El mexicano Manuel Uribe
famoso por llegar a obtener el Récord Guinness al hombre más gordo del mundo,
cuando pesaba 560 kilogramos, ha fallecido en el estado de Nuevo León por insuficiencia hepática. Una vida
sedentaria, malos hábitos alimenticios y un desorden genético fueron las causas
que le llevaron a engordar y a morir.
El caso de “Meme”, como le llamaban
sus amigos, es una metáfora de lo que le está ocurriendo al mundo y una
advertencia del colapso al que vamos a llegar.
Las cifras del consumismo son
espeluznantes. En el mundo se consumen cada año unos 3 mil millones de barriles
de petróleo. Cada barril contiene unos 159 litros. Así que la operación
matemática es sencilla. Cada año se consumen en el mundo 477 mil millones de
litros de petróleo. En
EEUU cada ciudadano consume cada año, de media, 2.842
metros cúbicos de agua. En India el consumo per cápita es de
1.089 metros cúbicos, mientras que un ciudadano chino gasta 1.071 metros
cúbicos. Por lo que respecta a España, cada ciudadano gasta una media de 2.461
metros cúbicos al año.
En
el 2011 se vendieron en el mundo 462 millones de smartphones, 30 millones de
netbook, 63 millones de tabletas táctiles, 630 millones de ordenadores
equipados con Windows 7. Cada año, solo en Europa, se consumen 300 millones de
cartuchos de tinta. Por otro lado, la población mundial gasta anualmente unos
3,5 mil millones de dólares en productos anti-edad.
En
el año 2008 se produjeron 280 millones de toneladas de carne, procedente de la
ganadería, para su consumo. El consumo mundial de trigo supera las 679 millones
de toneladas anuales. Se comen cada año unos 30 mil millones de pizzas y 100 millones
de barritas de chocolate y 132 millones de toneladas de pescado.
Estos
son algunos pocos datos de lo que la humanidad consume cada año. ¡Es una locura
consumista! Como Manuel, la sociedad ha adquirido malos hábitos
“alimenticios”, como producir alocadamente novedades. Sobre todo, en el campo
tecnológico, los consumidores de a pie corren desesperados a comprar los
últimos modelos de lo que sea. Lo importante es comprar la última novedad. Otro
mal hábito alimenticio/consumista es tirar directamente a la basura lo que
sobra, sin reducir lo que se compra. Por ejemplo, si nos ha sobrado arroz en la
comida es que no necesitamos tanto arroz como hemos comprado, por lo que la
próxima vez que vayamos a la tienda deberíamos comprar menos arroz. Este sería
el buen hábito, pero ¿quién lo hace?
Tenemos
desórdenes genéticos graves. La herencia cultural conforma los genes de una
sociedad. La herencia ideológica de gran parte de la humanidad –sus genes
culturales- es, entre otros, el sistema de mercado. El desorden es habernos
creído que no solamente es bueno y legítimo, sino que es el único medio de
desarrollo de los países. En realidad, el sistema de mercado es el único medio que
permite que las economías crezcan comprando y vendiendo. Pero que las economías
crezcan en cantidad no es, ni mucho menos, el único medio para que la humanidad
avance. Esta herencia ideológica hace que se produzca constantemente sin mirar
si es necesario lo que se produce. Es un desorden genético que produce obesidad
mórbida.
Si
seguimos así, vamos a explotar. Recuerdo una escena escabrosa de la película
“The Meaning of Life”, de los Monty Python, en la que un caballero obeso entra
a comer en un restaurante de categoría, mientras en la pecera unos pequeños
pececitos observan curiosos. El cliente come y come y come hasta que ya no
puede más. Ha llegado al límite y, sin embargo, la tentación de comer continúa.
El camarero, en un acto de rebeldía/venganza, le acerca una fina chocolatina
como regalo. Pero esa delgada chocolatina produce el desenlace fatal: ¡el
comensal explota!
Otra
alegoría de la sociedad actual. Vamos a explotar de obesidad mórbida. Gastamos
materias primas, dejamos a la Tierra sin agua potable, se compran y venden
seres humanos para el más atroz consumo de carne que es la esclavitud sexual.
Pero lo más grave de todo esto es que se ha perdido el sentido de la vida
humana, eclipsado por el puro hábito de consumir. ¿Para qué la vida? Para
consumir, para comer, comprar, beber, drogarse, ganar dinero, jugar con la
vídeo-consola, disponer del último modelo de móvil, y un largo y triste
etcétera. ¡Quién tiene como fundamento de su vida y de su felicidad a Dios, la
espiritualidad, el desarrollo de la conciencia o los ideales de justicia y
fraternidad!
¡Vamos
a explotar! Ya no hay vuelta atrás. Los científicos ya han avisado que el
cambio climático es irreversible. En 50 años nos quedamos sin petróleo. Nos
vamos a quedar sin abejas y, por tanto, sin vegetales para comer. Los niños y
jóvenes adquieren comportamientos más tiránicos y violentos debido a una falta
de real pedagogía. Cuando sean grandes qué pasará. Y van a ser grandes en 5, 10
y 15 años.
Hace
una década este artículo podría haber sido calificado de catastrofista. Hoy no.
Me atrevo a afirmar que estamos en un momento histórico apocalíptico. La
sociedad en la que vivimos, el mundo tal y como lo entendemos muere
irreversiblemente. Pero lo que no va a terminar es la vida en la Tierra, como
tampoco va a desaparecer la humanidad. Tal y como nos enseña la historia, lo
que va a colapsar es una forma civilizatoria, la occidental materialista.
Estamos ya metidos de lleno en una nueva edad media a la que le seguirá el
nacimiento de una nueva civilización más natural, más humana y más consciente.
Es por ello que debemos comenzar a formarnos para sobrevivir al cambio.
La
filosofía nos enseña a superar los viejos hábitos, a desarrollar los reflejos
internos y establecer los cambios necesarios para adaptarnos a las nuevas
condiciones de vida. Todo ello con la finalidad de seguir evolucionando en
consonancia con el resto de seres de este planeta y en armonía con el mismo
planeta. No está todo perdido, está todo por ganar. Si somos capaces de
reaccionar con conciencia, daremos un paso adelante en la afirmación del ser
humano como un microcosmos armónico, inteligente y voluntarioso, que refleje
este maravilloso universo en el que viajamos hacia la perfección.