SIMBOLISMO DE LA PRIMAVERA
Desde la antigüedad se ha venido celebrando solsticios y equinoccios a nivel ceremonial, para indicar la relación entre el curso del sol y los hombres, entre el macrocosmos y el microcosmos. Las cuatro estaciones encierran símbolos referidos al ritmo del cosmos y por eso han sido señaladas con fiestas populares para que todo el pueblo pudiera seguir el rítmico devenir de la tierra y la naturaleza. Tienen relación con el tiempo cíclico y renovador, que se refleja en el recorrido solar anual (estaciones), en el que hay dos puntos culminantes (verano e invierno) y otros dos de traspaso (primavera y otoño).
La primavera es la resurrección de la Vida en toda la naturaleza como intermedio entre el invierno y el verano, hecho que se suele representar en la mitología universal por una lucha entre dos deidades opuestas y complementarias (por ejemplo Osiris y Set) y con la muerte y entierro del carnaval (expulsión del invierno). En Europa, esta expulsión de la muerte, cuando todavía pervivían las fiestas tradicionales, solía estar a cargo de niños que fabricaban un muñeco de paja y ramas para luego sacarlo al pueblo, tirarlo a un pozo, un lago, un río o bien quemarlo.
Muchas de las fiestas primaverales giran en torno al mes de mayo y el consiguiente Árbol de Mayo; están a cargo de los jóvenes que anuncian la primavera y aun la anticipan y la aceleran con ritos propiciatorios. Por ejemplo, en la antigua Roma, los jóvenes salían en procesión por las calles con sus estandartes, para anunciar la Primavera y para esa ocasión, todos se proponían propiciarla realizando cosas en beneficio para la sociedad. El Árbol de Mayo se adorna con flores, cintas de colores, juguetes, muñecos o monigotes. Se coloca en la plaza del pueblo o ante el templo. Los jóvenes bailan a su alrededor y luego se lo pasea procesionalmente por el pueblo implorando bendiciones y reavivando las energías propias de la estación.
En otras tradiciones populares varios niños sostienen un arco de follaje adornado con lazos de colores; luego un niño pequeño de unos dos o tres años debe pasar debajo del arco, primero con los ojos cerrados para salir con los ojos abiertos: es el renacimiento primaveral. De ahí que hayan pervivido costumbres de pasar a los niños enfermos por algún árbol con la esperanza de que se cure. Es la renovación de las energías vitales, la restauración de la salud.
En todas las antiguas civilizaciones hubo mitos relacionados con lo que representa la primavera, lo que podríamos llamar “el espíritu de la renovación”. En la Mitología Clásica encontramos al dios Apolo. Es, precisamente, la Luz Solar, el dios que nació en medio del dolor y las dificultades que tuvo que padecer su madre para darlo a luz. Es la realización a través de las pruebas. Su madre, Leto, era originaria del País de los Hiperbóreos. Los Hiperbóreos, según la tradición, eran seres hechos de luz –serían algo así como el alma de los fotones- que en su momento ayudaron al nacimiento de Apolo. Su residencia habitual era el Norte del Mundo, donde no se conoce la oscuridad ni las desdichas. Vivían cantando y bailando músicas primaverales en medio de campos y bosques de indescriptible belleza. Allí también se retiraba Apolo a partir del otoño y permanecía durante las estaciones oscuras para regresar al comienzo de la primavera en su Carro Solar, junto con los Hiperbóreos. ¿Dónde se encuentra esta región tan maravillosa? Dicen las tradiciones griegas que tras los montes Rifeos, los que retrocedían a medida que alguien se les acercaba. El regreso de Apolo del norte, con su luz y sus acompañantes que llenaban todos los rincones de vitalidad se llamaba en la antigua Grecia: epidemia. La primavera venía precedida por una epidemia de luz, de calor y de energía.
