Se
levantan voces críticas con los políticos porque están degradando la cultura
democrática. Los numerosos casos de corrupción política, la falta de educación
y respeto en las discusiones parlamentarias, la enorme cantidad de horas
dedicadas a la imagen y no al gobierno real, son algunos hechos en los que se
fundamentan quienes piden una democracia mejor. Y no les falta razón. Si bien,
hemos transitado desde la dictadura hasta el sistema parlamentario democrático,
nos queda mucho por andar hasta llegar a una verdadera democracia, esto es, un
gobierno del pueblo y por el pueblo. Si no profundizamos en los valores
democráticos y en la ética de los gobernantes, el actual sistema político va a
derivar a nuevas formas feudales y estamentales. Hacia ello nos dirigimos,
desgraciadamente. La figura del rey absoluto ha sido ocupada por los grandes holding y lobby. Estas organizaciones o grupos de poder pueden hacer lo que
deseen sin estar sujetos a derecho alguno. No están limitados por ninguna clase
de responsabilidad. La clase política y las Iglesias han terminado comportándose
como la nobleza y el clero de la sociedad estamental. Disponen de una serie de
privilegios que el resto del pueblo no tiene. Por ejemplo, los políticos son
aforados. ¿Esto qué quiere decir? Que les juzga, en caso de un procesamiento,
un Tribunal Superior directamente. Sin embargo, los ciudadanos de a pie no
poseen esta protección. La iglesia Católica, por ejemplo, tiene concedido un
privilegio a la hora de inscribir inmuebles en el Registro de la Propiedad que
el resto de ciudadanos no posee. Y el pueblo…, el pueblo sigue como siempre,
sin privilegios, sin protección, sin verdaderos representantes.
Por estas razones podemos afirmar
que la democracia actual pasa por una grave crisis causada por la crisis de los
partidos políticos. Los partidos políticos son los responsables de la
decadencia de la democracia actual. Su funcionamiento interno no es
democrático, sino oligárquico. Su financiación es oscura. Los partidos
políticos dedican el 85 % de sus recursos a la publicidad y al marketing, es
decir, a captar votos. El 15 % restante lo dedican a los asuntos públicos. No
tienen ideología, solo propuestas -que no cumplen. Siguen defendiendo sus
privilegios en lugar de los intereses de los ciudadanos; prueba de ello es que
no se ha aprobado ninguna ley que limite y controle las propiedades de los
políticos y los partidos, sus sueldos, sus dietas, sus complementos, sus
pensiones vitalicias… Es más, este tema ni siquiera se debate en los
parlamentos.
Para conseguir una democracia real y
un sistema parlamentario eficaz, debemos revisar el tema de los partidos
políticos. Los actuales no funcionan, no cumplen con su cometido. Para aclarar
este polémico tema tenemos que ir a los orígenes. En la Asamblea Nacional
establecida en la Revolución Francesa existían dos sectores, ambos
pertenecientes a la burguesía y coincidentes en la lucha contra el
rey, la nobleza e imponer los principios liberales, pero distanciados
con respecto a sus intereses y los medios para lograr sus objetivos. Los girondinos
consideraban prudente hallar un acuerdo con la monarquía y la nobleza,
limitando el poder real, pero sin permitir el derecho a voto a las clases
pobres, que no pagaban impuestos. El otro sector era el de los jacobinos, estaba
principalmente integrado por profesionales y modestos propietarios que querían
abolir definitivamente la monarquía y proclamar una República democrática, con
derecho a voto para todas las clases sociales. El primer sector se colocaba
para deliberar, a la derecha en la Asamblea, el segundo, a la izquierda, y de
allí proviene la posterior división entre partidos de derecha y de izquierda,
según sean conservadores en su accionar político o propongan medidas tendientes
a cambios profundos y violentos.
Poco a poco, con marchas y
contramarchas, fueron apareciendo formaciones políticas que representaban a
todos los sectores de la ciudadanía. Y se conformó un sistema parlamentario de
representación indirecta. Los políticos eran elegidos por los votantes para que
los representaran y gobernaran en su nombre. Este es un sistema parlamentario democrático,
pero no el único sistema parlamentario democrático. Existe la democracia
directa, no la olvidemos, que se erige como una solución cada vez más adecuada
a los problemas políticos del siglo XXI.
¿Por qué hay tantas formaciones
políticas? Porque representan las diferentes opiniones de los ciudadanos. Pero,
¿acaso arreglar la sanidad depende de la ideología o de la opinión? No. Lo que
permite solucionar los problemas de la sanidad –por seguir con este ejemplo- es
el conocimiento de las causas y el poder implementar medios adecuados para
solucionarlos y esto no depende de la orientación política. Las diferentes
opiniones o ideologías tienen que ver con la manera de entender la vida y la
naturaleza, pero no con la solución de los problemas concretos, como por
ejemplo, ser operado de cáncer. No existe ninguna relación entre el liberalismo
o el socialismo y una operación de cáncer; no existe relación entre la
democracia cristiana y la recogida de residuos sólidos urbanos. Los partidos
son los auspiciadores de un mal que padecen los pueblos: la división y el
enfrentamiento. De ahí su nombre “partido”. Cuando los ciudadanos están “partidos”,
divididos y no pueden ponerse de acuerdo son fácil presa de los que detentan el
poder, sobre todo, si éstos son corruptos. ¿Por qué siguen en la política,
protegidos por los partidos, quienes han cometido delitos? ¿Por qué pueden los
partidos amañar concursos públicos, destrozar el territorio y dañar el medio
ambiente? Y sobre todo, ¿por qué siguen haciéndolo? Porque el pueblo está
dividido, enfrentado y no consigue disponer de suficiente fuerza para acabar
con todo ello. ¿Por qué la coalición de la OTAN, liderada por los gobiernos de
Bush, Aznar y Blair, consiguió comenzar la invasión de Irak, cuando cientos de
miles de ciudadanos salieron a las calles oponiéndose a esa guerra? Porque sus
representantes en los diferentes parlamentos estaban divididos.
Los actuales partidos políticos ya
no sirven para hacer una democracia real. Más bien al contrario, son un lastre
y un problema. Si queremos democracia y gobierno para el pueblo tenemos que
dejar de lado a los partidos políticos y volver a la democracia directa: que
los ciudadanos elijan a los gobernantes directamente y que decidan sobre las
decisiones importantes directamente. Y hoy, con el desarrollo de la tecnología
telemática, es posible. Disponemos de medios eficaces para que miles todos los
ciudadanos puedan votar las leyes y quitarnos de encima a unos representantes
políticos que no representan a quienes les votaron. Disponemos de medios
eficaces para seguir las acciones de los gobernantes, como por ejemplo,
ponerles un localizador GPS y averiguar cuántas horas se pasa trabajando en su
oficina y cuántas se las pasa de fiesta en fiesta, inaugurando pantanos o
carreteras – como hacía el gallego aquel.
¡Ya somos mayorcitos como para
seguir necesitando representantes!