Hace ya dieciséis años que me dedico conscientemente a la Filosofía.
Es verdad que desde bien pequeño miraba con ojos preguntones todo lo que me rodaba.
Miraba a los demás niños y me preguntaba por qué no les gustaban las mismas cosas
que a mí, por qué no se comportaban como yo y por qué nos peleábamos.
En aquel entonces, sin saberlo, ya llevaba en mi corazón la Filosofía.
Nunca me he considerado un tipo raro. No me ha gustado ser vulgar, o sea,
una simple fotocopia del entorno social.
Y siempre, siempre he amado con intensidad, casi temeraria, vivir, vivir con mayúsculas,
vivir con libertad interior: vivir. La Filosofía es mi mejor herramienta
para vivir de esta manera. No en vano, los antiguos dijeron que filosofar es amar el
conocimiento, ese conocimiento que hace mejor al ser humano, que le orienta en el
laberinto de la Vida y que le autoriza a ser generoso sin sentir ningún cargo
de conciencia con los demás.
Necesitamos más Filosofía. Nuestro mundo necesita más Filosofía. Necesitamos
regresar al ser humano, ese tipo imperfecto que se nos quedó olvidado en el camino
mientras alucinábamos con tantas maquinitas y bombas super guais. Ese tipo imperfecto
que necesitamos como el aire para encontrarle un sentido a la evolución. Si no fuéramos imperfectos
o incompletos la vida no tendría ningún sentido.
Necesitamos más corazón, poner más alma en lo que hacemos, ser más conscientes
de lo verdaderamente válido. Es más válido un saludo con calor humano que mil sms
recordatorios de una gesta deportiva o de un futuro encuentro. No digo que esto segundo
no sea válido, sino que es más humano poner calor y color en lo que decimos y hacemos.
La Filosofía es la ciencia de preguntarse cómo ser mejor y el arte de vivir las respuestas.
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