domingo, 23 de julio de 2017

Una ciudad necesita ciudadanos



La ciudad es lo contrario de la caverna. Así como en las cavernas se vivía una realidad mágica e intimista reservada a los chamanes iniciados, en la ciudad se exterioriza todo el potencial civilizatorio del ser humano, se construye un ámbito social regulado donde vivir de acuerdo al ideal de la convivencia. La caverna fue un lugar donde conectar con el “yo” espiritual. La ciudad es un locus para el “yo” terrenal. En las cavernas el hombre se perdía en el mundo insondable de los espíritus, mientras que en la ciudad los hombres se encuentran con sus semejantes.

La historia de las ciudades tiene más de 10.000 años. En la Anatolia central se han hallado los restos arqueológicos de las ciudades más antiguas. Ciudades construyeron también los antiguos americanos en medio de las selvas y en África en el curso de río Zambeze. Pero, nuestra idea de ciudad viene de los griegos y los romanos. La Grecia Clásica pensó que los hombres debían vivir en la tierra según el modelo del logos tal y como se expresaba en el kosmos. Así nació la polis. La ciudad griega tomaba como modelo la armonía de los cielos. Debía regirse por el conocimiento de la naturaleza y ser gobernada por los sabios. Aunque ni la esplendorosa Atenas logró plasmar al cien por cien el modelo ideal, los griegos nos legaron ideas políticas que no han sido superadas en dos mil quinientos años. Una de esas ideas era que el ciudadano debía cumplir un papel protagonista principal en la conducción de la ciudad. Además del gobernante, el ciudadano debía participar activamente en los asuntos públicos que afectaban a todos, todos los días.

Los romanos, mucho más prácticos, pero menos filosóficos que los griegos, nos legaron el plan general urbanístico, el cómo hacer una ciudad racional y saludable. Para ellos también jugaba el ciudadano un papel de primer orden en la política cotidiana. Los pater familias, así como el resto de ciudadanos de la Plebe a través de sus tribunos, participaban activamente en las decisiones que afectaban a la ciudad.

La Revolución Francesa, más modernamente, recogió el ideal grecorromano y propuso la figura del ciudadano como pieza clave en el desarrollo de las sociedades hacia la libertad, la igualdad y la fraternidad. Claro que, tras unos siglos de monarquías ociosas e irresponsables, todo estaba por hacer en aquella Francia prenapoleónica. Y hoy, ¿no sigue estando todo por hacer?

Vivimos la crisis de la ciudad. Las ciudades se han vuelto inhumanas, están sucias, con grandes desigualdades, falta de infraestructuras para todos, deficiente transporte público, burocracia asfixiante, paro, saturación de hospitales y juzgados, centros escolares sin calefacción o aire acondicionado, etc. En Palma, además se añaden los problemas de la vivienda, la saturación turística y un trazado viario medieval. Desde todas las direcciones se oyen quejas, todos levantamos la voz para señalar los problemas que nos encontramos en nuestra ciudad y todos les exigimos a los políticos y gobernantes que solucionen todos esos problemas. Pareciera que creemos que los gobernantes son como el dios hebreo: omnipotente. Sin embargo, me pesa decirlo, ni los políticos ni los gobernantes pueden solucionar todos los problemas.

Pongamos un ejemplo. La recogida de los residuos sólidos urbanos. El ayuntamiento habilita contenedores en casi todas las calles, papeleras en los parques y aceras, servicio de recogida, etc. Además, aprueba unas ordenanzas en las que se sanciona el depósito de las basuras fuera de los lugares habilitados, así como otras conductas como arrojar escombros descontroladamente. ¿Cuántas personas incumplen lo ordenado por las ordenanzas y ensucian la ciudad? Miles. Por mucho que limpien los servicios municipales, mientras sigamos ensuciando de manera insensata, la ciudad seguirá estando sucia. ¿Qué puede hacer el ayuntamiento frente a las conductas incívicas? Muy poco.
¿Por qué se encarecen los alquileres, cuyo caso paradigmático es la ciudad de Ibiza? ¿Por culpa de los turistas? Obviamente, no. La culpa la tienen aquellas personas que ansían lucrarse con sus propiedades. ¿Qué puede hacer el gobierno frente a esto? Muy poco, porque no puede frenar las tiránicas leyes del Mercado, ni saltarse la defensa de la propiedad privada como un derecho fundamental constitucional.

Entonces, ¿qué podemos hacer para tener una ciudad en condiciones? Rescatar la idea del ciudadano. Fomentar los valores de consciencia pública, responsabilidad y participación activa como bastiones de un civismo civilizado. Somos todos y cada uno de los que vivimos en la ciudad los responsables de cómo está. No podemos evadir esa responsabilidad cargándola a las espaldas de los gobernantes, porque ellos no son como el dios hebreo que ve lo que hace el hombre a todas horas. No. Pero cada uno de nosotros sí que ve lo que hace en cualquier momento y ahí entra el valor o atributo de la conciencia pública. Conciencia de lo público es tener presente que la ciudad es de todos y que es tan valiosa como nuestras casas particulares. La calle es de todos quiere decir que es responsabilidad de todos. Las plazas públicas son responsabilidad de todos, forman parte de la casa común: la ciudad.
Paradójicamente, hemos regresado a las cavernas que son nuestras casas, en este caso no para perdernos en la inmensidad de lo insondable, sino para evadirnos del trabajo común, de la res publica. Acurrucados en las modernas cavernas, adorando al espejo de ilusiones de la televisión o de la internet, nos vamos –permítaseme la expresión- primitizando, perdiendo una parte importante de nuestra esencia humana que es lo social.

¡Salgamos –como aconsejaba el divino Platón- de las cavernas y pongámonos manos a la obra colectiva que es nuestra ciudad! Nadie puede hacerlo ni por ti ni por mí. Volvamos a ser ciudadanos de plenos derechos y dignos deberes.

Francisco Capacete

Abogado y filósofo

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