Con
el derrumbe del Racionalismo cartesiano provocado por la incapacidad de
solucionar los problemas del mundo por medio del diálogo y la diplomacia, ha
surgido un misticismo que huye de todo aquello que huela a razón-mente, para
refugiarse en lo intuitivo y mágico. Desde este punto de vista, apoyado a veces
en interpretaciones parciales de filosofías orientales, ideologías anarquistas
y posturas existencialistas, la mente no sirve para encontrar lo válido en la
vida.
Por otro lado, la educación que
recibimos desde el colegio hasta la universidad, se basa en lo mental –algunos
dirían que en lo cerebral- y no se enseña a usar o desarrollar la intuición ni
lo espiritual. Como la educación también está fallando y los estudios no sirven
para hacernos mejores –ni siquiera para encontrar un trabajo estable-, se
refuerza la sensación de que la mente es un estorbo, un algo que tenemos pero
que no sabemos para qué sirve realmente.
Vivimos en una época de contradicciones.
Fuertes corriente antagónicas se ensarzan en una lucha desesperada. Sufrimos
una avalancha de propaganda de las más variadas y opuestas posiciones:
ecologistas y consumistas, pacifistas y armamentistas, creyentes y ateas, etc. Una
de esas luchas actuales es la de intuición versus
razón.
La mente es una conquista evolutiva. El
hombre no siempre ha tenido mente. No es hasta la arribada al sapiens que podemos hacer un uso amplio
de la mente. Siendo una conquista evolutiva debe tener una sentido, una
finalidad y una utilidad que van más allá de los intereses particulares y que
se nuclean en torno a la adaptación al medio. Si tenemos mente por evolución es
porque la necesitamos para adaptarnos a la naturaleza. Desde este punto de
vista, la mente no es inservible.
La mente es una de las ubicaciones del
“yo”. En la filosofía occidental se llegó a la conclusión de que “pienso, luego
soy”. En la filosofía de India y en el Budhismo transhimaláyico la mente es un
aspecto formal de la conciencia, es decir, puede dar forma a las experiencias
para integrarlas en la conciencia del “yo”. Tanto en unas filosofías como en
otras, la mente tiene la capacidad de registrar procesos en la memoria y ésta,
por medio de los recuerdos, ayuda a montar el puzzle de la propia conciencia,
del quienes-somos-realmente, del verdadero Yo.
La mente es una herramienta al servicio
del ser humano. Como toda herramienta es un medio y no una finalidad. Podemos
decir que la evolución humana no tiene como fin crear la mente, sino que el
desarrollo de la mente es un medio para seguir evolucionando, así como la
escoba no es la finalidad de un/a amo/a de casa, sino una herramienta para lograr
higiene. ¿Para qué la hacemos servir a esta herramienta? Y, ¿para qué sirve
realmente?
La hacemos servir, en lo cotidiano, para:
a) Comparar. Las personas se comparan
unas con otras e, inevitablemente, nacen la envidia y los complejos de
inferioridad o de superioridad.
b) Criticar. Cuando se valoran las
conductas de los demás en función de los propios criterios personales,
olvidando que los criterios personales sólo sirven para valorar las propias
conductas y no las de los demás.
c) Desear. Cuando la mente desea algo lo
quiere poseer y si no se tiene un sentido de la justa medida, el instinto de
posesión irrumpe en medio de las relaciones humanas en forma de egoísmos y
luchas por conseguir lo que tiene el otro.
d) Crear límites e imposibilidades. Una
mente sin formación adecuada suele decirnos “no puedes”, “no lo vas a
conseguir”. Cuando crea estos límites totalmente fantasiosos y quiméricos,
surgen los miedos. Y los miedos obstaculizan el desarrollo al impedir ir más
allá de nuestros propios límites.
¿Para qué sirve la mente?
a) COMPRENDER. Una mente sana y despierta
puede comprender qué es cada cosa, qué supone cada situación, cuál es el
problema a resolver. Podemos unirnos a la naturaleza comprendiendo sus leyes y
adaptándonos a ellas. La comprensión otorga flexibilidad, capacidad de reacción
y, por consiguiente, convivencia. La actividad científica se basa en un deseo
de comprender.
b) APRENDER. No nacemos sabiendo –con
permiso de Platón. Aprendemos imitando, para lo cual es necesaria la memoria.
Aprendemos poniendo en práctica lo que leemos o escuchamos, siendo también
necesaria la memoria así como la capacidad adaptativa que requiere de un
proceso intelectual. Esta capacidad de aprendizaje ofrece un sentido de
perfeccionamiento natural, permitiéndonos percibir el sentido de la vida.
c) PENSAR. Dijo Confucio que pensar una
sola vez antes de actuar es poco y lleva a la temeridad; pensar tres veces
antes de actuar es mucho y lleva a la inacción; pensar dos veces antes de
actuar es lo justo y conduce a la acción eficaz. Pensar no es darle vueltas a
las cosas como el cuento de nunca acabar. Pensar es caminar alrededor de una
idea hasta “ver” qué es esa idea. Pensar es reflexionar, sopesar pros y
contras, mover con la mente las imágenes a fin de componer en uno mismo la
sinfonía de la realidad. Pensar no es deformar subjetivamente la realidad, sino
recrear en nuestro interior una copia personal del mundo. Con el pensamiento no
se consigue apresar la verdad, pero se puede comprender las leyes de la vida y
el sentido de ésta. La serena reflexión es el mejor apoyo de la intuición.
d) AMAR. Saber querer requiere de un
conocimiento. Una mente clara, desprovista de prejuicios, puede alcanzar el
conocimiento necesario para cultivar los sentimientos. No nacemos sabiendo
amar, pues de ser así no tendríamos tantos problemas afectivos. Tenemos
problemas afectivos porque no hemos aprendido a amar. Y la mente sirve para
aprender, entre otras cosas, a amar y admirar.
Si usamos la mente para lo que sirve
notaremos que nos irá traspasando una aire fresco que se llevará la hojarasca
de los miedos, de las dudas, de las envidias y los egoísmos. Y si al pensar le
unimos el intuir y el amar, sin hacer discriminaciones propias de un
racionalismo trasnochado, podremos sentirnos completos, felices, realizados.
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