeños pececitos observan curiosos. El cliente come y come y come hasta que ya no puede más. Ha llegado al límite y, sin embargo, la tentación de comer continúa. El camarero, en un acto de rebeldía/venganza, le acerca una fina chocolatina como regalo. Pero esa delgada chocolatina produce el desenlace fatal: ¡el comensal explota!
Otra alegoría de la sociedad actual. Vamos a explotar de obesidad mórbida. Gastamos materias primas, dejamos a la Tierra sin agua potable, se compran y venden seres humanos para el más atroz consumo de carne que es la esclavitud sexual. Pero lo más grave de todo esto es que se ha perdido el sentido de la vida humana, eclipsado por el puro hábito de consumir. ¿Para qué la vida? Para consumir, para comer, comprar, beber, drogarse, ganar dinero, jugar con la vídeo-consola, disponer del último modelo de móvil, y un largo y triste etcétera. ¡Quién tiene como fundamento de su vida y de su felicidad a Dios, la espiritualidad, el desarrollo de la conciencia o los ideales de justicia y fraternidad!
¡Vamos a explotar! Ya no hay vuelta atrás. Los científicos ya han avisado que el cambio climático es irreversible. En 50 años nos quedamos sin petróleo. Nos vamos a quedar sin abejas y, por tanto, sin vegetales para comer. Los niños y jóvenes adquieren comportamientos más tiránicos y violentos debido a una falta de real pedagogía. Cuando sean grandes qué pasará. Y van a ser grandes en 5, 10 y 15 años.
Hace una década este artículo podría haber sido calificado de catastrofista. Hoy no. Me atrevo a afirmar que estamos en un momento histórico apocalíptico. La sociedad en la que vivimos, el mundo tal y como lo entendemos muere irreversiblemente. Pero lo que no va a terminar es la vida en la Tierra, como tampoco va a desaparecer la humanidad. Tal y como nos enseña la historia, lo que va a colapsar es una forma civilizatoria, la occidental materialista. Estamos ya metidos de lleno en una nueva edad media a la que le seguirá el nacimiento de una nueva civilización más natural, más humana y más consciente. Es por ello que debemos comenzar a formarnos para sobrevivir al cambio.

La filosofía nos enseña a superar los viejos hábitos, a desarrollar los reflejos internos y establecer los cambios necesarios para adaptarnos a las nuevas condiciones de vida. Todo ello con la finalidad de seguir evolucionando en consonancia con el resto de seres de este planeta y en armonía con el mismo planeta. No está todo perdido, está todo por ganar. Si somos capaces de reaccionar con conciencia, daremos un paso adelante en la afirmación del ser humano como un microcosmos armónico, inteligente y voluntarioso, que refleje este maravilloso universo en el que viajamos hacia la perfección.

lunes, 26 de mayo de 2014

EL FRACASO DE EUROPA

La elevada abstención en las elecciones europeas de este fin de semana no es síntoma del fracaso de Europa como civilización. En todo caso es consecuencia del fracaso de la política europea. Con estas líneas quiero compartir con los lectores un hecho histórico que, desde mi humilde punto de vista, es fundamental en cómo le va a ir al mundo en los próximos decenios: Europa ha desaprovechado su oportunidad para fomentar la solidaridad y la fraternidad entre todos los pueblos del mundo. Y la ha perdido porque alguna vez la tuvo a su alcance. Con la experiencia de las revoluciones liberales de los siglos XVII y XVIII que se desarrollaron en su seno, tras la experiencia de la Gran Guerra que padeció en su mismo vientre, las conciencias de los ciudadanos de Europa, incluidos los estadistas, miraron hacia la revolución de la fraternidad.  Conformamos la Sociedad de Naciones (SDN). Creada por el Tratado de Versalles (París), el 28 de junio de 1919, para sentar las bases de la paz y reorganizar las relaciones internacionales, entre sus miembros fundadores se encontraban 14 países europeos (Bélgica, Checoslovaquia, Dinamarca,  España, Francia, Reino de Grecia,  Reino de Italia, Países Bajos, ,Portugal, Reino de Yugoslavia, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, Reino de Rumanía,  Suecia y Suiza). Prácticamente, toda Europa comenzó a pensar en fraternidad global.
Años más tarde, comenzaron a tomarse decisiones equivocadas: la escisión en la Segunda Guerra Mundial, el tórrido enfrentamiento durante la Guerra Fría, el posicionamiento a favor de Palestina y en contra de Israel, el posicionamiento a favor de la economía por encima de la consolidación de la trama social europea. En lugar de trabajar por la paz mundial, alentamos la confrontación. En lugar de fortalecer la SDN y fomentar la solución amistosa de conflictos, generamos más conflictos. En lugar de favorecer el trabajo de la Corte Penal Internacional (en sus 12 años de funcionamiento, sólo ha dictado una sentencia condenatoria) se financian guerras locales a través de la venta de armamento. Joan Carrero declaró que “La UE está controlada por las grandes familias financieras” (ver Diario de Mallorca del 29/09/13) que impiden que se juzguen a los responsables de los genocidios tutsis y hutus de la zona de los Grandes Lagos de África.
            Definitivamente, Europa ha fracasado.
        Ahora nos llega el turno a los ciudadanos de a pie. Nosotros podemos aprovechar y protagonizar la oportunidad histórica de la revolución de la fraternidad. Y los ciudadanos españoles contamos con cierta ventaja: somos de los ciudadanos más solidarios de la UE. Es verdad, que los estados nórdicos son más solidarios en el sentido de que en los últimos años han invertido más dinero en catástrofes y ayudas internacionales. Pero otra cosa es la sociedad, los hombres y mujeres del barrio que compran su barra de pan en la panadería de la esquina. Somos de los que más galas y festivales solidarios organizamos, no nos cuesta echar una mano al vecino y participamos de manera notable en numerosas misiones de paz y reconstrucción. Pero, ¿cómo vamos a aprovechar este potencial para fomentar la fraternidad global?
            Hay que trabajar desde las bases. La fraternidad es un ideal y no un hecho presente. Para llegar a este ideal tenemos que dirigir nuestros pasos hacia donde él está. Cuidado porque no se pueden usar cualesquiera medios, los fines no justifican los medios –muy que le pese a Maquiavelo y al brazo armado de la Santa Sede. Debemos usar medios adecuados para no desviarnos de nuestro cometido.
            La Filosofía moral nos recomienda tres pasos: cortesía, convivencia y concordia. La cortesía entendida como una serie de formalidades que son como aceite en las relaciones humanas. En lugar de actuar de cualquier manera, podemos usar estas formalidades para suavizar el stress y el choque cotidiano de unos con otros. La convivencia es vivir y dejar vivir. Dejar vivir no como indiferencia sino como conciencia del otro. Es asunción consciente de la diferencia y comunicación de corazón para compartir lo que cada uno es. La concordia, virtud de origen romano, es un alto grado de humanismo, un vivir corazón con corazón. Si introducimos en la educación estos valores, sin fomentamos en el tejido social estos valores, si cada uno de nosotros se esfuerza por integrarlos en su día a día, llegaremos a vivir como una realidad la fraternidad global.
            Esto es una revolución social que no tiene como objetivo ni derramamiento de sangre, ni luchar contra nadie. Nadie puede quedar excluido. ¡Tú tampoco!

Francisco Capacete González
Filósofo y abogado