sábado, 14 de enero de 2017

La sociedad extrema

Hace unos días, mientras paseaba por las Ramblas de Barcelona, me detuve ante uno de esos kioscos que son como un supermercado de la señorita Pepis, porque me llamaron la atención dos objetos que estaban uno al lado del otro. Un libro para niños titulado “Planeta Extremo” y una bolsa de chips sabor extremo. Seguí caminando rumbo a mis adentros y me enfrasqué en el concepto de lo extremo. “Fíjate” –me dije- “¿te has dado cuenta de que lo extremo está por todos los lados de nuestra sociedad?”. Efectivamente, desde hace algunas décadas, se lleva lo extremo.
Han proliferado, por ejemplo, los deportes extremos. El Camel Trophy y las apasionantes escaladas de los ochomiles de los Himalayas pusieron de moda la práctica de actividades deportivas o de aventura en las que llegar al límite de la resistencia y de la supervivencia. Luego llegó el Dakar y otras carreras límites, Hace poco conocí el endurero extremo, pruebas de enduro en las que llegan a presentarse 1.400 pilotos y llegan a la meta apenas 14.
Atrae tanto lo extremo que se usa en la publicidad para lograr captar la atención del público. La publicidad extrema ha sido usada por la DGT para “crear conciencia” y lograr bajar el número de accidentes en carretera. Un video publicitario en el que saltan unos jóvenes por los aires al pisar minas antipersona, extremadamente explícito, consiguió 9,5 millones de visitas en los 4 primeros días.

En el campo de la cultura y el entretenimiento, encontramos el metal extremo nacido, según algunos musicólogos, en 1981 con Welcome to Hell de Venom; la arquitectura extrema o el extremo realismo de algunas exposiciones sobre el cuerpo humano en la que se exponen esculturas de cadáveres. Los efectos especiales colocan al cinéfilo frente a situaciones exageradas que provocan emociones potentes e instantáneas. Y en el mundo de la televisión, los reality shows representan la atracción por situaciones psicológicas extremas. El pasado mes de diciembre, la televisión rusa ha presentado un ‘reality’ extremo en Siberia donde se puede morir o quedar mutilado. E incluso en los programas de opinión los pausados diálogos han sido relegados al olvido por las discusiones airadas de los tertulianos.
Sin embargo, la extremofilia va más allá del mero entretenimiento. En la última década han ido apareciendo y agravándose conductas extremas y preocupantes que están deteriorando las sociedades contemporáneas. El extremismo religioso y el terrorismo fundamentalista –ya sea religioso o político- han causado y siguen causando centenares de muertos. La conducción extrema es una moda que provoca muerte y desolación. El estudio denominado “Nadando con cocodrilos. La cultura del consumo extremo de alcohol” del ICAP (International Center for Alcohol Policies), muestra la triste realidad de una moda que cada vez se extiende más entre los jóvenes, sobre todo, en los países del norte de Europa.
Ante todo esto, me pregunté ¿qué es lo que nos está lanzando al extremismo? Parece que estuviéramos montados en una de esas atracciones de feria que giran violentamente y uno queda pegado en la pared del habitáculo boca abajo sin caer, como le sucede al agua del cubo que hacemos rodar rápidamente. La adrenalina nos hace experimentar un espejismo de vida apasionante. Por unos instantes nos olvidamos de todos nuestros problemas y obligaciones y nos zambullimos en una fuerte emoción que nos alucina. El problema es que esa vivencia extrema termina rápido y no nos deja nada, excepto, tal vez, la dependencia por seguir experimentando sensaciones fuertes con las que convencernos de que la vida merece la pena.
¿Tan vacías han quedado nuestras vidas que necesitamos llenarlas de adrenalina, de alcohol, de drogas o de impactos visuales bestiales? Desgraciadamente, sí. El materialismo salvaje, ese que niega, no solo lo religioso y divino, sino también los ideales de justicia, bondad, belleza y verdad, las musas y los ángeles, los grandes personajes de la historia y las grandes proezas espirituales, ha castrado el alma humana de millones de seres humanos. Millones de personas que han sido adoctrinadas en que lo único real es el cuerpo. Estamos siendo llevados a los extremos por la fuerza centrífuga de la ignorancia y las prisas sin sentido.
Aristóteles recomendaba para ser realmente feliz el camino del justo medio, es decir, el de la armonía entre cuerpo y alma para poder desarrollar intensa y entusiastamente la vida interior. Siddharta Gautama, el Buda, enseñaba que el Dhammapada, la Senda de la Virtud, lleva al hombre al encuentro consigo mismo y a la liberación de todas las máscaras que nos impiden conocernos. Occidente y Oriente enseñaron lo mismo, no vivir nada de lo que tiene que ver con el cuerpo en exceso, para superar la mediocridad y vivir la areté, la excelencia. Y aquellos filósofos tenían razón, cuando una persona vive únicamente para su cuerpo cae en la mediocridad, en la cobardía o en la temeridad; mientras que si vive también para desarrollarse como persona, canalizando sus más altos y bellos ideales de vida, se alza a la excelencia interior, esa que han alcanzado todos los grandes personajes de la historia. Trabajemos para evitar los extremismos. Para ello, debemos aspirar a ser grandes.





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