miércoles, 10 de septiembre de 2014

¡CÓMO SOMOS LOS MALLORQUINES! (II)



Mallorca es, indiscutiblemente, una tierra acogedora, amable y nutridora. Y los mallorquines nunca hemos tratado mal al foráneo ni al extranjero. Todo lo contrario. La hospitalidad hace sentirse al que llega de fuera casi como en su tierra y, a veces, mejor que en su propia tierra. A veces les cautiva la belleza casi espiritual del paisaje, como a Robert Greaves, quien dejó Oxford para afincarse en Deià. Jaume I  exclamó la primera vez que divisó la Medina Mayurqa, que le parecía la ciudad más bella de cuantas conocía. El Archiduque, como se lo conoce popularmente, expresó con estas palabras su profundo amor hacia la isla: “Cuando hayas contemplado la grandeza de Mallorca, cuando hayas comprendido su profundo secreto de la Isla de Oro, la amarás toda la vida”. Josep Coll i Bardolet se enamoró de la luz y el paisaje de Mallorca y, además de gironés, se hizo mallorquín.
     Otras veces los forasteros encuentran su lugar en Mallorca. Mi madre nació en Écija (Sevilla) y emigró a Palma cuando tenía 28 años de edad, ciudad en la que falleció. Recordaba con ilusión sus años mozos a pesar del hambre y las penurias propias de la postguerra. Pero cuando sus hijos le preguntábamos si prefería vivir en Sevilla o en Mallorca, ella sin dudar contestaba que para qué se iba a marchar de la isla si aquí estaban su casa y su familia. Y no lo decía solo en el sentido de perder unas propiedades o alejarse de los seres queridos, sino más bien le resultaba absurdo dejar su tierra, su lugar en el mundo. Mi madre se sintió acogida desde el principio en Palma y esta tierra la hizo hija predilecta, como a tantos miles de inmigrantes. Somos tan hospitalarios que, según informaba este medio el 8 de julio de 2014, los niños saharauis del campamento de refugiados de Tindouf que son invitados a pasar unos días en verano, lloran cuando vuelven a ver a las familias que les acogieron el año anterior.
     ¿Somos conservadores? ¿Nuestra mentalidad es conservadora? Sinceramente, pienso que sí. No me refiero a una opción política conservadora –aunque tiene su reflejo en la política-, sino a una natural inclinación a hacer lo de siempre. Nos gusta hacer lo que se ha hecho siempre, a veces por pereza, otras por miedo al cambio y otras por sentido común, es decir, que lo que hicieron es fadrins es lo que funciona mejor, por ejemplo, las técnicas de empeltar.
     Es verdad que en cuestiones de patrimonio histórico no hemos sido diligentes, nos hemos despreocupado de conservar las ruinas arqueológicas, los museos y de rescatar las piezas de inapreciable valor que han desaparecido en el mercado negro. En este sentido, tenemos un suspenso como una catedral. Nos interesamos más por las danzas tradicionales, algunas de las cuales han sido rescatadas del olvido como la de los cossiers, por las fiestas de carácter mitológico y popular como el “Cant de la Sibil.la”, por las técnicas de construcción como la pedra en sec, que por el patrimonio arquitectónico histórico. Así que además de entonar el litúrgico canto medieval o La Balanguera, nos conviene entonar, en este sentido, un mea culpa.

