En
estos días de cumbres climáticas la temperatura sube más que en los próximos
100 años del planeta. En estos días de propuestas, reuniones y performances, el
clímax asciende hasta cotas de tensión insoportables, dada la acumulación de
intenciones que no sabemos cómo ni cuándo van a eclosionar del todo; el
polluelo lleva saliendo del cascarón varias semanas ¿Salvaremos el planeta? Nada
cierto sabe nadie todavía.
Este
es el panorama en la superficie, pero ¿qué se mueve en el fondo?, ¿qué se cuece
en las cocinas de las calles del mundo? Vemos que decenas de miles de jóvenes
idealistas se mueven para cambiar las cosas y hacer un mundo mejor. Desde Hong
Kong, pasando por Madrid, París y llegando a Colombia, las calles arden de
idealismo. No estamos asistiendo a un cúmulo de protestas por temas laborales,
climáticos o políticos, sino a un renacer de una visión idealista. Como todas
las cosas que renacen, este movimiento mundial no es igual que la anterior
versión hegeliana. El nuevo idealismo no se evade de la realidad buscando la
perfección estética o moral. El nuevo idealismo no es un divertimento de
intelectuales y bohemios que nada tienen que ganar ni perder. Ni los dirigentes
políticos, ni los amos de la economía van a poder cabalgarlo, como hicieron con
el movimiento hippie a través de las drogas, el sexo y el rock and roll. La
cultura del perdedor melancólico que está triste al otro lado del telón de acero no va con ellos.
El
nuevo idealismo nace de un compromiso con el mundo en su totalidad. Este nuevo
idealismo nace para quedarse porque cuenta con la fuerza de la convicción. Ahí
van algunos pocos nombres icónicos de esta fuerza arrolladora y pacífica,
constructiva y paciente: Greta Thunberg, Eugenio García, Joshua Wong, Peter
Tabichi, Boyan Slat, Christian Felber. Tras ellos cientos de miles de jóvenes
se mueven y no van a parar. Ya no se les puede parar. No están comprometidos con
el liberalismo, ni con el materialismo, ni con el existencialismo, ni con la
economía de mercado, ni con el comunismo, ni con el capitalismo. Están comprometidos
con la idea de que el mundo debe ser la casa de todos, humanos de todos los
colores y todas las demás especies. Les mueve la idea del ciudadano del mundo,
de un mundo que no conozca fronteras, ni injusticias, ni abusos, ni dictaduras,
ni monopolios. Les mueve la idea de ser ciudadanos de un planeta digno.
¿Quién
las financia? Ellos mismos a través del crowdfunding,
de las recaudaciones con ocasión de cumpleaños y de la imaginación creativa. ¿Qué
herramientas usan? La cooperación, la convivencia, la tolerancia, el respeto, la
diversidad, el esfuerzo, la voluntad, la libertad y el voluntariado. Estas son
las armas del nuevo idealismo que va a salvar el mundo. Porque si no nos
gobernamos con estos ideales éticos el mundo perecerá -como ya advertía el jefe
Seattle- bajo nuestros propios detritus.
Han
aprendido de los errores de las generaciones que les han precedido. Uno de esos
errores es mancharse las manos y las cabezas con la política. Otro es dejar
toda la responsabilidad a los gobiernos. Otro es confiar en las instituciones
internacionales. Esta generación de jóvenes idealistas confía en ella misma y
en sus propias fuerzas. No dice a los demás lo que hay que hacer, hacen. Por
ello, somos nosotros, lo mayores, quienes tenemos que aprender de esta nueva
generación y alimentar nuestro idealismo.
Un
ideal es como una utopía. Una utopía es como un horizonte lejano, pero un
horizonte hacia el que marchar. Para llegar algún día a ese horizonte sólo cabe
una solución: comenzar a caminar hacia él. Las utopías dan fuerza al corazón y
corazón a la fuerza. Necesitamos de este nuevo idealismo para mejorarnos y
mejorar el mundo en el que vivimos.
Francisco
Capacete González
Filósofo
y abogado