La
historia, como todo en este universo, sigue la ley o principio de causalidad.
Los fenómenos históricos, los hechos, vamos, lo que pasa, es la consecuencia de
hechos anteriores que los han producido. Todo tiene una causa y toda causa
tiene una consecuencia. A esta ley los orientales le llamaron karma. Vivimos un
momento de la historia de la humanidad muy interesante porque se están
precipitando las consecuencias de las crisis anteriores y esto nos permite
enlazar unas causas con otras, en una cadena que puede darle sentido a nuestro
presente. Si sabemos por qué ocurren las cosas duelen un poco menos y podemos
encontrar una solución más eficaz.
Dicen
los físicos que la materia es energía y que la energía tiene el poder de mover
la materia. Efectivamente, sin la energía generada por la combustión o por la
electricidad, el coche no se mueve. Dicen los filósofos orientales y los
psicólogos que las emociones y los deseos mueven la energía y efectivamente,
por muy cansados que nos encontremos, si nos invitan a algo que nos gusta mucho
sacamos ganas y energía hasta de debajo de las piedras. Y lo psíquico puede ser
equilibrado por lo mental porque las ideas tienen el poder de darle forma,
sentido y armonía a todo lo demás. Existe una especie de cauce natural en la
que lo mental se vierte e influye en lo psíquico, lo emocional, a su vez, lo
hace en el ámbito energético y éste en la materia. Por lo tanto, las crisis
materiales tienen su causa en las crisis energéticas, éstas en las crisis psicológicas,
que son causadas por crisis mentales y, en última instancia, estarían las
crisis de valores espirituales. Vamos a ilustrar esto con ejemplos recientes.
Nos
encontramos inmersos en una crisis material, la que afecta a nuestra salud y
nuestro cuerpo. Esta situación no debe hacernos olvidar que un número
importante de seres humanos y animales sufren una crisis mucho más material y
angustiosa que es la falta de recursos para sobrevivir. También es una crisis
material. Es la que más se ve. Es la menos invisible, la más impactante, como
todo lo material. La causa de esta crisis la vamos a encontrar en la crisis
energética. La crisis del petróleo que ocurrió en los setenta, inició un
periodo de angustia que se intentó superar con la especulación y la acumulación
de riqueza. Miles de millones de seres humanos perecieron a consecuencia de la
avaricia de unos pocos. ¿Se acuerdan de las crisis humanitarias de los setenta
y ochenta? No se buscó la causa de la angustia, sino que se tapó la herida y se
siguió adelante, a pesar del tufillo creciente a podredumbre. En los noventa
llegó el paraíso para la clase media que creció y se enriqueció, cada uno a su
medida. Euforia económica y consumista. Borrachera de éxito. Al día siguiente
llegó la resaca (crisis económica) y cuando se pasaron los efectos de la
juerga, gracias al café cargado de la burbuja inmobiliaria e hipotecaria, se
destapó la herida que ha venido a desembocar en la crisis sanitaria de la
Covid-19 y la Covid-20 (la reciente mutación del coronavirus).
La
crisis económica que ha generado una deuda pública inasumible, niveles de paro
desbordantes, situaciones críticas de bancos y empresas, etc, fue generada por
la crisis psicológica que supuso la Segunda Guerra Mundial y la posterior
Guerra Fría. El uso de la bomba atómica contra población civil en Nagasaki e
Hirosima y los campos de concentración alemanes y soviéticos, traumatizaron a
millones de personas en todo el globo. ¡Qué miserables habíamos llegado a ser! ¿Dónde quedaban los derechos humanos, la dignidad,
todo aquello por lo que los demócratas del mundo habían luchado? ¿Quiénes eran
el bueno y el malo en esta película? Y para rematarlo, Vietnam. Ya no importaba
nada, los valores humanos se defenestraron y se abrió la puerta a la
especulación salvaje, a la experimentación con los pueblos y a la crisis
económica que se fraguó, precisamente, por la falta de valores humanos que
aprovecharon los avaros sin alma.
La
psiquis colectiva estaba débil por la crisis mental, es decir, de las ideas y
el conocimiento. La hallamos en los años veinte con los inicios de la física
cuántica y la crisis del materialismo. Cuando todo el mundo pensaba que ya no
quedaba nada más por descubrir y que el cosmos quedaba explicado por las leyes
que reformuló Newton, entran en escena las partículas subatómicas con su
obsesión por comportarse, a la vez, como partículas y como ondas, es decir,
como materia y como energía. Con el desarrollo de la física de partículas o
mecánica cuántica, se fue descubriendo que el mundo no era como se pensaba y
que el tiempo y el espacio no eran sólo lo que se conocía hasta el momento. La
crisis mental o del conocimiento fue la duda, una duda propiciada por los
filósofos nihilistas y existencialistas y, en mayor medida, por los tres
filósofos de la sospecha, Nietzsche, Marx y Freud.
Si
queremos, de verdad, superar la crisis que vivimos en estos momentos, no basta
con las medidas higiénicas y profilácticas, es necesario comenzar por tener
unas ideas claras -este es el gran valor de la filosofía-, armonizar las
emociones y deseos -por ejemplo, haciendo ejercicios de desear menos cosas- y,
por último, administrar nuestra energía y nuestro dinero en base a valores
humanos y no al egoísmo ni la avaricia. Durante cien años hemos dejado que el
mundo se vaya cayendo sin hacer nada por evitarlo. La consecuencia es que ahora
nos encontramos con mucho por hacer. Hay que volver a construirlo. ¡Levántate,
Lázaro y levanta el mundo! ¡Así se superan las crisis!
Francisco
Capacete González
Filósofo
y abogado