Desde cierto punto de vista todos los
seres humanos somos filósofos, porque nos hacemos preguntas sobre el origen de
las cosas, sobre las cosas mismas y sobre su futuro o destino. ¿De dónde vengo,
quién soy y adónde voy? Son las tres cuestiones fundamentales que recogen todas
las preguntas que nos planteamos sobre las cosas de la vida. En los últimos
años, algunos grupos ecologistas, activistas de todo el mundo y filósofos nos
venimos preguntando ¿adónde va el plástico?
Las corrientes de la bahía de Manila llevan
diariamente a una de las calas toneladas de plásticos que llegan al mar desde
múltiples lugares de Filipinas. El municipio al que pertenece aquella cala y
las organizaciones ecologistas recogen lo que pueden cuando las tormentas
depositan los desechos en tierra firme. Pero al día siguiente, un nuevo
cargamento anónimo de residuos plásticos, regresa paciente al frente de sus
costas, cual caimán acechando a sus presas apostado cerca de la orilla.
No hace falta irse al sudeste
asiático o al pacífico para descubrir la plaga plástica que ha alcanzado
proporciones bíblicas. En nuestra Serra,
lugar paradisíaco según los folletos turísticos, los buitres escasean y los
envases proliferan. Es imposible recorrer cien metros sin cruzarse con algún
residuo plástico. Envases de refrescos, bolsas, tapones, recipientes, filmines,
toallitas, palillos, tarjetas, zapatillas, tiritas, bolsitas de geles,
bandejas, encendedores, bolígrafos, pajitas, lonas, cubiertas de móviles,
cajetillas de cigarrillos, juguetes, cajas, tetrabriks, bridas, monturas de gafas
de sol y muchos otros ejemplares de esa fauna inextinguible, me encuentro en
mis excursiones y acampadas.
¿Este es el destino del residuo
plástico? ¿El medio ambiente? El plástico es un producto que se fabrica con
derivados de los carburantes fósiles. Es prácticamente inmortal porque tarda
muchísimos cientos de años en degradarse. Además, sólo un pequeño porcentaje
puede efectivamente reutilizarse, de modo que el 97% del residuo plástico que
se produce en el mundo no regresa a la cadena de utilización. Su destino es el
medio ambiente, basureros subterráneos o las centrales de incineración. Dicho
de otro modo, el 90 % del plástico que se fabrica en el mundo termina, directa
o indirectamente, contaminando el planeta.
El residuo plástico se ha convertido
en un problema global de contaminación, cuya solución es compleja y difícil. Hace
unos cuarenta años que comenzó a introducirse el plástico en la cadena de
consumo. Al principio se elogiaban sus características. Campañas de publicidad
y marketing lograron convencer a los consumidores que la vida sería más fácil y
agradable con el plástico. Es cierto que es un material que permite fabricar
cosas que con otros materiales serían menos eficaces, como sucede con elementos
que se usan en medicina. El problema es que la producción masiva de plástico ha
crecido exponencialmente en los últimos 15 años sin que se haya logrado crear
una alternativa efectiva para el destino contaminante del mismo.
Cada vez somos más conscientes de la
grave contaminación derivada del abuso del plástico. Ante este problema las
multinacionales productoras y los gobiernos han ido implementando políticas y
campañas de reciclaje. Desgraciadamente, ha sido más un lavado de imagen que
otra cosa. Sabemos que el reciclaje se ha convertido en otro negocio. Gran
parte del plástico que las empresas de reciclaje recogían, lo vendían a empresas
chinas, sin importarles el destino final, hasta que el gobierno chino lo
prohibió. Entonces hubo que buscar otras empresas de otros países que pudieran
hacerse cargo de las toneladas de residuos que se acumulaban en las naves
occidentales. Pronto aparecieron pues el negocio es redondo. En Tailandia,
Filipinas y otros países con una legislación medioambiental permisiva, existen
empresas que cobran por recibir los residuos y depositarlos, sin ningún tipo de
reciclaje ni medida anti-contaminación, directamente en el suelo de sus
parcelas. Miles de empresas de reciclaje no reciclan, solamente depositan los
residuos en vertederos privados. Estas empresas, que no pasan auditorías, sirven
a las empresas occidentales para ocultar la huella contaminante del plástico. Así
logran las empresas y países occidentales sus certificados de bajo impacto
ambiental y una buena imagen como instituciones realmente preocupadas por el
reciclaje. En verdad, que lo que están haciendo es poner su basura bajo la
alfombra del vecino.
Frente a estas prácticas es necesario
que los gobiernos obliguen a la responsabilidad extendida del productor, para
que las empresas se hagan cargo efectivamente de los envases y envoltorios. Así,
se podría frenar el exceso de envasado.
En el otro lado, estamos los
consumidores. Nosotros también tenemos parte de responsabilidad en el asunto. Recomiendo
seguir la filosofía del residuo cero. Al principio es complicado, pero con un
cambio gradual de hábitos podemos generar hasta un 80 % menos de residuos.
Fundamentalmente, se trata de no consumir productos extra envasados, priorizar
la compra de proximidad y no caer en la tentación de tirar nada al suelo. Lo que
lanzamos al suelo no desaparece, aunque dejemos de verlo. Imagínate que los
7.000 millones de personas que habitamos el mundo actualmente, tirásemos al
suelo cada día un envase de plástico. No podríamos salir de casa. Pues esto es,
en verdad, lo que está pasando. Trabajemos por curarnos de la gran epidemia del
plástico.
Francisco Capacete González
Filósofo