viernes, 9 de junio de 2017

El eco de Descartes


La Edad Moderna tiene dos inspiradores: Newton en la ciencia y Descartes en la Filosofía. El primero puso las bases de la investigación del mundo y el segundo del pensamiento. Se acostumbra a considerar a René Descartes (1596-1650) como el fundador de la filosofía moderna. En su obra encontramos una frescura que no se halla en ningún otro filósofo desde Platón. Descartes no escribe como un profesor, sino como un descubridor y explorador, afanoso por comunicar sus hallazgos en el mundo del pensamiento.
Desde joven buscó la tranquilidad necesaria para dedicarse a pensar y ello le llevó a viajar continuamente, hasta que en Holanda encontró el anonimato suficiente para no ser molestado. Personaje tímido y conocedor de las ideas de Galileo, tuvo la prudencia de no publicar su primer libro para evitar ser molestado por la Inquisición romana. No obstante, sufrió persecuciones y ataques desde las iglesias y las universidades, en las que, a pesar del paso renovador de filósofos como Giordano Bruno, todavía se dogmatizaba en torno a la figura de Aristóteles. Matemático, filósofo, soldado, hombre de delicada salud, pasaba horas enteras seguidas meditando, convencido de que viajando por fuera no iba a encontrar cosas más válidas que “moviéndose” por dentro.
Su contribución a la geometría fue la invención de la geometría coordenada, es decir, la que se basa en la determinación de la posición de un punto en un plano por su distancia a dos líneas fijas. En física, Descartes se posicionó mecanicista, porque consideraba que las cosas y los seres eran como máquinas, regidos absolutamente por las leyes de la física, si bien los seres humanos disponían de un alma ubicada en la glándula pineal que podía desviar el movimiento de los cuerpos a voluntad. Dios era la condición necesaria para darle sentido a la existencia de este universo mecánico.
Sus dos obras más importantes son el Discours de la Méthode (1637) y las Meditations (1642). Descartes comienza explicando el método que llamamos la “duda cartesiana”. Para encontrar una base firme para su filosofía decide dudar de todo aquello que sea realmente dudoso. Comienza dudando de los sentidos, de los sueños, de las cosas corpóreas y aun de las ciencias “perfectas” como la aritmética y la geometría. Pero de lo único que no cabe dudar es que el que duda y el que piensa que duda es algo que existe, que está ahí. El “pienso, luego existo” (o “soy” según las últimas traducciones), da más certeza a la mente que a la materia. Esta posición tuvo gran eco en el idealismo alemán por contraposición al empirismo británico. En su teoría del conocimiento tomamos contacto real con las cosas externas cuando las pensamos, no cuando las tocamos, vemos o sentimos. Los hechos indubitables, para Descartes, son el “yo pienso” y estas primeras certezas empíricas halladas en los pensamientos y no en los objetos externos fueron muy importantes para toda la filosofía posterior. La mente toma un valor y una importancia fundamentales. Todo es más verdadero cuando se piensa claramente y estas ideas serán los orígenes del Racionalismo.
En su teoría del mundo, el cartesianismo es rígidamente determinista. Tanto los organismos vivos como la materia inerte están regidos por las leyes de la física. Esta es la base filosófica de la ciencia moderna. Todo, absolutamente todo, puede ser encerrado en leyes matemáticas, puesto que toda la naturaleza está ordenada matemáticamente.
De Descartes dijo Bertrand Russell: “La coherencia le habría convertido simplemente en el fundador de un nuevo Escolasticismo; en cambio, la incoherencia le convirtió en el punto de partida de dos escuelas filosóficas importantes, pero divergentes”, el Idealismo y el Racionalismo.
Hoy día van superándose las concepciones cartesianas por cuanto dividieron la naturaleza en clasificaciones y el pensamiento en especialidades, regresando a una visión integradora de lo que es naturalmente una unidad. Sin embargo, Descartes es un claro ejemplo de buscador independiente y original que trabajó para construir un criterio válido. No puedo dejar de compartir un párrafo de su célebre Discurso que me parece consejo y ejemplo digno de tener en cuenta: Mi propósito, pues, no es el de enseñar aquí el método que cada cual ha de seguir para dirigir bien su razón, sino sólo exponer el modo como yo he procurado conducir la mía. Los que se meten a dar preceptos deben de estimarse más hábiles que aquellos a quienes los dan, y son muy censurables, si faltan en la cosa más mínima. Pero como yo no propongo este escrito, sino a modo de historia o, si preferís, de fábula, en la que, entre ejemplos que podrán imitarse, irán acaso otros también que con razón no serán seguidos, espero que tendrá utilidad para algunos, sin ser nocivo para nadie, y que todo el mundo agradecerá mi franqueza. 
El eco de Descartes resuena entre las hojas de los libros susurrándonos al oído ´eres, no dudes de ello, no dudes de ti´. Hoy necesitamos construir cada uno de nosotros nuestro propio criterio personal, nuestra manera propia de caminar por la vida, de pensar, de decidir, de amar, de reír, de recuperar fuerzas y de compartir. Un criterio propio, fruto de la propia experiencia y afán de crecimiento, es el mejor escudo contra la presión de las circunstancias y las opiniones ajenas.


Francisco Capacete González
Filósofo y Abogado
Director de Es Racó de ses Idees

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