miércoles, 7 de abril de 2021

La crisis post-covid y la retirada sostenible

 

Llevamos un año de pandemia global durante el cual se han activado planes, programas y proyectos para luchar contra la propagación del coronavirus a todos los niveles. La lucha no ha sido fácil. Los virus son como aquel Ulises que logró escapar de la cueva del cíclope en la que se encontraba retenido juntos a sus compañeros de odisea. El rey de Ítaca, astuto e inteligente, disfrazó de ovejas a sus marineros quienes salieron hacia la libertad pasando desapercibidos y él mismo salvó la vida volviéndose invisible. Sí, se rebautizó con el nombre de Nadie y así cuando el cíclope preguntaba quién estaba allí, Ulises respondía con la verdad, “nadie”. La estrategia es memorable.

Así lo ha hacen los virus, se vuelven casi imperceptibles, casi indetectables. Primero por su tamaño y ligereza y, segundo, porque son maestros del disfraz, cuando se les detecta al fin, ellos mutan para volver a ser indetectables. La lucha contra la Covid-19 no ha sido fácil por las continuas variantes y mutaciones del coronavirus. Las medidas de contención no han sido 100% efectivas por la simple razón de que no existe ninguna medida 100% efectiva. Cuando Fernando Simón reconocía que el confinamiento se aprobó porque no sabían qué hacer, no está diciendo que no sea útil, sino que la epidemiología tiene sus limitaciones. La epidemiología es el cíclope, una rama de la medicina muy desarrollada, pero con un solo ojo.

Debido a estas dificultades los gobiernos del mundo entero, unos más y otros menos, han invertido numerosos recursos en la lucha contra la pandemia. Un equipo de investigadores de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, ha estado monitoreando la cantidad de recursos que los gobiernos de 168 países han invertido para enfrentar la pandemia del coronavirus. El gasto fiscal a nivel global se acerca a los 8 billones de dólares. Esta cantidad no es exacta, es una estimación que nos sirve para hacernos una idea de lo que varios estados han comprometido como gasto. Cuando termine la pandemia vendrá otra dificultad, conseguir los recursos para cuadrar las cuentas públicas, porque el gasto se ha disparado y los ingresos han caído en picado. Nos tenemos que preparar para afrontar un decenio difícil durante el cual la vida se hará más incómoda, siempre y cuando deseemos mantener el mismo nivel de comodidad que hemos disfrutado hasta ahora. Por el contrario, si somos capaces de reaccionar y vamos renunciando a una serie de comodidades superfluas y otras innecesarias, la vida no se nos volverá más incómoda, sino más sencilla.

¿Qué ocurrirá si decidimos no comprar tanto como hacemos hasta ahora? ¿Qué nos ocurrirá si decidimos no consumir tanto como hemos consumido hasta ahora? En primer lugar, que gastaremos menos y, en consecuencia, no necesitaremos ganar tanto. Si no necesitamos ganar tanto, podremos trabajar menos y si cada uno trabajamos un poco menos, el trabajo se repartirá entre más gente.

¿Qué ocurrirá si en lugar de encender la calefacción o el aire acondicionado en casa, nos hacemos con una buena manta y con un buen manual de estoicismo para soportar con buen ánimo los calores de la canícula? Que la factura de la luz se abaratará y, reduciendo el consumo de eléctrico, favoreceremos la protección del medio ambiente. Lo mismo con el uso del coche y los aparatos electrónicos.

¿Qué ocurrirá si decidimos trabajar y consumir un poco menos? Que las empresas producirán menos y los beneficios se reducirán en la misma proporción. No pasará nada si los propietarios de las empresas también deciden simplificar su estilo de vida. Al descender el trabajo en el sector industrial, aumentará en el ámbito de los trabajos manuales y en el agrario/ganadero. A su vez, habrá que potenciar la autosuficiencia en todos los sectores de la población.

Con todo ello, se reducirá ostensiblemente la contaminación del medio ambiente, la explotación salvaje de los recursos naturales y la explotación indigna que aquélla produce en los dueños legítimos de los recursos. La pobreza y el hambre que han provocado la rapiña y avaricia de los países desarrollados –pero sin alma-, irán desapareciendo. En la medida que todos los pueblos dispongan de medios, recursos y educación, se pondrá freno a la compraventa de esclavos.

Todo ello sería posible si decidiéramos entrar en la dinámica de la retirada sostenible, es decir, de llevar una vida un poco más sencilla. Quién sabe, tal vez, aquello que no estábamos dispuestos a hacer voluntariamente y que la pandemia nos está obligando a hacer, sea una oportunidad histórica para corregir los excesos de la civilización occidental y mejorar el mundo ¡La Historia hace unos amagos y unas fintas increíbles!

Lo que escribo en este breve artículo parece irrealizable, sin embargo, es más factible que otras propuestas. A nivel individual, quien decida simplificar su vida saldrá ganando y quien pretenda seguir como hasta ahora sufrirá. Y, a nivel colectivo o mundial, lo utópico de mi planteamiento no le quita valor ni razón. Lo importante es poder pensarlo y soñarlo porque –como dijo el profesor Livraga- lo que un hombre es capaz de soñar, él u otros, serán capaces, algún día, de plasmar.

Francisco Capacete González

Filósofo y abogado