El black Friday llega un año más a nuestras tablets, televisores,
periódicos, móviles, hasta en la sopa nos encontramos anuncios que invitan a
comprar aprovechando las maravillosas rebajas que los comercios aplican en
estos días. El marketing nos presenta esta moda como una verdadera fiesta, la
fiesta de los descuentos. Se produce tanta presión mediática que aquellas
personas que no tienen pensado comprar nada llegan a sentirse desubicadas, como
si se estuvieran perdiendo algo y no saben muy bien el qué. “Si tengo de todo,
¿qué voy a comprar? Pero si no compro nada pierdo una oportunidad de oro de
ahorrarme un dinerito”. Más o menos esta sería la duda que muchísimas personas
se plantean en estos días cercanos al viernes negro.
Es tal la euforia con que se
publicita esta campaña de ventas que realmente parece que hubiéramos ganado una
copa del mundo. Sin embargo, no hay nada que celebrar. Todo lo contrario, tras
la aparente maravilla que supone se esconde una tragedia que tiene mil caras. La
inmensa mayoría de productos que se ponen a la venta a precios “regalados” han
sido fabricados con materiales de baja calidad y con mano de obra barata que
sufre explotación laboral. No hay nada más que fijarse en la etiqueta de origen
y comprobaremos que de cada 10 productos, 7 son made in sudeste asiático. Si no fuera así, las empresas no podrían
poner a la venta productos tan baratos.
Creemos que vamos a ahorrarnos dinero
si compramos en estos días a precios tan buenos, pero la obsolescencia programada
nos obligará a tener que adquirir un nuevo producto al cabo de poco tiempo. Un
ejemplo de esto son los teléfonos móviles. La gran oportunidad suele ser la
gran estafa, porque la batería se estropeará pronto o algún elemento interno se
romperá y arreglarlo nos costará más que el propio dispositivo.
Seguimos enchufados, como si fuéramos
consumo-dependientes, a la rueda del comprar y tirar, en un planeta que se está
rompiendo a consecuencia de la polución humana. La emergencia climática es una
realidad. La contaminación mata a decenas de miles de personas en todo el globo
cada año. Pero esto no puede impedir que sigamos consumiendo artilugios que no
necesitamos, sencillamente porque son baratos. ¡Hasta dónde puede llegar
nuestra locura! Tal vez, estemos buscando la felicidad en ello porque no la
encontramos en nosotros mismos, en estar tranquilos con la familia, en pasear
conversando con la pareja, en salir al karaoke con los amigos y hacer un poco
el payaso, en contemplar la maravillosa isla verde en que se convierte Mallorca
en noviembre. Hipnotizados por el viernes negro nos perdemos el noviembre
verde.
Nuestra consumo-dependencia está
provocando que se pierdan los negocios locales, de proximidad porque los que
hacen negocio son las grandes cadenas y corporaciones mercantiles. Así,
colaboramos inconscientemente con la depredación de grandes y anónimas máquinas
sin alma sobre la población y la trama social de nuestra tierra. Hace pocos
días abrió en Palma una cadena francesa de venta de libros y demás objetos de
papelería y ocio. Obviamente, tenía que abrir justo para el viernes negro. Esta
cadena podrá ofertar grandes descuentos y las pequeñas librerías y papelerías
de toda la vida no podrán competir con estos leviatanes. Cuando paseemos por
Palma y veamos que se ha convertido en una ciudad más sin alma, con sus
kentukys, macdonals, zaras, pizzahuts, cortesingleses, etc., nos daremos cuenta
que no habrá ninguna diferencia con otras muchas ciudades del mundo, que
también van siendo fagotizadas por los depredadores imperiales. Entonces será
demasiado tarde para dejar de comprar.
No hay nada que celebrar. Realmente,
se acerca un viernes negro, un viernes de luto, un viernes de esperpento. En
nuestras manos está no seguirle el juego a este Gran Engaño.
Francisco Capacete González
Filósofo y abogado
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