miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿PARA QUÉ SIRVE LA MENTE?





Con el derrumbe del Racionalismo cartesiano provocado por la incapacidad de solucionar los problemas del mundo por medio del diálogo y la diplomacia, ha surgido un misticismo que huye de todo aquello que huela a razón-mente, para refugiarse en lo intuitivo y mágico. Desde este punto de vista, apoyado a veces en interpretaciones parciales de filosofías orientales, ideologías anarquistas y posturas existencialistas, la mente no sirve para encontrar lo válido en la vida.
            Por otro lado, la educación que recibimos desde el colegio hasta la universidad, se basa en lo mental –algunos dirían que en lo cerebral- y no se enseña a usar o desarrollar la intuición ni lo espiritual. Como la educación también está fallando y los estudios no sirven para hacernos mejores –ni siquiera para encontrar un trabajo estable-, se refuerza la sensación de que la mente es un estorbo, un algo que tenemos pero que no sabemos para qué sirve realmente.
Vivimos en una época de contradicciones. Fuertes corriente antagónicas se ensarzan en una lucha desesperada. Sufrimos una avalancha de propaganda de las más variadas y opuestas posiciones: ecologistas y consumistas, pacifistas y armamentistas, creyentes y ateas, etc. Una de esas luchas actuales es la de intuición versus razón.
La mente es una conquista evolutiva. El hombre no siempre ha tenido mente. No es hasta la arribada al sapiens que podemos hacer un uso amplio de la mente. Siendo una conquista evolutiva debe tener una sentido, una finalidad y una utilidad que van más allá de los intereses particulares y que se nuclean en torno a la adaptación al medio. Si tenemos mente por evolución es porque la necesitamos para adaptarnos a la naturaleza. Desde este punto de vista, la mente no es inservible.
La mente es una de las ubicaciones del “yo”. En la filosofía occidental se llegó a la conclusión de que “pienso, luego soy”. En la filosofía de India y en el Budhismo transhimaláyico la mente es un aspecto formal de la conciencia, es decir, puede dar forma a las experiencias para integrarlas en la conciencia del “yo”. Tanto en unas filosofías como en otras, la mente tiene la capacidad de registrar procesos en la memoria y ésta, por medio de los recuerdos, ayuda a montar el puzzle de la propia conciencia, del quienes-somos-realmente, del verdadero Yo.
La mente es una herramienta al servicio del ser humano. Como toda herramienta es un medio y no una finalidad. Podemos decir que la evolución humana no tiene como fin crear la mente, sino que el desarrollo de la mente es un medio para seguir evolucionando, así como la escoba no es la finalidad de un/a amo/a de casa, sino una herramienta para lograr higiene. ¿Para qué la hacemos servir a esta herramienta? Y, ¿para qué sirve realmente?
La hacemos servir, en lo cotidiano, para:
a) Comparar. Las personas se comparan unas con otras e, inevitablemente, nacen la envidia y los complejos de inferioridad o de superioridad.
b) Criticar. Cuando se valoran las conductas de los demás en función de los propios criterios personales, olvidando que los criterios personales sólo sirven para valorar las propias conductas y no las de los demás.
c) Desear. Cuando la mente desea algo lo quiere poseer y si no se tiene un sentido de la justa medida, el instinto de posesión irrumpe en medio de las relaciones humanas en forma de egoísmos y luchas por conseguir lo que tiene el otro.
d) Crear límites e imposibilidades. Una mente sin formación adecuada suele decirnos “no puedes”, “no lo vas a conseguir”. Cuando crea estos límites totalmente fantasiosos y quiméricos, surgen los miedos. Y los miedos obstaculizan el desarrollo al impedir ir más allá de nuestros propios límites.

¿Para qué sirve la mente?

a) COMPRENDER. Una mente sana y despierta puede comprender qué es cada cosa, qué supone cada situación, cuál es el problema a resolver. Podemos unirnos a la naturaleza comprendiendo sus leyes y adaptándonos a ellas. La comprensión otorga flexibilidad, capacidad de reacción y, por consiguiente, convivencia. La actividad científica se basa en un deseo de comprender.
b) APRENDER. No nacemos sabiendo –con permiso de Platón. Aprendemos imitando, para lo cual es necesaria la memoria. Aprendemos poniendo en práctica lo que leemos o escuchamos, siendo también necesaria la memoria así como la capacidad adaptativa que requiere de un proceso intelectual. Esta capacidad de aprendizaje ofrece un sentido de perfeccionamiento natural, permitiéndonos percibir el sentido de la vida.
c) PENSAR. Dijo Confucio que pensar una sola vez antes de actuar es poco y lleva a la temeridad; pensar tres veces antes de actuar es mucho y lleva a la inacción; pensar dos veces antes de actuar es lo justo y conduce a la acción eficaz. Pensar no es darle vueltas a las cosas como el cuento de nunca acabar. Pensar es caminar alrededor de una idea hasta “ver” qué es esa idea. Pensar es reflexionar, sopesar pros y contras, mover con la mente las imágenes a fin de componer en uno mismo la sinfonía de la realidad. Pensar no es deformar subjetivamente la realidad, sino recrear en nuestro interior una copia personal del mundo. Con el pensamiento no se consigue apresar la verdad, pero se puede comprender las leyes de la vida y el sentido de ésta. La serena reflexión es el mejor apoyo de la intuición.
d) AMAR. Saber querer requiere de un conocimiento. Una mente clara, desprovista de prejuicios, puede alcanzar el conocimiento necesario para cultivar los sentimientos. No nacemos sabiendo amar, pues de ser así no tendríamos tantos problemas afectivos. Tenemos problemas afectivos porque no hemos aprendido a amar. Y la mente sirve para aprender, entre otras cosas, a amar y admirar.

Si usamos la mente para lo que sirve notaremos que nos irá traspasando una aire fresco que se llevará la hojarasca de los miedos, de las dudas, de las envidias y los egoísmos. Y si al pensar le unimos el intuir y el amar, sin hacer discriminaciones propias de un racionalismo trasnochado, podremos sentirnos completos, felices, realizados.

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