Asimismo, en el mito de Perséfone es donde se encuentra la explicación metafísica del origen de la primavera. Perséfone es hija de Deméter, la Madre Universal, La Naturaleza, la Madre de la vida. En una ocasión en que se hallaba disfrutando de un día en el campo, se fijó en un Jacinto y le pareció tan hermoso que se quedó mirándolo absorta. De repente, emergió de la tierra el dios de los mundos subterráneos, Hades, quien la raptó para hacerla su esposa y se la llevó al inframundo. Deméter recorre la tierra buscando a su hija, pero nadie sabe dónde está. Deméter está desconsolada, ya no come, ni duerme. Entonces, el mundo queda yermo, y en campos y ciudades todo se marchita sin augurios de renacimiento. Simultáneamente, una sequía se abate sobre el mundo y los mismos bueyes permanecen inmóviles como estatuas sin tirar de los arados, mientras que las espigas prontas a la recolección, se deshacen en blanco y estéril polvo. Ya nada le hace salir de su abatimiento, ni las ofrendas de los mortales ni las súplicas de los demás dioses. Zeus, que había sido cómplice del rapto de Perséfone, envía a Hermes para que Hades permita regresar a Perséfone a la superficie y recobrar la vitalidad de los campos y evitar la desaparición de la Humanidad. Hades consiente no sin antes hacerle comer a la hija divina unos granos de granada encantada que le harán retornar siempre.
Deméter recibe a su hija y le pregunta si no ha tomado alimento alguno en los infiernos. Enterada de la treta de Hades y conocedora del poder del fruto mágico, acepta el destino y le dice que mientras ella esté en las tinieblas, todo el mundo estará yermo (invierno), y que cuando retorne a la luz de la superficie, ella hará que toda la naturaleza lo festeje (primavera, verano). Así se relaciona el mito del rapto con los ciclos anuales. Sólo un tercio del año permanecerá Perséfone con su esposo y el resto con su madre. Deméter resucita la vida en los campos. Una de las fiestas que se celebraban en la Grecia Arcaica eran las Cloias, que se celebraban en primavera, cuando los brotes verdes obraban el renovado milagro de romper los terrones y surgir pujantes de la tierra negra. El pueblo, se reunía en torno a este fenómeno de la naturaleza. Tranquilos y pacientes, observaban como la tierra reverdecía, cómo del inframundo surgía Perséfone en forma de hierba.
En el Egipto Antiguo la unión sagrada de Osiris e Isis simbolizaba la renovación de la Naturaleza. Este divino matrimonio se celebraba entre los meses de Abril y Mayo, época de nuestra Primavera. Tal vez, una de las civilizaciones que más y mejor ha vivido y experimentado la renovación constante ha sido el Antiguo Egipto. Seguramente, por esta razón perduró tantos milenios viva. Cuando el Nilo se desbordaba debido a la crecida anual, deshacía las casas de barro de los campesinos, pero éstos no maldecían al río sagrado ni se ponían tristes, sino que lo celebraban y hacían una gran fiesta: era el momento de construir una nueva casa con el barro del Nilo, era el momento de renovar el hogar. Las penas, tristezas, rencillas y odios del año anterior se iban con el agua hasta el mar. Comenzaban nuevamente limpios por fuera y por dentro.
Los mitos nos hablan del tiempo y del espacio sagrados. Lo sagrado es una dimensión de la naturaleza donde el todo es más que la suma de sus partes, lo que los filósofos herméticos y alquimistas llamaban el alma del Universo. Y la actitud sagrada es la participación activa con el alma vital del universo. La dimensión espiritual y sagrada está aquí, en lo invisible, y es real, ya que anima todas las cosas. Renovarse física, psicológica y espiritualmente, de tal manera que la juventud interior perdure, es participar activamente del alma universal, porque la naturaleza, aunque repite miríadas de veces los mismos ciclos, nunca se cansa.
Y este es el gran milagro de la primavera, que los campos reverdezcan y que los seres humanos revivamos el milagro de la renovación que lleva a ese estado de conciencia que los orientales llaman Nîrvana y los occidentales “eternidad”.
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