sábado, 5 de diciembre de 2015

La Filosofía, un estilo de vida



Nuestro queridísimo Ramón Llull, apodado “lo foll”, bien pudiera haber sido el modelo que inspirara el libro del mismo título –El Loco- del poeta libanés Khalil Gibran. Tanto el personaje de ficción como el filósofo mallorquín mantuvieron un estilo de vida basado en la búsqueda del conocimiento y el amor hacia todos los seres humanos. Philo-sophos, la palabra griega de la que deriva la latina “filosofía”, tiene varias acepciones relacionadas con esa forma de vida. Puede significar tanto el amor por la sabiduría, como el conocimiento del amor. Dos conceptos hijos de una misma idea: vivir apasionadamente el conocimiento de la vida y la búsqueda del sentido de la misma.

Con este preámbulo quiero unir dos eventos muy importantes, el 700 aniversario de la muerte del “Beato” y la declaración por la UNESCO del tercer jueves del mes de noviembre como el Día Mundial de la Filosofía. Este año 2015 debería ser una oportunidad para promocionar la filosofía, con todos los valores que contiene. El filosofar, entendido como una manera de vivir, aporta claridad mental, serenidad psicológica, respeto hacia lo diferente, capacidad de convivencia, ánimo descubridor, espíritu de aventura interior, formación ética, coherencia individual, inteligencia teórica y práctica, felicidad, mística, buen humor y capacidad de solucionar conflictos. Justamente, aporta una serie de valores y cualidades que son hoy más necesarios que nunca.

Sin embargo, los gobiernos de este país se llenan la boca de cifras y dejan frustradas las esperanzas educativas. Pareciera que todo va bien porque la macroeconomía presenta buenas cifras, baja la tasa de paro interanual, baja el déficit y se lanzan las campanas al vuelo. Pero, ¿qué pasa con los jóvenes, están recibiendo una correcta educación? ¿Qué pasa con los ancianos, quién les ayuda a afrontar con ánimo sereno el misterio de la muerte? ¿Qué pasa con los nuevos pobres –la otra cara de los nuevos ricos-quién les enseña que la derrota definitiva no existe, que siempre se puede volver a empezar? ¿Qué pasa con los jóvenes investigadores, quién se cuida de ellos? ¿Quién se cuida de enseñar a pensar, a sentir y a actuar con principios éticos? ¿Quién enseña a aprender de los propios errores? ¿Quién enseña a buscar a dios más allá de las religiones? ¿Quién enseña que todos los seres humanos vamos en un mismo barco y que si hace aguas el barco naufragamos todos? ¿Quién enseña a dialogar, a escuchar, a compartir ideas, a crecer juntos con el diálogo, a descubrir juntos nuevos horizontes del conocimiento? 

Todas estas preguntas y muchas más quedan sin respuesta por parte de los gobiernos de turno. Han perdido otra ocasión, sobre todo en Mallorca, para promocionar la filosofía y sus valores. No voy a entrar a considerar qué beneficios extraen los políticos de la incultura de los ciudadanos, pues tú, querido lector, ya lo sabes. Cuando Platón describió la Caverna como una alegoría de la sociedad sin educación, confeccionó una especie de plantilla que sirve para descubrir a los ignorantes que se disfrazan de sabios, a los niños sin carné de conducir que pretenden conducir a los demás o en palabras del flamante Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, Emilio Lledó, "un ignorante con poder político y repleto de ignorancia que determina nuestras vidas". 

Como homenaje a Ramón Llull y para celebrar el Día Mundial de la Filosofía, hablaremos de ésta como una forma de vivir. Las escuelas de filosofía helenísticas divulgaron el arte de vivir como un vía de perfeccionamiento personal y moral que conquista la alegría del alma (Martha Nussbaum). El filósofo francés Pierre Hadot nos dice que desde la Antigüedad hasta los llamados Padres de la Iglesia, la filosofía no se entendió como en la Edad Contemporánea: “filosofar era un estilo de vida y no una actividad teórica intelectual, un discurso, una pensar y nada más”. “La filosofía enseña a hacer, no a decir”, escribió Séneca. “Vano es el discurso del filósofo que no cura las enfermedades del alma”, enseñaban los epicúreos. Un filósofo, en la antigua Roma, era una persona que se esforzaba por vivir coherentemente sus ideas y principios morales. “Es necesario que la teoría se convierta en nosotros en naturaleza y vida”, escribió el neoplatónico Porfirio en el siglo III d.C.

Más modernamente, encontramos la misma idea. Mauricio Abadía, en su magnífico ensayo sobre otra civilización posible, dice: “Se lanza aquí una llamada a la filosofía. ¿Para qué? Para que esta, en su milenaria contribución a la humanidad, deje de ser (…) apenas un juguete en manos de malabaristas de conceptos”. Karl Jaspers, en su Introducción a la filosofía añade: “Si fuese vigorosa en su elaboración, convincente por sus argumentos y digna de fe por la integridad de sus expositores, la filosofía podría convertirse en instrumento de salvación. Solo ella tiene el poder de alterar nuestra forma de pensamiento. Aun delante del desastre posible y total, la filosofía seguiría preservando la dignidad del hombre en decadencia”.

¿En qué consiste este arte de vivir filosófico? Desde luego no se caracteriza por retirarse del mundanal ruido y vegetar en una cueva construida con libros. Una de las características fundamentales es ser útil a la sociedad. El filósofo debe ser un ejemplo de coherencia ética. Para ello debe vivir lo que piensa y pensar en función de lo que vive. Confucio decía de sí mismo “yo predico según mi práctica y practico según mi prédica”. Esta manera de estar con uno mismo y cumpliendo una función social aporta felicidad y serenidad. Al filosofar se pueden descubrir las ideas que explican coherentemente el sentido de la vida. Estas ideas se practican y se viven en base a los valores éticos que se desprenden de ellas. De modo que pensar, sentir y actuar son un todo que, como una orquesta bien conducida, produce música, es decir, armonía en el vivir. Los ciudadanos necesitan urgentemente estos ejemplos.

Otra característica es la humildad. ¿Quién puede jactarse de saberlo todo y más que ningún otro? Nadie. ¿Cuánto ignoramos acerca de la naturaleza y del cosmos? Muchísimo. ¿Cuánto conocemos de nosotros mismos? Una ínfima parte. Al reconocer lo que sabe y lo que no sabe, el filósofo desarrolla esa maravillosa cualidad humana que es la humildad, “la más preciosa piedra en la corona de las virtudes”. La humildad abre el camino del conocimiento, mientras que la vanidad intelectual, la soberbia y el orgullo lo obstaculizan. 

Es triste observar a filósofos que, disponiendo de miles de datos y definiciones en su cerebro, son incapaces de poner orden en sus actos y armonía en sus vidas. Conozco profesores de filosofía borrachos que llevan su infelicidad a las aulas; catedráticos de filosofía que están más pendientes de la venta de sus libros que de descubrir el alma de los estudiantes para enseñarles mejor. Afortunadamente, son una minoría; desgraciadamente, ese mal ejemplo eclipsa la cara luminosa de la filosofía.

Por estas razones, proponemos un renacimiento, una renovación en el mundo de la filosofía, para que vuelva a ser lo que es, una manera de vivir el presente, apoyándose en lo mejor del pasado y proyectándose hacia un futuro más humano. 


Francisco Capacete González

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