martes, 4 de enero de 2011

MOLINOS NUEVOS, VIENTOS VIEJOS

Vivo en la maravillosa isla de Mallorca, en medio del Mar Mediterráneo, a caballo entre África y Europa, entre el Atlántico y Asia. Esta isla ha recibido siempre, desde el principio de su historia, vientos propicios de diferentes pueblos cargados de ideas, mentalidades y costumbres. La historia de Mallorca es un buen ejemplo de integración de diferentes culturas y de formación. Una de esas tradiciones, conocidas en casi todo el mundo, son sus molinos; es una de las estampas más identificativas de la isla. Sin embargo, todos esos molinos yacen muertos porque se dejaron de usar hace algunas décadas. Con la mecanización del campo y la salinización del agua freática, los campesinos abandonaron el uso de sus molinos. Antes, ellos, con la ayuda del viento, extraían el agua tan necesaria para cultivar el trigo que alimentaba a la población. Ahora no extraen nada y, curiosamente, las gentes están insatisfechas, como hambrientas de realización. Muchas veces me imagino a mi mismo como un molino que extrae de lado invisible de las ideas, esa agua tan especial que son las enseñanzas sobre la vida, esa agua tan necesaria para que todos podamos encontrarle un sentido a la vida y a todo lo que hacemos, de tal manera que no pasemos hambre de ser nosotros mismos. Hay pueblos que pasan hambre física y hay pueblos que sufren hambre en el alma. Necesitamos muchos molinos, nuevos molinos impulsados por el viento viejo de las enseñanzas y del conocimiento de lo fundamental.

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