Sres.
académicos:
Es
un honor recibir el premio nobel de la paz de manos de la excelentísima Ocasión
de Servir y de dirigirme a ustedes en agradecimiento a tal distinción.
“Los
seres humanos estamos hechos los unos a causa de los otros”, reflexionaba para
sus adentros el insigne emperador Marco Aurelio, recordándose a sí mismo que
por esta razón debía o bien soportarlos, o bien instruirlos. La decisión
dependía únicamente de él. Aquí radica la bisagra mágica, la toma de decisiones
tras una tranquila y pacífica reflexión.
¿Cómo
vemos a los demás? ¿Cómo competidores y enemigos o compañeros de ruta? Si nos
vemos los unos a los otros como enemigos no tendremos más remedio que sufrirnos.
Si nos vemos como miembros de una misma familia o comunidad, nos enseñaremos
mutuamente a convivir y aprenderemos esas cosas maravillosas de la edad dorada que
el Quijote relataba a su fiel escudero Sancho y a los pastores.
¿Cómo
queremos relacionarnos con los demás seres humanos? ¿Con angustia, ira, miedo,
recelo, odio, resentimiento? O ¿con amistad, colaboración, solidaridad,
compasión, hombro con hombro, devoción, admiración? La elección depende de cada
uno de nosotros, de cómo elijamos ver a los demás.
Millones
de personas en el mundo hemos elegido mirar con el enfoque inclusivo, con los
ojos del compañero –el del alma, como diría Miguel Hernández. Allá donde vayas
vas a encontrar una mano amiga. Esta es una realidad contrastada. En mis muchos
viajes lo he comprobado y muchos otros amigos y conocidos que han viajado a
muchos más lugares que yo, también lo han constatado. Lo que pasa es que el
ruido que producen las enemistades y los conflictos –reales e inventados- es
tan estruendoso que impide escuchar la música del entendimiento amigable, de la
colaboración desinteresada y de las admirables obras benéficas.
Es
imperativo informar a la población que la humanidad está ganando la batalla a
la inhumanidad, antes de que la desmoralización arraigue en los corazones. Han
de sonar los clarines, han de agitarse los estandartes, han de partir los
correos hacia todos los horizontes proclamando la situación ventajosa de las
huestes del bien. Si cada uno de nosotros, cada día, hace campaña informativa
de los actos de servicio que van sucediendo en cada punto del globo, si cada
boca habla a cada oído, garantizaremos la victoria sobre la ignorancia y el
crimen. Al fin y al cabo, el tirano y el genocida son poderosos en cuanto hacen
creer a los pueblos de que lo son. Otra cuestión de enfoque. El enfoque que nosotros
hemos elegido y que nos ha hecho merecedor de este premio es el del servicio y
no el de la servidumbre.
Así
como el sol sale todas las mañanas del mundo, así cada día hay ocasión de
servir. La ocasión no viene dada desde afuera de nosotros, sino que la llevamos
puesta permanentemente como la piel que vestimos. Servir es dar lo mejor de uno
a quienes les pueda beneficiar. Servir es ser útil y ser útil es vivir con
conciencia de aporte, de suma, de creación. Cuando servimos depositamos en el
mundo algo que antes no estaba. Ese algo, sumado a los muchos algos de todos,
son como los bloques de piedra que los canteros medievales labraban para
levantar catedrales. Con nuestros actos de servicio construimos templos
invisibles a la divina paz.
Tenemos
ocasión de servir cuando sonreímos al vecino o al conductor del autobús. Cuando
ayudamos a cargar la cesta de la compra y cuando ofrecemos nuestro brazo al
anciano que nos ofrece su experiencia. Cuando dedicamos nuestro tiempo a dar de
comer a los hambrientos y cuando nos dedicamos a enseñar a los buscan el
conocimiento –los otros hambrientos. Tenemos ocasión de servir cuando ahogamos
conscientemente esa palabra hiriente que a punto esta de salir de nuestra boca
y cuando renunciamos a esa ganancia que es pérdida para otro.
Ocasión
de servir es crear arte, ciencia, mística y cultura. Es recrear las tradiciones
populares, apoyar la pervivencia de las artesanías y amar la propia tierra si
odiar a los que aman otra. Servimos cuando recreamos amor, belleza y
pensamiento.
Servimos
cuando protegemos al débil, al desfavorecido y al menesteroso. Y servimos
cuando nos dejamos ayudar por aquel que está comenzando a dar sus primeros
pasos en el servicio, siendo pacientes con sus errores y entusiastas con sus
aciertos.
Mas,
si servir es dar y no recibir ¿qué ganamos con el servicio? El listado es
ganancias es tan largo como las tiras de gasa de las momias egipcias. Recibimos
convivencia, lo cual equivale a decir compañía, cercanía, calor, mirada
cristalina. Ganamos puertas abiertas, no solo las del corazón, también la de
los hogares, pues que la hospitalidad se nutre de buenas intenciones y palabras
corteses, esas que te salen espontáneamente cuando sirves. Y cuando las puertas
de los corazones de las casas están abiertas, ganamos aldea, pueblo, ciudad.
Ganamos
con cada acto de servicio lazos de unión, amarre de almas, encaje de destinos.
Cada acción generosa es un hilo de plata que ofrecemos para urdir la sagrada
trama de la confraternidad. Y cuando logremos la suficiente urdimbre nos
daremos cuenta que los malandrines habrán dejado de serlo, que los menesterosos
ya no lo serán más, que las calles rebosarán de alegría y los niños de
infancia, que los ancianos compartirán sus sabias lentitudes y los jóvenes sus
heroicas alas, que los pesares pesarán menos y las desgracias disfrutarán de
compañía, que las fronteras ya no frenarán el paso de los hombres porque la
fraternidad se habrá convertido en la bandera universal. ¿Qué más quieres
ganar?
Mi
premio nobel de la paz no me lo ha concedido ninguna academia, ni tampoco es
ningún premio. Es la conciencia de estar haciendo de mi vida un maravilloso
acto de servicio.
Francisco Capacete
Filósofo