martes, 29 de octubre de 2019

Anomalías democráticas


Hace pocos días escuché la comparecencia del Presidente del Gobierno para informar sobre la exhumación del cadáver del que fuera el Generalísimo y de cuyo nombre no quiero acordarme. Mientras se colaba en mis oídos la palabrería hueca, huera y muerta a la que nos tienen habituados los políticos, me saltó la voz de alarma al escuchar que con esta acción de memoria (revancha diría yo) histórica se terminaba con una anomalía democrática. El significado contextual de esta expresión era que se había extirpado de la democracia española un elemento que no era coherente con ella, a saber, que exista un monumento a un dictador.
Es importante depurar la democracia de todos aquellos elementos que sean contrarios o incompatibles con ella si queremos vivir en una sociedad que se organice según los principios democráticos, esto es, soberanía popular, división de poderes y limitación de los mismos en base al control de la ciudadanía. Además de los monumentos dedicados a dictadores que todavía sobreviven repartidos por la geografía española, ¿existen otros elementos anómalos en el seno de nuestra democracia? La respuesta es afirmativa, existen y, desgraciadamente, en cantidad. Vamos a ver unos pocos ejemplos.

La pervivencia de la monarquía es una anomalía democrática. Tenemos al Jefe de Estado que no es nombrado ni por el pueblo ni por los representantes del mismo. Es cierto que la monarquía en España no tiene ningún poder efectivo, sino que su papel es meramente representativo. No obstante, es un anacronismo que nada tiene que ver con un sistema democrático. Además, en la sucesión a la Corona los varones tienen preferencia sobre las mujeres, otra anomalía democrática que choca con todo el esfuerzo que se está realizando para acabar con el machismo en nuestra sociedad. Lo más grave es que esta anomalía está contenida en la mismísima Constitución.

Los privilegios de la clase política que no tienen los ciudadanos. En la sociedad estamental medieval la clase nobiliaria y el clero disfrutaban por el simple hecho de ser nobles o curas de unos privilegios que estaban vedados al pueblo llano. Las sociedades democráticas avanzadas desterraron este sistema de organización estamental y se rigen por el principio de legalidad que prohíbe los privilegios. Ningún ciudadano percibe una renta vitalicia por cuatro años de trabajo, sin embargo, los presidentes de gobierno sí. Esto es un privilegio y, por lo tanto, una anomalía democrática.
Otra anomalía democrática es el abuso que se hace del interés general para justificar decisiones limitativas de los derechos de los ciudadanos. Un ejemplo entre miles. En febrero de este año, a las preguntas planteadas por Ciudadanos, que pedía saber los motivos por los que «de manera sistemática» el Gobierno declara secreto oficial los viajes personales del Presidente cuando utiliza medios del Ministerio de Defensa como el Falcon, el Gobierno justificó los viajes del Presidente con medios públicos, incluido su desplazamiento para asistir al festival de música de Benicasim o para acudir a la boda de un familiar en La Rioja, por ser de «interés general».
La impunidad de los partidos políticos que no cumplen con lo prometido en las campañas electorales cuando acceden al gobierno, es otra anomalía democrática. Si un ciudadano le promete a hacienda que va a pagar y no paga se le sanciona. Si un ciudadano se compromete a ir al trabajo cuando firma el contrato laboral y no acude al mismo, se le sanciona con el despido. Sin embargo, a los políticos que no hacen aquello a lo que se han comprometido ante el soberano legítimo que es el pueblo, no les pasa nada, no están obligados a dar ninguna explicación, ni a pasar ninguna auditoría ni existe ninguna figura penal ni administrativa que lo tipifique como delito o infracción. Esto es muy anómalo.
Detengo aquí el listado para no perder la salud democrática ni mental constatando todas las anomalías que se dan en nuestra democracia y que la hacen menos democrática. Está bien que los huesos de los muertos reposen allí donde se merecen y si hay que remover cielo y tierra para lograr reparar una anomalía hágase. Pero, queridos “poquíticos”, no paren ahí, ya que han comenzado continúen con las demás anomalías democráticas. ¡Ya tienen trabajo!
Francisco Capacete González
Filósofo y abogado


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