     Pienso que somos de naturaleza conservadora porque amamos la paz. Cuando miro las casas de foravila, con sus terrazas y balcones orientados al este, donde poder sentarse al atardecer a descansar, imagino una vida más sencilla, con menos preocupaciones y prisas, imagino la vida que vivieron los abuelos hasta no hace mucho. Valoramos la paz y nos preocupamos mucho por no molestar. Claro, en Ciutat  es más difícil no molestar porque somos muchos en poco espacio y -quieras o no- nos molestamos cuando uno aparca en doble fila para ir a comprar la barra de pan, o cuando queremos entrar todos a la vez en el autobús y el conductor solo ha abierto una de las hojas de la puerta delantera o cuando el deporte depara celebraciones nocturnas. Pero si nos detenemos un poco a observar nuestra conducta, seguro que detectamos esa inclinación a no molestar a los demás.
     Somos alegres. Nos sale natural la alegría, el chiste, el meternos con el otro para hacer una gracia y el reírnos de nosotros mismos y nuestras costumbres, como aquel amigo que me decía que un mallorquín no puede ser torero, porque para ser torero hay que tener “un poc de nirvis” y, claro, los mallorquines somos demasiado tranquilos como para enfrentar a una bestia que embiste a 10 pitones por minuto. Somos más alegres que los catalanes y los aragoneses, a pesar de que la mayoría de la población de la isla procede de estos pueblos. De modo que deduzco que este rasgo de nuestro carácter pudiera ser una herencia musulmana mediterránea. Y es que los musulmanes dejaron una profunda huella en nuestra cultura, en el lenguaje, en las tradiciones, en las costumbres y, seguramente, en el carácter. He viajado varias veces por Marruecos y Egipto y he paseado por los barrios donde no suelen llegar los turistas, donde se vende alcohol en bolsas de basura y el tiempo transcurre perezosamente. Y he descubierto que compartimos algunos caracteres como la parsimonia, la alegría, el no agobiarse y la hospitalidad.
     Estos rasgos de nuestro carácter y otros que todavía no conozco pueden aparecer en cada persona como virtud o como defecto, dependiendo cómo se vivan. El no molestar y la inclinación por la tranquilidad pueden vivirse junto a la solidaridad o, por el contrario, limitados por la indiferencia. Los caracteres no son ni virtudes ni defectos, pero pueden ser modificados por virtudes y defectos.

     He compartido contigo, querido lector, algunos caracteres que en su conjunto pueden reflejar un pueblo ideal. Y esto es lo que deseo de todo corazón, que todos, individual y colectivamente, marchemos hacia un futuro ideal que nos inspire una Mallorca mejor. 

lunes, 4 de agosto de 2014

¡Cómo somos los mallorquines!



