La
semana había transcurrido con un tiempo inestable, alternándose los días
lluviosos con los soleados y, a pesar de las predicciones de los medios de
comunicación, dudaba si salir a la calle con chubasquero o en mangas de camisa.
Por eso me llamó la atención, esa clara mañana que salí a correr por el campo,
que las hormigas sacarán al exterior sus depósitos de grano y tierra para
airearlos y secarlos. Pensé “¡si vuelve a llover no tendrán tiempo de proteger
su reserva invernal de alimento y abono!”. Pero ese día no llovió ni el
siguiente. Recordé que las previsiones meteorológicas para ese día eran lluvias
y tormentas. Así que por la noche comencé a reflexionar cómo pueden saber las
hormigas que no va a llover. Busqué en los libros de entomología y mirmecología
para encontrar la respuesta al “cómo” y solo encontré vagas hipótesis respecto
a la humedad ambiente y al infalible instinto. Ninguna respuesta satisfizo mi
necesidad de conocimiento y terminé por concluir que los científicos ignoran
cómo saben las hormigas que no va a llover.
Este detalle sin importancia refleja
una ignorancia disfrazada de conocimiento respecto a los temas fundamentales de
la naturaleza y del ser humano. Se cree saber casi todo cuando en realidad son
más las hipótesis y las dudas que las certezas. Es verdad que la ciencia ha
descubierto muchos mecanismos que explican cómo funcionan los seres vivos, pero
en las cuestiones esenciales todavía no tenemos respuestas claras ni
definitivas, de modo que a pesar del avance de las ciencias ignoramos
muchísimas cosas. Este artículo es un alegato de la ignorancia como punto de
base del espíritu filosófico.
A pesar de cuanto se escribe y se
enseña en las aulas, los científicos todavía no saben qué es la conciencia. Si
buscamos en los tratados de neurociencias y psicología vamos a encontrarnos con
definiciones que no explican o definen certeramente la conciencia. Son
aproximaciones. Declara el doctor en Neuropsicología Francisco Javier Álvarez
Leefmans que la conciencia “es al mismo tiempo la más obvia y las más
enigmática de las funciones mentales (…) Cualquier definición de la conciencia
en el momento actual no puede más que un carácter preliminar y por ende
provisional” (La última frontera de la neurociencia, 2002).
A la conciencia se la relaciona con
la mente y la capacidad de pensamiento abstracto, pero al investigar qué es la
mente nos encontramos que ni los científicos ni los psicólogos ofrecen una respuesta
satisfactoria. La mayoría de investigadores afirman que la mente es el cerebro.
Esta afirmación se topa con un problema y es que tal y como explicó Rafael
Yuste (neurobiólogo, formado en la Universidad Autónoma de Madrid) al periódico
Perfil en 2013, “El cerebro es la única parte del cuerpo humano que no
conocemos cómo funciona, a pesar de que llevamos trabajando en ello un siglo.
La razón por la cual es tan desconocido es porque se trata de un sistema muy
complejo. Es, quizás, el trozo de materia más complejo del Universo. Tiene 100
mil millones de neuronas con diez mil conexiones cada una”. Si se desconoce
cómo funciona el cerebro y todavía más se desconoce qué es la mente, ¿cómo se
puede afirmar que la mente es el cerebro? No hay suficientes datos como para
identificar o ubicar la mente en el cerebro. De modo que desconocemos cómo
funciona el cerebro.
Los biólogos nos hablan de los seres vivos y sus mecanismos de
supervivencia. La Bioquímica describe los procesos metabólicos y otros con
exactitud, mas el fundamento de todo ello, la “Vida” sigue inexplicada. Todavía
no se sabe cómo apareció la vida en la Tierra. Prueba de ello son las numerosas
teorías que hay al respecto, Teoría de la panspermia, Teoría de los principios
simples, Hipótesis del mundo de ARN, Teoría glacial, Teoría de fuente
hidrotermal, etc.
¿Cómo se inició el universo? ¿Cuándo y cómo apareció
el hombre? ¿Qué partícula o energía ordena el universo? ¿Quién soy yo? ¿Qué son
los Ángeles y demás seres que citan los mitos y leyendas de todos los pueblos?
¿Por qué el agua a la que se le añade tela de araña cura determinadas
enfermedades de los caballos? ¿Por qué un collar de siete ajos cura las
lombrices estomacales? Estas y muchas más preguntas permanecen sin responder
por la moderna ciencia. Pareciera que los métodos que usa la ciencia actual no
dan más de sí, porque a pesar de todos los experimentos efectuados, no se ha
podido encontrar respuesta a los temas fundamentales como los reseñados en este
breve artículo.
Durante tres siglos y medio se ha empleado el método
empírico para investigar y parece que ha llegado la hora de reflexionar sobre
su validez como método universal. Tal vez, sea el momento para que los
filósofos de la ciencia se atrevan a dar un paso adelante y descubran un nuevo
método de investigación que permita dar respuesta a las incógnitas actuales.
Ese nuevo método deberá ser coherente con el nuevo enfoque de la naturaleza que
se está gestando en la llamada “nueva ciencia”.
Francisco Capacete González
Filósofo y abogado
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