Cierto
es que la sangre es símbolo de vida, así como el color rojo. En muchas tumbas
antiguas aparece el rojo como deseo de eterna vida al alma que ha salido del
cuerpo yacente, por ejemplo, en la tumba del Señor de Palenque, cuyo sarcófago
está pintado de rojo en su interior, un interior que además tiene forma de pez,
queriendo expresar que el alma va a transitar a partir de la separación del
cadáver por un mar diferente: el más allá donde seguirá disfrutando de la vida.
Igualmente
cierto es que, siendo la sangre sinónimo de vida, no se la desperdicie, ni se
derrame sin justa causa o fuerza mayor. Derrochar sangre es signo de barbarie,
de ausencia de valores humanos, de decadencia civilizatoria. Una de las
costumbres perversas que aparecieron en India a finales del siglo IV de la era
común, fue la sati, el sacrificio de
la viuda en la pira funeraria del marido fallecido. Fue una práctica
minoritaria en aquel país que durante tantos milenios ha desarrollado una
fuerte espiritualidad. Las ofrendas preferidas de las religiones de la India
son las flores, los inciensos, la leche, la miel, productos todos de origen
vegetal. Y en su milenaria civilización, el sacrificio de sangre, como la
muerte ritual de humanos, era visto como algo perverso y contrario a la
civilización. En
las culturas aztecas encontramos otra oposición entre sacrificios de sangre y
ofrendas. El dios Quetzalcoatl, posible héroe divinizado, prefería ofrendas de
flores, mientras que los adoradores del dios Huitzilopochtli, le honraban con
sacrificios humanos. En la mentalidad de aquellas impresionantes culturas, la
Serpiente Emplumada representaba la civilización, la convivencia pacífica y la
sabiduría. Huitzilopochtli representa la guerra que deviene de no haber sabido
conservar la paz. Esa guerra se origina en la barbarie.
Otro
ejemplo de barbarie y derramamiento de sangre lo tenemos en los pueblos
llamados “bárbaros”. Según relata Julio César en su libro La guerra de las Galias, los galos realizaban diferentes tipos de sacrificios
humanos, práctica que Roma trató de abolir. Sin embargo, ya se había iniciado
la decadencia de la República y los sacrificios humanos aumentaron en el mundo
romano con la lucha de gladiadores en el circo. Durante los muchos siglos que
Roma fue fiel a sus valores civilizatorios los sacrificios de sangre fueron
mínimos.
Volvamos
al presente. Henos aquí en medio de una sociedad disfrazada de desarrollo
cuando sufre esclerosis crónica, un endurecimiento de las posiciones que impide
el verdadero desarrollo. Una sociedad en decadencia en la que entran, por las
rendijas de la dejadez, costumbres bárbaras, como el derramamiento de sangre
como sacrificio a los mitos modernos. La historia se repite. Un ejemplo de ello
son los toros, pero no es el único. En las corridas de toros se sacrifican al
dios del espectáculo o al dios tribal de la Fiesta, varios toros y, a veces,
también toreros. Se derrama sangre a borbotones. Sangra el toro por el lomo y
por las fauces. De sangre se llena el torero como si de un matarife recién
terminado su trabajo se tratara. Al terminar su faena, si ha sido exitosa, el
matador ofrenda al público las orejas y el rabo recién cortados al bravo,
chorreando sangre. Esta costumbre o tradición es, según se comprueba
históricamente, signo evidente de barbarie y pérdida de valores civilizados.
Máxime cuando no se mata por necesidad, sino como puro y llano espectáculo. Se
podrá vestir y disfrazar de cultura y fiesta, pero es y será una costumbre
bárbara, un bárbaro sacrificio de sangre.
Hay quienes idenfican la tauromaquia con el ser
español. Craso error. Es tanto como hacer una misma cosa el jamón serrano y la
generosidad, virtud española por excelencia. Recordemos que en la bandera dos
líneas rojas protegen una línea intermedia amarilla (gualda), como queriendo
simbolizar que la vida protege la luz solar, la luz de esa conciencia que nos
hace humanos, la civilización. Es la vida por duplicado, la que se recibe y la
que se da caballerosamente una característica del ser español y no el
derramamiento de sangre, por muy tradicional que sea.
Francisco Capacete
Abogado animal
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