            Me considero mallorquín aunque mis padres sean sevillanos porque nací en esta maravillosa isla. Lo primero que vieron mis pequeños ojos fue el cielo azul pálido y rojo del otoño y crecieron nutriéndose de la luz teñida de mar. Mis pies descalzos caminaron por la tierra de los honderos antes que por ninguna otra y esta tierra insufló en mi espíritu su carácter inconfundible. Mi olfato percibió la brisa salina del mar mediterráneo junto al lácteo olor del pecho de mi madre. Y, si bien di mi primer beso de enamorado en la ciudad condal,  la Serra fue mi primer y verdadero amor.
            Viví doce años en Barcelona. Me marché porque mi alma adolescente me exigía aventura y traspasar los límites establecidos. Viví aventuras y traspasé los límites geográficos y sociales. Y cuando menos me lo pensaba regresé a mi almendrada isla rocosa. Tal vez, por ser mallorquín de carne y forastero de sangre, me ha atraído sobremanera comprender el carácter mallorquín, del que poco se habla y menos se escribe, del que sobresalen los tópicos quedando oculto su sello. Como no sé qué es ser mallorquín, pero lo intuyo, me decidí a investigar, a observar y a poner por escrito el resultado de estas pesquisas. Lo que escribo no es la verdad, pero es mi verdad, lo que sinceramente siento y pienso.
            Hay autores que defienden que el carácter de un pueblo viene definido por su historia. De ser así cada vez seríamos más mallorquines, porque a más historia más carácter y, viceversa, en los tiempos de los honderos habríamos sido menos mallorquines que en el siglo XX. Con un pueblo pasa, más o menos, que con un individuo. Los niños, aunque no tengan muchos años de vida –poca historia- ya poseen un carácter definido. Las experiencias que vendrán luego, a medida que transcurra su vida, le permitirán aquilatar ese carácter, darle más brillo, más presencia o, por el contrario, diluirlo en la masa social si no aprovecha esas experiencias.
            De modo que la historia no es la que hace el carácter de un pueblo, sino que es uno de los muchos que le dan su forma de ser. Por ejemplo, Mallorca ha sido objeto de varias invasiones a lo largo de su historia; parece ser que todo comenzó con los íberos, luego llegaron los romanos, vándalos, bizantinos, árabes, cristianos y, por último, las oleadas germanas. Pero ¡qué pueblo no las ha tenido! Los griegos fueron invadidos por los persas, los romanos y los turcos. México por los toltecas, los españoles, los franceses y los norteamericanos. Hay quien argumenta que tanta invasión nos ha hecho indiferentes y pasotas. De ser así, los griegos y mejicanos también lo serían. De modo que, además de la historia, otros factores influyen en la formación de nuestra forma de ser.
            Para mi tiene gran relevancia el carácter de la tierra. Los antiguos hablaban del genius loci.  “Genius loci es un concepto Romano. De acuerdo a las creencias romanas antiguas, cada ser independiente tiene su «Genius», su espíritu guardián. Este espíritu da vida a la gente y a los lugares, los acompaña desde el nacimiento hasta la muerte y determina su carácter o esencia (…) El Genius denota lo que una cosa es o lo «que quiere ser», según las palabras de Louis Khan” (Christian Norberg, Revista Morar, núm. 1. Facultad de Arquitectura Universidad Nacional de Colombia). Si queremos descubrir de dónde procede nuestro carácter tendríamos que investigar cómo es el carácter del Genio de Mallorca - pero esto es asunto para otro artículo.
            Uno de los rasgos que nos definen es una especie de aversión ingénita hacia todo lo que sea ser más que los demás. Somos gente sencilla y no nos gustan aquellos que se las quieren dar de superiores. Si bien, nuestra tierra y cultura tienen unos valores únicos, históricamente no ha sido relevante ni económica, ni social, ni culturalmente, como nos recuerda el profesor Vidal, “Mallorca era uno de los Reinos que, sin lugar a dudas, ocupaba una condición de segunda categoría. Era un Reino de segundo orden” (J. Juan Vidal, "Mallorca: un Reino sin Cortes". Archivo Sardol 47/49, 1996, pp. 237-251). Algo que jamás se le perdonará a la Munar son esos aires de superioridad, de aristocracia artificial y postiza que se gastaba; algo que jamás se le perdonará al Matas, no es su palacete y sus escobillas del w.c. de 500 €, sino el haber presumido de ello. Y esto porque nos gusta la tranquilidad que da la sencillez y la austeridad. Fijémonos en nuestra arquitectura: casas, iglesias, murallas son de factura sencilla y austera, incluso la Seu es de un gótico levantino sobrio, si bien la reforma de la fachada principal, tras el terremoto de 1851, inspirada en la moda francesa de las grandes catedrales, le añadió la fachada que contemplamos hoy día y que excede de las dimensiones propiamente mallorquinas. Recordemos qué revuelo causa ese macro cartel que anuncia las cuevas del Drach a la entrada de Porto Cristo. Lo que chirría del cartel no es su instalación en suelo rústico sin la preceptiva licencia, sino lo exagerado de sus dimensiones. No es coherente con nuestra forma de ser.
