¿Adónde nos llevan las guerras que
todavía hay en el mundo? ¿Adónde nos conduce la lucha por el petróleo, los
diamantes y las rutas comerciales? ¿Somos conscientes del estado al que nos
conduce esta discordia sanguinaria? Si pudiéramos visualizar, aunque fuera por un
instante, las graves consecuencias de este mundo en guerra, gritaríamos
desconsolados para impedirlo. Actualmente, millones de jóvenes son obligados a
matar y a dejarse matar en Siria, República Centroafricana, Sudán del Sur,
Yemen, Colombia, Palestina, Israel, Irak, Ucrania, Birmania, Afganistán,
Argelia, Chad, Etiopía, Filipinas, India, Nigeria, Pakistán, República del
Congo, Rusia, Somalia, Sri Lanka, Tailandia, Turquía, Uganda. El número de
refugiados, es decir, de personas civiles que se ven obligadas a dejar sus
casas se cuenta por millones y ha superado el número de refugiados de la II
Guerra Mundial. La cantidad de muertos también ha superado a los causados en
las Grandes Guerras. Parecía imposible, pero lo hemos conseguido y este récord
no aparece en el libro Guinness porque nadie se hace responsable de ello. Se
han realizado muchos esfuerzos internacionales para disminuir los conflictos
armados y no ha sido suficiente. Entonces, debemos preguntarnos qué está
fallando. A pesar de estar tratando de solucionar esta grave lacra, la lacra
aumenta su tamaño y ferocidad. La solución no está funcionando o, al menos, no
a la velocidad que deseamos. Esto significa, inevitablemente, que la guerra se
va a ir extendiendo cada vez más. Hasta ahora los centros de poder económico
han conseguido ubicar las luchas armadas en países discriminados y pobres para
poder comprarlos a bajo precio. Hasta ayer pensaban que siempre iba a ser así,
pero se equivocaban, las guerras se acercan cada vez más a los países ricos. De
hecho, ya están dentro los núcleos bélicos: los terroristas. Ningún país rico
se ha liberado del terrorismo, cuyas causas son las mismas que las de las
guerras. Quieren hacernos creer que los actos terroristas son provocados por el
fanatismo religioso. Falso. El terrorismo internacional persigue también
controlar la economía y las fuentes de poder ¡Ya tenemos la guerra en casa! ¡Ya
hay gente que muere despiadadamente! Y esto va a más. Hemos sembrado guerra y
lo que recogeremos es guerra.
¿Cuál es el mundo al que nos
encaminamos? ¡Míralo directamente si te atreves! Niños huérfanos en las calles,
criaturas indefensas pasando hambre todos los días; jóvenes a los que se les
quiebra el alma cuando ven que han apretado el gatillo y otro cuerpo se
desploma en el polvo, jóvenes convertidos en monstruos de matar; adultos que
comercian con los restos humanos, adultos que sobrevuelan los tejados de las
casas y dejan caer bombas que aniquilan a sus moradores; hombres y mujeres arrastrando
sus miserias clamando con voces desgarradas por un trozo de pan; ancianos que
ven horrorizados cómo queman los campos que tanto esfuerzo les llevó cultivar;
abuelos que no entienden qué hicieron mal…
Esto es lo que actualmente está
sucediendo en todos aquellos países que están en guerra. ¿Queremos que nos pase
también a nosotros? Entonces hagamos porque no le suceda a nadie.
Platón enseña que la guerra entre
estados se inicia, como todas las cosas, con pequeños actos de discordia entre
particulares; cuando la discordia crece y se expande entre los hombres, los
estados entran en fase de odio mutuo y se enfrentan con toda su fuerza. Esta es
la causa de muchos conflictos entre países, religiones, naciones y minorías
étnicas. Sí que podemos hacer cosas para evitar las guerras: eliminar la
discordia. Esto sí que está a nuestro alcance. Construir un mundo sin guerras
es posible, hay que destruir las armas y usar las herramientas éticas que son
los valores humanos. Uno de ellos, el más poderoso, es la concordia, “corazón
con corazón”. Vivamos juntando nuestros corazones. No se trata tan solo de
llevarse bien, sino de descubrir que los seres humanos siempre marchamos
juntos. De cada uno depende marchar destruyendo o construyendo.
Francisco Capacete González
Abogado y filósofo
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