Hacía el último cuarto del siglo XVIII se coció la idea del “libre mercado” en las cabezas de algunos filósofos. Estos defendían que la libertad de intercambios era lo mejor para que el mercado gobernara las relaciones particulares con independencia de las monarquías. Esta idea favoreció la llamada “revolución industrial” que en torno a 1870 ya producía abusos laborales, miseria y descontento. Parecía que el libre mercado no era tan bondadoso como se había prometido. Entonces, en 1859 Darwin publica “El origen de las especies”. La hipótesis de trabajo que aportaba el autor consistía en que las especies actuales proceden de otras anteriores. La descendencia y diversificación/adaptación podrían ser posible gracias a la selección natural y la competencia.
Entonces ocurrió algo
imprevisto, incluso por el propio naturalista de Shrewsbury. La burguesía tomó
la decisión de elevar la hipótesis evolutiva de Darwin a la categoría de teoría
verdadera porque era la mejor fundamentación para convencer a todos que las
leyes de la competencia del mercado no eran algo artificial sino, como las de
la evolución, creadas por la propia naturaleza. ¡Y el hombre creó la
competencia! Vio que era buena (para una minoría) y la elevó a designio divino.
Desde ese momento no han
dejado de realizarse investigaciones para defender la competencia como uno de
los factores más importantes de la evolución de las especies. Se han repetido
hasta la saciedad las escenas de machos luchando en la época de celo y las
escenas de depredación entre animales, para demostrar que, efectivamente, todos
los animales compiten. Así, se ha inoculado el dogma de la competencia en
millones de cabezas, año tras año, década tras década. Es tal el grado de
dogmatismo y fanatismo generado que las catástrofes humanitaria y ecológica
creada por los abusadores del mercado no son suficiente para reaccionar. La
mayoría silenciada sigue consumiendo ferozmente cual zombi rondando un cadáver.
A la luz de las últimas
investigaciones ya no podemos seguir afirmando que la competencia sea un factor
clave ni importante en la adaptación de las especies ni en la selección
natural. Muchos investigadores han llamado la atención sobre la incorrecta
interpretación de la selección natural en clave egoísta y por la supervivencia
del más fuerte. Kropotkin propone como ley básica de la existencia no la lucha
egoísta sino la cooperación. El egoísmo genético es criticado por muchos
científicos. Y se está descubriendo que la cooperación, la colaboración, el
mutualismo, la simbiosis, han estado presentes en la naturaleza mucho antes de
que algunas especies compitieran en algunos ámbitos concretos.
Todas las cosas tienen un
comienzo y un final. Todo comienzo que es la continuación de un final anterior
y todo final es la antesala de un nuevo inicio. Esta es la ley de los ciclos
que rige el movimiento del universo. Todo lo que se mueve viene y va, llevando
y trayendo información y experiencia. Cada ciclo es una oportunidad de aprender
algo más. Hemos llegado al final del ciclo vital de la competencia. Seguramente
que algo habremos aprendido. Al menos a diferenciar la sana competencia de la
salvaje lucha por tener más a cualquier precio. La sana competencia debe
enmarcarse dentro del bien común, sino no es sana.
Dejemos de competir
insanamente. La Guerra Fría fue una competencia cruel e insensata que produjo
millones de muertos, desplazados y pobres. La competencia entre partidos
políticos ha generado y sigue generando mentiras, miseria moral y corrupción.
La competencia comercial ha elevado los precios y rebajado las calidades. La
competencia industrial ha llevado al engaño para poder seguir contaminando y,
todas estas competencias insanas, han construido la peor de las pesadillas: el
mundo actual.
Ahora conviene dar inicio
a un nuevo ciclo, una nueva visión de la vida. Colaborar todos para todos,
proteger todos lo de todos, admirar todos lo que es de todos. Saber que
mientras haya un solo ser humano que pierda, todos hemos perdido. Saber que, si
nos unimos desde el corazón, nadie saldrá perdiendo. Esto no es una utopía, es
una necesidad, es un nuevo ciclo al que, inevitablemente, vamos a llegar tras
el ocaso de la competencia.
Francisco Capacete González
Filósofo y escritor