            Los mallorquines somos reservados, tal vez porque no nos sentimos muy seguros hablando de nuestro ser interior. No nos definimos (“ja et diré coses”), pero esto no nos supone ninguna angustia existencial porque sí sabemos muy bien quiénes somos como pueblo. Somos defensores acérrimos de las costumbres. El mallorquín no se identifica con una personalidad, sino con una tradición. No tiene como finalidad principal en la vida realizarse individualmente, sino realizarse como pueblo. El tan socorrido tópico de que somos cerrados es totalmente falso. ¡Cuántas veces he escuchado decir que somos cerrados porque vivimos en una isla! El más idiota de los discípulos de Platón hubiera detectado al instante lo absurdo de ese argumento. Es cierto que vivimos en una isla, pero esta isla no ha permanecido desconectada del resto del mundo. Además, hemos ido absorbiendo las influencias de las culturas que han pasado por la isla, señal de nuestra mentalidad abierta y plural. ¿Quieren conocer una mentalidad cerrada? Visiten el interior de Castilla y León o los pueblos del Pirineo vasco-francés. Nosotros somos mediterráneos, vivimos en la calle y en el campo, nos gusta la fiesta (Sant Antoni y el Carnaval tienen en Mallorca un patente carácter dionisíaco) y hacer amistad con los no-mallorquines, les llamemos como les llamemos. Es más, en Mallorca, tradicionalmente, las propiedades no se cerraban con muros. El payés que cerraba un campo lo hacía para que no escaparan los cerdos, pero no para cerrar su propiedad y aislarse. Mi amigo Jaume Salamanca, ya jubilado, que trabajó muchos años reparando averías por toda la geografía de la isla, me comentaba que cuando llegaba a un possesió, lo habitual era encontrarse hasta la puerta de la casa abierta, aun cuando sa madona estuviera labrando en el huerto. Esta moda de cerrar las fincas la han traído los alemanes y la necesidad de protegerse de los delincuentes. Nuestra mentalidad es abierta, hospitalaria, acogedora como la tierra en la que vivimos.
            Sí es verdad que somos reservados a la hora de hablar de nuestro ser interior. Pero somos extrovertidos con las manos. Como mejor expresa el mallorquín su mundo interior es con el trabajo cotidiano. Esta maravillosa joya que es Mallorca es una tierra domesticada por el hombre, un hombre doméstico, de la casa, de la isla, un hombre y una mujer locales que se mueven y se entienden mejor a corta distancia. Y ha ido expresando su ser interior pacientemente, labrando, cuidando, formateando la tierra que pisa y habita. Si quieres conocer bien a un mallorquín, trabaja junto a él.
            Otra cuestión que me ha llamado la atención es que la mujer ha sido quien, tradicionalmente, ha llevado los pantalones en la casa. “Sa madona” administra, decide, amonesta en privado, educa el carácter de los hijos, toma la iniciativa y conserva su patrimonio tras el matrimonio con el régimen de separación de bienes. Ella es la “energía” del hogar. Y es que vivimos una tierra que tiene una energía femenina: acogedora, doméstica, bella, íntima, cercana y misteriosa. ¿Será femenino el Genio de Mallorca? Tal vez, por este rol marcado de la mujer, el varón no ha sentido  necesidad de madurar demasiado deprisa. Los mallorquines somos de lenta maceración. Y, claro, tampoco hemos sentido una necesidad acuciante de colocar cada cosa en su sitio de nuestra propia personalidad. Pienso que al no tener certezas de cómo somos individualmente, tendemos a ser reservados. ¿Es que no conocemos bien nuestras propias emociones y eso nos hace ser parcos a la hora de hablar de uno mismo, de nuestra interioridad? Tomeu de Can Monget me explicaba hace unos meses que al mallorquín no le han enseñado a expresar sus emociones. Los padres, los abuelos, la sociedad no  dejaba que traslucieran las emociones. Recordemos nuestra Semana Santa, callada, silenciosa, de sentimiento contenido. Y claro, ¿cómo vamos a ser espontáneamente extrovertidos si no sabemos manejarnos en lo psicológico? Eternos adolescentes, no obstante, disfrutamos sin complejos del síndrome de Peter Pan. No caemos en ninguna angustia existencial por no poder decir con palabras nuestro mundo interior, porque lo expresamos con nuestras manos. Aparentemente, somos niños, despreocupados,  incluso podemos llegar a aparentar indiferencia. Pero no nos engañemos, es pura apariencia.
            Estas son unos pocos rasgos de nuestro carácter. Mis investigaciones continúan y la pluma no quedará ociosa. ¡Hasta la próxima!

