Próximamente, comenzará
el circo de las elecciones autonómicas y locales. Ya no sé cuántas llevamos en
este último periodo de democracia. He perdido la cuenta porque ni las
elecciones ni los periodos legislativos se diferencian unos de otros. Y es una
pena porque las elecciones son la piedra angular de un sistema democrático
representativo. Vamos a reflexionar un poco sobre este tema con la intención de
apoyar un mayor perfeccionamiento del sistema que redunde en una mejor práctica
del oficio político.
Lo primero es llamar la
atención acerca de cómo los políticos han pervertido la naturaleza de las
elecciones. En lugar de informar a la ciudadanía durante el periodo electoral,
se dedican a lanzar slogans y promesas. Al repasar las elecciones de los
últimos 30 años, detectamos que el slogan más usado por todas las facciones
políticas es el del cambio. “Nosotros representamos el cambio” repiten
quienes ansían el poder cuando están en la oposición. En segundo lugar, aparece
“los otros no son una real alternativa”, que suelen usar los partidos
que están en el gobierno. Como en España -igualito que en el resto de Europa-
se siguen alternando derechas e izquierdas, aquellos slogans los usan unos y
otros indistintamente. “Nosotros somos la voz del pueblo” es otro lema
repetido en las campañas electorales.
En lugar de asistir a
unas verdaderas elecciones, nos encontramos ante una pantomima que representan
unos bufones amaestrados por los asesores de imagen. No sé si usted piensa lo
mismo que yo, pero me da vergüenza ajena contemplar el ridículo que hacen los
políticos cuando ante las cámaras se ponen a hacer panades, se enfundan
el delantal y despachan junto con la pescadera del mercado, hacen como que les
interesa muchísimo lo que les explica el operario de la fábrica de quesos,
estrechan manos, dan besos y sonríen más en unos pocos días que en los cuatro
años anteriores. En realidad, no votamos a unos políticos, sino a unas imágenes
retocadas y perfiladas por ordenador. Esas imágenes prometen el oro y el moro y
nosotros nos las creemos. El problema es que quien después gobernará y nos
representará no será la imagen, sino el político de siempre, el profesional que
lleva toda su vida dedicado a la política y que, por consiguiente, seguirá
haciendo lo mismo de siempre.
Para que tengamos unas
reales elecciones donde podamos elegir libremente, necesitamos información. Los
candidatos deberían pasar una auditoría para averiguar si lo que han hecho
durante el periodo legislativo se corresponde con lo que prometieron en las
anteriores elecciones y, lo más importante, para saber qué han hecho. Por
ejemplo, cuánto tiempo han dedicado realmente a gobernar o a trabajar y cuánto
tiempo han dedicado a hacerse fotos; dicho de otra manera, cuánto tiempo han
pasado en sus despachos trabajando. Me da el pálpito que si se les hiciera una
auditoría independiente, ninguno saldría bien parado. Por ejemplo, la Ley
19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y
buen gobierno, tiene por objeto la transparencia de la actividad pública, el
acceso a la información relativa a aquella actividad y establecer las
obligaciones de buen gobierno que deben cumplir los responsables públicos. Han
pasado diez años desde su aprobación y ningún partido político la está cumpliendo
en su totalidad. Falta mucha transparencia y el acceso a la información pública
está llena de obstáculos. Esta ley es fundamental para que los ciudadanos
tengamos la información suficiente para tomar nuestras decisiones a la hora de
depositar nuestra confianza en las urnas. ¿Creen ustedes que esto es una
prioridad para los políticos a la hora de dar a los ciudadanos una real
información y, por lo tanto, libertad de cara a las elecciones? Francamente,
no.
Para terminar algunos
apuntes éticos. Nuestros representantes deben ser un ejemplo exquisito de moral
pública puesto que nos representan. Pero esto no les preocupa, se insultan, se
gritan, mienten intencionadamente, traicionan a sus partidos para irse con otro
e intentar obtener más votos, etc. Cuando se habla de representar al pueblo,
los políticos lo que entienden es ir en coches y aviones lujosos, con chófer
privado, ser invitados a festines, cenas de gala, inauguraciones, sentarse en
preferente en competiciones deportivas, viajar con todos los gastos pagados a
ferias internacionales, etc., porque ¡son los “representantes del pueblo”! Pero
eso de tener una conducta ética intachable porque representan a los ciudadanos
no les interesa, no quieren esforzarse. ¿Saben ustedes por qué? Yo también.
¡A votar, vayamos a
votar! Pero ¿a quién, a qué?
Francisco Capacete
González
Filósofo, abogado
y escritor