Cuando Kundera
escribió la novela La insoportable
levedad del ser, en 1984, expresó la angustia y el dolor del ser humano
ante una vida leve, sin peso, sin esencia y sin raíces, sin alma. Todos los
personajes, excepto la mascota de Tomás y Teresa, viven experiencias
provisionales sin expectativas que reflejan un insoportable estado de nadidad.
El ser se reduce al ir/existiendo. La vida renuncia a la conquista, al ir más
allá, a la búsqueda de su propio interior. La novela del escritor checo fue un
éxito de ventas y de lecturas, llevándose al cine en 1988. La década de los
ochenta fue prolífica en temática existencial porque el sueño de la modernidad había
fracasado, la construcción de un mundo en el que todos seríamos iguales pereció
con la demolición de los edificios Pruitt- Igoe en 1972. Y al despertar de ese
profundo sueño, la sociedad de aquella década se preguntó “¿dónde estamos?,
¿quiénes somos?”.
Los ochenta fueron
sepultados por los noventa y la aparición de las nuevas tecnologías. Los
“felices años noventa” produjeron un efecto euforia en muchos sectores de la
sociedad. El sector de la construcción comió y engordó. La ciencia biológica se
creyó la dueña del mundo de la mano de la genética. Los Aliados desafiaron al
mundo con sus súper ejércitos manipulados por súper ordenadores. Los partidos
políticos se dedicaron a montar campañas fastuosas, casi versallescas, con
tremendos efectos especiales. Todo era excelente, paradisíaco, hasta los bancos
regalaban hipotecas para celebrar el advenimiento de la Era Perfecta. La
temática existencialista casi desapareció de escena. Los filósofos dejaron de
hablar del ser porque el existir no necesitaba de metafísicas ni ontologías. El
yuppie no quería calentarse la cabeza mientras saboreaba la vida. Fabricamos
una nueva quimera, un nuevo sueño de felicidad constante, en el que la ciencia
podía explicarlo todo y arreglar todo lo que se estropeara.
Como ocurre en las
familias de alta alcurnia que llegan a la ruina financiera, en las que todos
sus miembros lo saben pero ninguno se atreve a hablar de ello en la mesa para
no malograr los excelentes manjares, así vivimos en la primera década del nuevo
milenio, con bienestares y felicidades, móviles, eurovisiones y promesas en
forma de primer presidente negro de EE.UU., pero sin hablar del tema no
resuelto de la existencia, del por qué vivimos y del para qué.
Todos somos
conscientes del terrible agujero financiero que atraviesan la mayoría de
estados, entre ellos el nuestro. Sabemos que la falta de una educación en
valores cívicos y humanos hace insostenible las ciudades. Los expertos alertan
sobre el cambio climático y sus consecuencias que ya están ad portas. Las enfermedades raras, las que no tienen curación y las
epidemias amenazan la salud mundial. Y, además de todo ello –por si no
tuviéramos poco-, permanece en la carpeta de cola de impresión esperando su
turno el tema de la existencia. Cuestión crucial e importante, porque no
sabiendo quiénes somos tampoco podemos encontrar el tipo de vida que nos
conviene realmente. Muchos filósofos y científicos han reflexionado sobre las
consecuencias de la ignorancia suprema, del quién soy, y las consecuencias son
precisamente esas que he mencionado hace unas líneas.
¿Qué solución hemos
elegido? ¿Conocer nuestro ser? No. Hemos elegido hacer soportable la levedad
del ser. Para logar soportar el vacío interior que cada vez es más grande,
hemos magnificado la diversión, llevado al extremo el deporte, histrionizado la
publicidad, exagerado los premios y sorteos, intensificado los efectos de las
drogas, priorizado la ganancia, maximizado el beneficio a corto plazo,
entronizado la mentira alagadora. Nos hemos rodeado de efectos especiales
increíbles para que su fulgor y volumen de sonido tape la pequeña voz interior
de nuestra alma. Y ¡cómo no!, hemos desterrado la filosofía de los planes de
estudio para que no nos moleste. Esta ha sido nuestra elección. Así nos hemos convencido de que no hace falta
saber quiénes somos para estar bien. Y si de vez en cuando nos llega algún
rumor proveniente del ser que nos trastoque el bienestar, siempre tenemos a
nuestro alcance los miles de falsos terapeutas que harán todo lo posible para
llevarnos por la senda de la inteligencia emocional para liberarnos de la
inteligencia del ser.
Conviene llamar la
atención sobre la insoportable soportable situación actual. Es apenas un
espejismo. Si volvemos a la filosofía a la manera clásica, a esa forma de vida
profunda, que busca el contacto con el ser para vivir mejor, despejaremos los
espejismos peligrosos y cada uno, en su individualidad, en su genuinidad,
abandonará el mundo de lo soportable para llegar al reino de la realización.
Francisco
Capacete
Filósofo
y abogado
Director
de Es Racó de ses Idees
1 comentario:
Coincido, aunque tal vez es un tanto pesimista. Pienso que hay más gente de la que creemos buscando, haciendo... Gracias por traer a mi memoria a Teresa, Thomas y Karenin...
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