Francisco Capacete
Filósofo y abogado

viernes, 11 de julio de 2014

Estados asesinos

Según informa la agencia EFE continúa la escalada de tensión entre israelíes y palestinos. Siete civiles palestinos -tres mujeres y 4 menores- murieron en los ataques registrados en la madrugada del 9 al 10 de julio al impactar tres misiles israelíes en sus casas en la ciudad de Jan Yunes, en el sur de Gaza, con los que ascienden a 76 los muertos en la operación militar israelí "Margen protector", que entró en su tercera jornada. El número de heridos palestinos supera los 400, según fuentes sanitarias locales.

Esta triste historia se viene repitiendo desde hace décadas. El odio mutuo entre estos dos pueblos es cada día mayor y la oleada de violencia, de masacres, asesinatos, secuestros, torturas, vejaciones y violaciones es cada vez más grande e imparable. Ni la ONU, ni la Comunidad Europea, ni el Tribunal Penal de La Haya pueden detener este conflicto que cuenta con la anuencia de grandes superpotencias, como los EE.UU.
            Es de conocimiento público el origen del conflicto: la ocupación gradual de los territorios palestinos por comunidades judías para crear el estado de Israel. Es notorio que el enorme poder económico y la portentosa influencia política de los lobby judíos consiguieron que la comunidad internacional les concediera el derecho de tener estado propio. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas aprobaron la partición de Palestina (Resolución 181). Los palestinos, que constituían el 70% del total de la población y tenían el 92% de la tierra, retuvieron el 43% del territorio. El resto fue entregado a los judíos, que representaban el 30% de la población y poseían sólo el 8% de la tierra. Jerusalén se consideró dentro del 1% que quedaría como zona internacional.
            El 14 de mayo de 1948 los judíos proclamaron el Estado de Israel. Al día siguiente estalló la primera Guerra Árabe-israelí y  nació el «conflicto de Oriente Medio». Palestina quedó dividida en tres partes: la que ocupaba Israel; la ribera occidental del Jordán (Cisjordania) que pasó a Jordania, y Gaza, que quedó bajo la administración de Egipto. Desde entonces la violencia se ha enseñoreado en las “tierras santas”.
            Como abogado en ejercicio contemplo angustiado la violación de los derechos humanos en los territorios israelíes y palestinos. El hecho es que hay un estado, Israel, que mantiene una guerra –no declarada- contra un no estado, Palestina. Tanto unos como otros se acogen a la argucia legal de que no son de aplicación las Convenciones de Ginebra y sus Protocolos que regulan las consecuencias de las guerras entre estados y como tratar a heridos, refugiados, prisioneros, etc., porque no se trata de una guerra internacional. Y para la comunidad internacional no estamos en presencia de un guerra, sino de un conflicto local que debe regularse según las leyes de ese estado, es decir, según las leyes de Israel, puesto que Palestina no tiene todavía una cámara de representantes y una legislación aceptadas por todos los palestinos.
            Ante esta situación, me pregunto, ¿los asesinos y terroristas palestinos como deben ser tratados? ¿Se les debe juzgar por los crímenes que comenten? ¿Qué tribunal les debe juzgar? ¿Qué clase de tribunal es el Tribunal de Seguridad del Estado de la Autoridad Nacional Palestina (ANP)? ¿Qué legitimidad tiene Israel para ejecutar a presuntos asesinos o terroristas sin que un tribunal los condene? ¿Qué legitimidad ostenta Israel para matar a civiles cuando persigue asesinar a presuntos asesinos o terroristas?
            Como filósofo no puedo estar de acuerdo ni con los asesinos israelíes ni con los asesinos palestinos. Mi conciencia moral reprueba toda clase de asesinatos y crímenes. Como abogado no puedo estar de acuerdo con las ejecuciones de seres humanos ordenadas por un gobierno, sin que haya habido un proceso justo. Y esto es lo que está ocurriendo en Oriente Medio.
            Ahora imaginemos que lo que ocurre en Israel ocurriera en España. Vamos a suponer que en una Comunidad Autónoma se formara un grupo terrorista que asesinara a civiles y militares en otras partes del territorio nacional. Vamos a suponer que el gobierno central ordenara, bajo la excusa de proteger a la población, lanzar misiles contra el edificio donde presuntamente residen esos terroristas para matarlos. Vamos a suponer que en ese edificio viven también civiles, hombres, mujeres y niños, que resultan heridos o muertos por la acción de castigo contra los terroristas. ¿Podemos imaginarnos algo tan atroz en nuestro país? No, obviamente que no. ¿Cómo reaccionaría la comunidad internacional? Lo rechazaría totalmente y, a buen seguro que, de no deponer esta forma de actuar, nos expulsarían de la CEE y de la OTAN.
            Si unas felaciones en Magaluf han causado revuelo en medio mundo, ¿qué revuelo no causarían las ejecuciones y muertes indiscriminadas en España? Y ¿por qué es España o Francia o Alemania no se permitiría algo así y, sin embargo, en Israel sí se permite? ¿Qué tiene de especial Israel para que pueda ejecutar a personas indiscriminadamente y no le ocurra nada?
            Vivimos en un mundo donde lo absurdo es el pan nuestro de cada día. Nos hemos quedado sin sentido común, ni conciencia moral. Los estados se gastan millones de millones en espectáculos deportivos para mantener a los pueblos entretenidos, mientras en la sombra juegan el triste monopoly donde compran y venden seres humanos como si fuéramos simples cromos sin valor alguno.
            Pero también vivimos en un mundo donde cada vez hay más gente que lucha por los derechos humanos, por la dignidad humana, por la paz y por la concordia. De modo que siempre queda la esperanza como motor de cambio y transformación de las sociedades humanas. No nos quedemos con los brazos cruzados en agónica indiferencia. 

