La ciudad es lo contrario de la caverna. Así como en las
cavernas se vivía una realidad mágica e intimista reservada a los chamanes
iniciados, en la ciudad se exterioriza todo el potencial civilizatorio del ser
humano, se construye un ámbito social regulado donde vivir de acuerdo al ideal
de la convivencia. La caverna fue un lugar donde conectar con el “yo”
espiritual. La ciudad es un locus
para el “yo” terrenal. En las cavernas el hombre se perdía en el mundo
insondable de los espíritus, mientras que en la ciudad los hombres se
encuentran con sus semejantes.
La historia de las ciudades tiene más de 10.000 años. En la
Anatolia central se han hallado los restos arqueológicos de las ciudades más
antiguas. Ciudades construyeron también los antiguos americanos en medio de las
selvas y en África en el curso de río Zambeze. Pero, nuestra idea de ciudad
viene de los griegos y los romanos. La Grecia Clásica pensó que los hombres
debían vivir en la tierra según el modelo del logos tal y como se expresaba en el kosmos. Así nació la polis. La
ciudad griega tomaba como modelo la armonía de los cielos. Debía regirse por el
conocimiento de la naturaleza y ser gobernada por los sabios. Aunque ni la
esplendorosa Atenas logró plasmar al cien por cien el modelo ideal, los griegos
nos legaron ideas políticas que no han sido superadas en dos mil quinientos
años. Una de esas ideas era que el ciudadano debía cumplir un papel
protagonista principal en la conducción de la ciudad. Además del gobernante, el
ciudadano debía participar activamente en los asuntos públicos que afectaban a
todos, todos los días.
Los romanos, mucho más prácticos, pero menos filosóficos que
los griegos, nos legaron el plan general urbanístico, el cómo hacer una ciudad
racional y saludable. Para ellos también jugaba el ciudadano un papel de primer
orden en la política cotidiana. Los pater familias, así como el resto de
ciudadanos de la Plebe a través de sus tribunos, participaban activamente en
las decisiones que afectaban a la ciudad.
La Revolución Francesa, más modernamente, recogió el ideal
grecorromano y propuso la figura del ciudadano como pieza clave en el
desarrollo de las sociedades hacia la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Claro que, tras unos siglos de monarquías ociosas e irresponsables, todo estaba
por hacer en aquella Francia prenapoleónica. Y hoy, ¿no sigue estando todo por
hacer?
Vivimos la crisis de la ciudad. Las ciudades se han vuelto
inhumanas, están sucias, con grandes desigualdades, falta de infraestructuras
para todos, deficiente transporte público, burocracia asfixiante, paro,
saturación de hospitales y juzgados, centros escolares sin calefacción o aire
acondicionado, etc. En Palma, además se añaden los problemas de la vivienda, la
saturación turística y un trazado viario medieval. Desde todas las direcciones
se oyen quejas, todos levantamos la voz para señalar los problemas que nos
encontramos en nuestra ciudad y todos les exigimos a los políticos y
gobernantes que solucionen todos esos problemas. Pareciera que creemos que los
gobernantes son como el dios hebreo: omnipotente. Sin embargo, me pesa decirlo,
ni los políticos ni los gobernantes pueden solucionar todos los problemas.
Pongamos un ejemplo. La recogida de los residuos sólidos
urbanos. El ayuntamiento habilita contenedores en casi todas las calles,
papeleras en los parques y aceras, servicio de recogida, etc. Además, aprueba
unas ordenanzas en las que se sanciona el depósito de las basuras fuera de los
lugares habilitados, así como otras conductas como arrojar escombros descontroladamente.
¿Cuántas personas incumplen lo ordenado por las ordenanzas y ensucian la
ciudad? Miles. Por mucho que limpien los servicios municipales, mientras
sigamos ensuciando de manera insensata, la ciudad seguirá estando sucia. ¿Qué
puede hacer el ayuntamiento frente a las conductas incívicas? Muy poco.
¿Por qué se encarecen los alquileres, cuyo caso paradigmático
es la ciudad de Ibiza? ¿Por culpa de los turistas? Obviamente, no. La culpa la
tienen aquellas personas que ansían lucrarse con sus propiedades. ¿Qué puede
hacer el gobierno frente a esto? Muy poco, porque no puede frenar las tiránicas
leyes del Mercado, ni saltarse la defensa de la propiedad privada como un
derecho fundamental constitucional.
Entonces, ¿qué podemos hacer para tener una ciudad en
condiciones? Rescatar la idea del ciudadano. Fomentar los valores de
consciencia pública, responsabilidad y participación activa como bastiones de
un civismo civilizado. Somos todos y cada uno de los que vivimos en la ciudad
los responsables de cómo está. No podemos evadir esa responsabilidad cargándola
a las espaldas de los gobernantes, porque ellos no son como el dios hebreo que
ve lo que hace el hombre a todas horas. No. Pero cada uno de nosotros sí que ve
lo que hace en cualquier momento y ahí entra el valor o atributo de la
conciencia pública. Conciencia de lo público es tener presente que la ciudad es
de todos y que es tan valiosa como nuestras casas particulares. La calle es de
todos quiere decir que es responsabilidad de todos. Las plazas públicas son
responsabilidad de todos, forman parte de la casa común: la ciudad.
Paradójicamente, hemos regresado a las cavernas que son
nuestras casas, en este caso no para perdernos en la inmensidad de lo
insondable, sino para evadirnos del trabajo común, de la res publica. Acurrucados en las modernas cavernas, adorando al
espejo de ilusiones de la televisión o de la internet, nos vamos –permítaseme
la expresión- primitizando, perdiendo una parte importante de nuestra esencia
humana que es lo social.
Francisco Capacete
Abogado y filósofo
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