viernes, 21 de agosto de 2020

Las crisis de la crisis

 

La historia, como todo en este universo, sigue la ley o principio de causalidad. Los fenómenos históricos, los hechos, vamos, lo que pasa, es la consecuencia de hechos anteriores que los han producido. Todo tiene una causa y toda causa tiene una consecuencia. A esta ley los orientales le llamaron karma. Vivimos un momento de la historia de la humanidad muy interesante porque se están precipitando las consecuencias de las crisis anteriores y esto nos permite enlazar unas causas con otras, en una cadena que puede darle sentido a nuestro presente. Si sabemos por qué ocurren las cosas duelen un poco menos y podemos encontrar una solución más eficaz.

Dicen los físicos que la materia es energía y que la energía tiene el poder de mover la materia. Efectivamente, sin la energía generada por la combustión o por la electricidad, el coche no se mueve. Dicen los filósofos orientales y los psicólogos que las emociones y los deseos mueven la energía y efectivamente, por muy cansados que nos encontremos, si nos invitan a algo que nos gusta mucho sacamos ganas y energía hasta de debajo de las piedras. Y lo psíquico puede ser equilibrado por lo mental porque las ideas tienen el poder de darle forma, sentido y armonía a todo lo demás. Existe una especie de cauce natural en la que lo mental se vierte e influye en lo psíquico, lo emocional, a su vez, lo hace en el ámbito energético y éste en la materia. Por lo tanto, las crisis materiales tienen su causa en las crisis energéticas, éstas en las crisis psicológicas, que son causadas por crisis mentales y, en última instancia, estarían las crisis de valores espirituales. Vamos a ilustrar esto con ejemplos recientes.

Nos encontramos inmersos en una crisis material, la que afecta a nuestra salud y nuestro cuerpo. Esta situación no debe hacernos olvidar que un número importante de seres humanos y animales sufren una crisis mucho más material y angustiosa que es la falta de recursos para sobrevivir. También es una crisis material. Es la que más se ve. Es la menos invisible, la más impactante, como todo lo material. La causa de esta crisis la vamos a encontrar en la crisis energética. La crisis del petróleo que ocurrió en los setenta, inició un periodo de angustia que se intentó superar con la especulación y la acumulación de riqueza. Miles de millones de seres humanos perecieron a consecuencia de la avaricia de unos pocos. ¿Se acuerdan de las crisis humanitarias de los setenta y ochenta? No se buscó la causa de la angustia, sino que se tapó la herida y se siguió adelante, a pesar del tufillo creciente a podredumbre. En los noventa llegó el paraíso para la clase media que creció y se enriqueció, cada uno a su medida. Euforia económica y consumista. Borrachera de éxito. Al día siguiente llegó la resaca (crisis económica) y cuando se pasaron los efectos de la juerga, gracias al café cargado de la burbuja inmobiliaria e hipotecaria, se destapó la herida que ha venido a desembocar en la crisis sanitaria de la Covid-19 y la Covid-20 (la reciente mutación del coronavirus).

La crisis económica que ha generado una deuda pública inasumible, niveles de paro desbordantes, situaciones críticas de bancos y empresas, etc, fue generada por la crisis psicológica que supuso la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría. El uso de la bomba atómica contra población civil en Nagasaki e Hirosima y los campos de concentración alemanes y soviéticos, traumatizaron a millones de personas en todo el globo. ¡Qué miserables habíamos llegado a ser!  ¿Dónde quedaban los derechos humanos, la dignidad, todo aquello por lo que los demócratas del mundo habían luchado? ¿Quiénes eran el bueno y el malo en esta película? Y para rematarlo, Vietnam. Ya no importaba nada, los valores humanos se defenestraron y se abrió la puerta a la especulación salvaje, a la experimentación con los pueblos y a la crisis económica que se fraguó, precisamente, por la falta de valores humanos que aprovecharon los avaros sin alma.

La psiquis colectiva estaba débil por la crisis mental, es decir, de las ideas y el conocimiento. La hallamos en los años veinte con los inicios de la física cuántica y la crisis del materialismo. Cuando todo el mundo pensaba que ya no quedaba nada más por descubrir y que el cosmos quedaba explicado por las leyes que reformuló Newton, entran en escena las partículas subatómicas con su obsesión por comportarse, a la vez, como partículas y como ondas, es decir, como materia y como energía. Con el desarrollo de la física de partículas o mecánica cuántica, se fue descubriendo que el mundo no era como se pensaba y que el tiempo y el espacio no eran sólo lo que se conocía hasta el momento. La crisis mental o del conocimiento fue la duda, una duda propiciada por los filósofos nihilistas y existencialistas y, en mayor medida, por los tres filósofos de la sospecha, Nietzsche, Marx y Freud.

Si queremos, de verdad, superar la crisis que vivimos en estos momentos, no basta con las medidas higiénicas y profilácticas, es necesario comenzar por tener unas ideas claras -este es el gran valor de la filosofía-, armonizar las emociones y deseos -por ejemplo, haciendo ejercicios de desear menos cosas- y, por último, administrar nuestra energía y nuestro dinero en base a valores humanos y no al egoísmo ni la avaricia. Durante cien años hemos dejado que el mundo se vaya cayendo sin hacer nada por evitarlo. La consecuencia es que ahora nos encontramos con mucho por hacer. Hay que volver a construirlo. ¡Levántate, Lázaro y levanta el mundo! ¡Así se superan las crisis!

Francisco Capacete González

Filósofo y abogado