martes, 24 de junio de 2014

LA MISIÓN DEL ARTE

Con más pausas que de costumbre
miró mansa a la blanca nube.
Su cuello fue girando
como atado a la deriva
del esponjoso y vaporoso buque.

La nube perdiose a lo lejos.
Quedó solo el azul del cielo
frente a los ojos pardos
de la joven y serena artista,
buscadora de la Belleza su secreto.

“¿Cómo hallar la armonía
si no puedo leer en la lejanía?”,
era la queja y la inquietud
de la joven artista que avanza
sin poseer aun la sabiduría.

Tras la pregunta llegó la respuesta
como a la pisada le sigue la huella.
¡Los grandes artistas
plasman la gracia del Universo
en los templos, en los poemas!

Lo que nosotros no vemos
del artista es ya su pensamiento.
Con denuedo, sacrificio y devoción
se entrega a la mágica labor
de domesticar lo inmenso.

El infinito toma forma,
lo eterno adquiere norma,
toma cuerpo lo invisible
y en las bóvedas de los templos
la secreta armonía se nombra.


¡La obra de arte refleja la Belleza!
¡Alzamos la mirada y está tan cerca!
Esta es la función del Arte,
¡cincelar lo invisible

para que el Alma crezca!

Francisco Capacete

jueves, 5 de junio de 2014

NOS ESPÍAN


La poderosa Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos tiene una base de datos ultra secreta con las informaciones que la agencia recoge sobre jefes de Estado y de Gobierno que incluye los nombres de los líderes de dos tercios de los países del planeta. La fuente que se utiliza para alimentar la base de datos es el programa Marina, una herramienta informática que recoge metadatos que le permite registrar quién llama a quién, cuándo, desde dónde y por cuánto tiempo. En un cable de diciembre de 2009 se supo qué les interesaba saber de la Presidenta de Argentina: “¿Cómo controla Cristina Fernández de Kirchner sus nervios y su ansiedad? ¿Cómo le afectan las emociones en su proceso de toma de decisiones y cómo baja la tensión cuando está angustiada?”.
Según los cables dados a conocer por Julian Assange, los diplomáticos estadounidenses tienen una misión específica en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, conseguir material genético (ADN) de los altos funcionarios de la organización. El escándalo de las filtraciones de WikiLeaks nos ha permitido conocer los entresijos del espionaje internacional y concienciar que lo que vemos en las películas de ficción se corresponde en gran parte con la realidad.
Podríamos pensar que todo esto no nos afecta a los ciudadanos porque no somos personalidades relevantes. Sin embargo, las filtraciones también han dado a conocer cómo nos espían y cuánto pueden llegar a saber de nosotros.
La NSA intercepta millones de imágenes de rostros de personas que circulan por Internet y que utiliza para programas de reconocimiento facial con fines de inteligencia, según publicó el diario The New York Times, a partir de documentos de 2011 sustraídos por el exanalista de la agencia Edward Snowden. Reveló como el gobierno de Estados Unidos accede a miles de llamadas telefónicas en el país y a la información de los usuarios de las grandes empresas de internet, como Google, Apple, Microsoft y Facebook por medio del programa de vigilancia secreto PRISM.
