Llevamos
un año de pandemia global durante el cual se han activado planes, programas y
proyectos para luchar contra la propagación del coronavirus a todos los
niveles. La lucha no ha sido fácil. Los virus son como aquel Ulises que logró
escapar de la cueva del cíclope en la que se encontraba retenido juntos a sus
compañeros de odisea. El rey de Ítaca, astuto e inteligente, disfrazó de ovejas
a sus marineros quienes salieron hacia la libertad pasando desapercibidos y él
mismo salvó la vida volviéndose invisible. Sí, se rebautizó con el nombre de
Nadie y así cuando el cíclope preguntaba quién estaba allí, Ulises respondía
con la verdad, “nadie”. La estrategia es memorable.
Así
lo ha hacen los virus, se vuelven casi imperceptibles, casi indetectables.
Primero por su tamaño y ligereza y, segundo, porque son maestros del disfraz,
cuando se les detecta al fin, ellos mutan para volver a ser indetectables. La
lucha contra la Covid-19 no ha sido fácil por las continuas variantes y
mutaciones del coronavirus. Las medidas de contención no han sido 100%
efectivas por la simple razón de que no existe ninguna medida 100% efectiva.
Cuando Fernando Simón reconocía que el confinamiento se aprobó porque no sabían
qué hacer, no está diciendo que no sea útil, sino que la epidemiología tiene
sus limitaciones. La epidemiología es el cíclope, una rama de la medicina muy
desarrollada, pero con un solo ojo.
Debido
a estas dificultades los gobiernos del mundo entero, unos más y otros menos,
han invertido numerosos recursos en la lucha contra la pandemia. Un equipo de investigadores de la Universidad
de Columbia, Estados Unidos, ha estado monitoreando la cantidad de recursos que
los gobiernos de 168 países han invertido para enfrentar la pandemia del
coronavirus. El gasto fiscal a nivel global se acerca a los 8 billones de dólares. Esta
cantidad no es exacta, es una estimación que nos sirve para hacernos una idea
de lo que varios estados han comprometido como gasto. Cuando termine la
pandemia vendrá otra dificultad, conseguir los recursos para cuadrar las
cuentas públicas, porque el gasto se ha disparado y los ingresos han caído en
picado. Nos tenemos que preparar para afrontar un decenio difícil durante el
cual la vida se hará más incómoda, siempre y cuando deseemos mantener el mismo
nivel de comodidad que hemos disfrutado hasta ahora. Por el contrario, si somos
capaces de reaccionar y vamos renunciando a una serie de comodidades superfluas
y otras innecesarias, la vida no se nos volverá más incómoda, sino más
sencilla.
¿Qué ocurrirá si decidimos no comprar tanto como
hacemos hasta ahora? ¿Qué nos ocurrirá si decidimos no consumir tanto como
hemos consumido hasta ahora? En primer lugar, que gastaremos menos y, en
consecuencia, no necesitaremos ganar tanto. Si no necesitamos ganar tanto, podremos
trabajar menos y si cada uno trabajamos un poco menos, el trabajo se repartirá
entre más gente.
¿Qué ocurrirá si en lugar de encender la calefacción
o el aire acondicionado en casa, nos hacemos con una buena manta y con un buen
manual de estoicismo para soportar con buen ánimo los calores de la canícula?
Que la factura de la luz se abaratará y, reduciendo el consumo de eléctrico,
favoreceremos la protección del medio ambiente. Lo mismo con el uso del coche y
los aparatos electrónicos.
¿Qué ocurrirá si decidimos trabajar y consumir un
poco menos? Que las empresas producirán menos y los beneficios se reducirán en
la misma proporción. No pasará nada si los propietarios de las empresas también
deciden simplificar su estilo de vida. Al descender el trabajo en el sector
industrial, aumentará en el ámbito de los trabajos manuales y en el
agrario/ganadero. A su vez, habrá que potenciar la autosuficiencia en todos los
sectores de la población.
Con todo ello, se reducirá ostensiblemente la
contaminación del medio ambiente, la explotación salvaje de los recursos
naturales y la explotación indigna que aquélla produce en los dueños legítimos
de los recursos. La pobreza y el hambre que han provocado la rapiña y avaricia
de los países desarrollados –pero sin alma-, irán desapareciendo. En la medida
que todos los pueblos dispongan de medios, recursos y educación, se pondrá
freno a la compraventa de esclavos.
Todo ello sería posible si decidiéramos entrar en la
dinámica de la retirada sostenible, es decir, de llevar una vida un poco más
sencilla. Quién sabe, tal vez, aquello que no estábamos dispuestos a hacer
voluntariamente y que la pandemia nos está obligando a hacer, sea una
oportunidad histórica para corregir los excesos de la civilización occidental y
mejorar el mundo ¡La Historia hace unos amagos y unas fintas increíbles!
Lo que escribo en este breve artículo parece irrealizable, sin embargo, es más factible que otras propuestas. A nivel individual, quien decida simplificar su vida saldrá ganando y quien pretenda seguir como hasta ahora sufrirá. Y, a nivel colectivo o mundial, lo utópico de mi planteamiento no le quita valor ni razón. Lo importante es poder pensarlo y soñarlo porque –como dijo el profesor Livraga- lo que un hombre es capaz de soñar, él u otros, serán capaces, algún día, de plasmar.
Francisco Capacete González
Filósofo y abogado