miércoles, 16 de abril de 2014

CORAZÓN-CONCIENCIA




                Hace unos cuantos años aprendí de un viejo egiptólogo qué significaba para los egipcios de la Antigüedad actuar con el corazón. Me fascinó tanto que, desde aquel día, he investigado esta idea y la he puesto en práctica cada vez con más entusiasmo. Al aplicarlo y comprobar qué se experimenta, caí en la consideración de que estaba haciendo arqueología viva, porque había rescatado una idea de la antigüedad y le había dado nueva vida. Escribo estas líneas con la esperanza que aquella mágica civilización renazca en el corazón de esta que muere cada día más rápido.
                 
                Como bien dice José Carlos Fernández “Según los Iniciados egipcios, el corazón es el asiento de la conciencia moral, el trono donde mora el dios interno del hombre. Como toda sangre es impulsada por el corazón y a él vuelve, toda vida deja su huella en el corazón. Los egipcios lo representaron por una vasija donde se hallaba la esencia de las experiencias vividas. En el “Peso del Corazón del Difunto”, es lo que se pesa en uno de los platillos de la balanza (y en el otro la pluma de la Verdad, Maat). Es necesario para superar esta prueba un corazón de fuego que reduzca a cenizas las acciones”.

                El verdadero corazón de un hombre, lo que lo humaniza y lo describe profundamente es la conciencia moral. Ésta se refleja en las acciones, pero no en una o dos, sino en la trayectoria de las acciones a lo largo de la vida. Una persona pérfida o envidiosa, podrá disfrazar durante un tiempo su carácter, pero tarde o temprano se desvelará. Una persona buena y justa podrá cometer errores, pero su sello tendrá el grabado de la prudencia.

                Por esta razón, jamás he juzgado a una persona ni a mi mismo por una conducta aislada. Esto me ha dado paciencia suficiente para darle tiempo al verdadero conocimiento de la gente. Para valorar a uno mismo o a otro, debemos conocernos y conocerlo. ¿Cuánto se tarda en conocer suficientemente bien a un hombre? Años, muchos años. Por lo tanto, hasta que no pasan varios años de convivencia no es posible valorar bien ni mucho menos juzgar con sensatez a las personas. Conocer bien a alguien es, para los egipcios antiguos, conocer su corazón-conciencia.

                El corazón-conciencia es “ese otro yo” que nos acompaña y que se da cuenta de todo lo que pensamos, de todo lo que sentimos y de todo lo que hacemos. A este “nosotros mismos” que llevamos siempre como compañero, no le podemos ocultar nada. Ese “otro yo”, muchas veces nos sopla al oído del alma lo que es correcto y lo que no. Cuando le hacemos caso estamos bien con nosotros mismos; cuando no le hacemos caso nos sentimos mal con nosotros mismos.

                El filósofo ateniense Sócrates le llamó daimon (=genio). Decía Sócrates que él tenía un genio que le advertía cada vez que iba a hacer o decir algo incorrecto o inmoral. En la filosofía del Tíbet le llaman la “Voz del Silencio”. En el esoterismo indo manas, en la cultura occidental la “voz de la conciencia”. Son diferentes nombres para referirse a una realidad interior y real.

                Cuando vivimos desde nuestro corazón-conciencia encontramos serenidad porque somos sinceros. Desarrollamos integridad y autenticidad porque no llevamos una doble vida moral. Nos volvemos eficaces porque actuamos con conciencia. Y mantenemos un buen humor porque desde dentro muchas de las situaciones estresantes y dolorosas que nos acucian, pierden gran parte de su carácter trágico.
               
                Algunas enseñanzas del visir Ptahotep sobre el corazón-conciencia:
“Para un hombre su corazón es vida, salud y prosperidad” (Ankh-Oudjat-Seneb).
“Sólo puede mandar aquel que llega al corazón”.
“Llega al corazón aquel cuyas palabras no giran egoístamente en torno a sí”.

“Quien obedece a su corazón estará en orden”.

Francisco Capacete
Filósofo y abogado

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