Hace unos meses el diario The Guardian ya publicó que la NSA y su equivalente británica habían interceptado imágenes de usuarios de Yahoo! tomadas desde las cámaras frontales de ordenadores. Esta información revela una práctica muy extendida de sacar provecho al enorme flujo de fotografías que circulan en correos electrónicos, mensajes de texto, redes sociales o videoconferencias. La agencia utiliza un programa denominado Optic Nerve (Nervio Óptico) que almacena, al azar, una imagen cada cinco minutos. Sólo en seis meses (2008) se pincharon las cuentas de más de 1,8 millones de usuarios. Un dato relevante es que estas personas no eran sospechosas de ningún delito. Se trataba de interceptaciones indiscriminadas a usuarios particulares.
Los ávidos trackers que husmean nuestro recorrido por la Red, recaban información no sólo relativa a nuestra persona, sino también la de nuestra lista de contactos. Este inquietante dato se desprende de un estudio llevado a cabo por Balachander Krishnamurthy y Craig Wills, en el que queda patente que tanto Facebook como LinkedIn facilitan a las empresas los datos personales de los usuarios, sus contactos e intereses. Con esta información, las firmas de marketing que explotan esta valiosa información, pueden crear perfiles personalizados de cada uno de nosotros, con nombre, apellidos, aficiones, amistades y páginas web que visitamos habitualmente.  La Electronic Frontier Foundation (EFF) llegó a contar hasta diez fuentes diferentes de cookies, javascript y demás elementos extraños que recaban información sobre nuestro paso por Internet. Y nos conseja configurar los navegadores para que borren las cookies cada vez que se abandona una sesión.
Estos pocos datos que han salido a la opinión pública nos revelan que vivimos en una sociedad controlada por los servicios secretos. Cuanto más usamos los medios electrónicos, más controlan nuestras vidas. Claro, si no hacemos nada que ponga en riesgo la seguridad nacional nunca tendremos problemas y es muy posible que sigamos comprando y consumiendo creyendo que somos nosotros mismos quienes elegimos lo que compramos. Pero ¿y si alzamos la voz para denunciar que el sistema tiene un fallo? ¿Nos dejaran en paz? Es curioso y perverso a la vez que en cuanto aparece una persona o un grupo de personas que cuestionan lo establecido, al instante aparecen en los medios artículos, noticias y datos que les denigran. Lo último, el caso del partido político Podemos. Ya les han echado encima a los perros de presa. Otro ejemplo, nuestro querido Joan Carrero. A él también le espiaron los servicios de inteligencia y trataron de ensuciar su imagen para que sus denuncias sobre el genocidio cometido en la zona de los Grandes Lagos de África no tuvieran suficiente fuerza.
Nos espían. ¿Qué hacer? Espiemos también. Busquemos información sobre aquellos que nos espían. Estemos informados para poder defender nuestras opiniones y, sobre todo, para que no nos manipulen.
Nos espían. ¿Qué hacer? Como filósofo no puedo dejar de aconsejar el desarrollo de la vida interior, porque el interior de nuestra personalidad es inalcanzable para los satélites, los robots informáticos y las cámaras de vídeo que llenan nuestras ciudades. Pensemos, reflexionemos, amemos, investiguemos, ríamos y lloremos para vivir y no para publicar. Es verdad que la vida interior es más plena cuando la compartimos con los seres queridos. Pero también es verdad que se banaliza cuando se comparte indiscriminadamente. Construyamos una reserva natural para nosotros mismos, donde entren solamente aquellas personas que decidamos libremente dejar pasar. ¿Qué nos aconsejaría Sócrates? Que tu vida real sea un 90% y tu vida virtual un 10%.