martes, 26 de mayo de 2020

Mentiras de la historia II


Para la memoria colectiva, alimentada por las películas de Hollywood, las pirámides fueron erigidas por esclavos famélicos encargados de arrastrar toneladas de piedra mientras eran maltratados por sus capataces. Todavía hoy se sigue repitiendo este tópico que es, a todas luces, falso.
Hace ya más de veinte años que fueron halladas las tumbas de decenas de obreros que participaron en la construcción de las pirámides más antiguas del Valle de Giza hace más de 4.500 años. Se trata de pozos que contienen docenas de esqueletos pertenecientes a los jornaleros, bien preservados gracias a la arena seca del desierto. Estas tumbas fueron construidas al lado de la pirámide del rey, de modo que no eran esclavos, porque de haberlo sido no se les habría permitido construir sus tumbas al lado de la de su rey. En la zona de habitación de los trabajadores se hallaron inscripciones en las paredes en las que los peones se calificaban de "amigos de Khufu", lo que vendría a demostrar el respeto que sentían hacia el faraón para el que edificaban.
También se han hallado pruebas de que los granjeros del Delta del Nilo enviaban cada día 21 búfalos y 23 ovejas para alimentar a los obreros, que no se calculan en más de 10.000. Los peones rotaban cada tres meses, podían ser atendidos in situ de las lesiones que les producía su labor y aquellos que fallecían durante el trabajo eran sepultados en el área. El hallazgo de las tumbas de los constructores de las pirámides confirmó las primeras investigaciones realizadas en los años 90, en las que los expertos ya cuestionaban el mito de los esclavos. Hace 30 años fue hallada la panadería más antigua de Egipto en la ciudad de los constructores. Podía hornear miles de hogazas al día.
Ya va siendo hora que dejemos de repetir el tópico de los esclavos. Sabemos que es una falsedad histórica. Las pirámides, los templos y otras construcciones importantes fueron construidas, como la Sagrada Familia de Gaudí, por obreros especializados, perfectamente coordinados, que contaban con una logística eficaz y una protección del Estado que, a día de hoy, no han alcanzado ni los países más desarrollados.
Francisco Capacete
Filósofo

sábado, 23 de mayo de 2020

Mentiras de la historia I


En los manuales, documentales, artículos, clases y libros de filosofía, podemos encontrar una falsedad histórica que se ha elevado a la categoría de verdad. De tanto repetirla y con tanta seguridad, es una afirmación que no se discute y se da por demostrada, contrastada y finiquitada. Vamos a demostrar que la filosofía no se inventó en la Grecia clásica en torno al siglo V a.n.e.
En primer lugar, tenemos que ponernos de acuerdo sobre qué es filosofía y luego verificar si lo que entendemos por ella ha aparecido o no en la historia de la humanidad en otras culturas antes o al mismo tiempo que en Grecia.
¿Qué es filosofía? Ni siquiera los filósofos nos ponemos de acuerdo. Para unos es una ciencia del pensamiento en cuanto reflexión sobre las partes, por ejemplo, sobre las distintas ciencias. Para otros es una ciencia de los fines y principios, por lo tanto, una ciencia no empírica, sino especulativa, que se ocupa de los límites conceptuales. Para otras tendencias, la filosofía es sencillamente la actividad que desarrollan los filósofos, un pensar reflexivo que permite ordenar el mundo objetivo y la posición que el yo debe asumir en él. Como podemos ver, en todas estas definiciones encontramos un elemento común, la acción reflexiva del pensamiento humano. Es decir, filosofar es, en definitiva, pensar el mundo y el hombre.
Entonces ¿cuándo comenzó el ser humano a pensar? Obviamente, mucho antes de que aparecieran en escena Pitágoras, Parménides, Tales y el resto de sabios de la Antigua Grecia. Así que la filosofía como reflexión ordenada, lógica, conceptual o imaginativa/intuitiva es muy anterior al siglo V a.n.e.
Es tan obvio lo anterior que podría parecer que pasamos algo por alto. Preguntemos a un filósofo actual por qué se afirma que la filosofía comenzó en Grecia hace 2.500 años y así saldremos de dudas. Este filósofo nos aclara que tal afirmación se hace porque es en la Grecia Antigua donde encontramos por primera vez en la historia a personajes que, si bien es cierto que no son filósofos, sino físicos o científicos, pusieron por escrito una descripción de las causas del mundo de una manera racional. Esto nos obliga a aclarar que expresar por escrito el pensamiento filosófico es algo accidental a la actividad filosófica y no esencial, así como la forma racional del método de trabajo tampoco es esencial, sino circunstancial. Por lo tanto, el hecho de que en el siglo V a.n.e. aparecieran en Grecia pensadores que explicaron el mundo de manera racional no demuestra que la filosofía surgiera por vez primera en esa cultura y en ese siglo, porque otro tipo de filosofías aparecieron en Oriente por aquella época.
Podemos presentar tres ejemplos. Uno es Siddharta Gotama, cuya actividad filosófica le llevó a concluir que la causa del sufrimiento humano es un mal enfoque de los problemas personales. Además, propuso un método lógico y práctico para superar el sufrimiento, el Noble Óctuple Sendero. Otro ejemplo es Confucio, quien teorizó sobre política y ética usando un método deductivo y dialéctico muy similar al usado por Platón. Ambos autores son del siglo VI a.n.e., uno de India y otro de China. El tercer caso es Lao-Tsé. Su filosofía es tan enigmática y profunda como la de los presocráticos y muy anterior a Confucio, quien se inspiró, en parte, en su saber.
Así, demostramos de manera inequívoca que la afirmación de que la filosofía comenzó en Grecia en el s. V a.n.e. es falsa.
No obstante, el filósofo consultado nos aclara, en un último intento por justificar la afirmación tradicional que lo que se quiere afirmar es que en la Antigua Grecia lo que comenzó por primera vez, como algo totalmente original, no es la filosofía, sino la manera más genuina de filosofar. Vale y ¿cuál es esa manera más genuina? La que no se fundamenta en cuestiones religiosas ni mitológicas. ¿Quieres decir que la filosofía no puede tratar cuestiones religiosas ni mitológicas? ¿Acaso los filósofos llamados presocráticos no se fundamentaron en cuestiones religiosas ni mitológicas? No lo sabemos porque de sus textos se han conservado apenas algunos trozos y no la totalidad de su obra. La forma más genuina de filosofar no es el pensamiento abstracto y racional, pues este es una de las variadas herramientas de que dispone el filósofo, ni la más genuina, ni la más eficaz.
Otro argumento que desmonta la falsedad de la afirmación categórica que tratamos es que la filosofía se ocupa también de la ética y no sólo de describir las causas teóricas de la naturaleza. ¿Encontramos filosofía ética en otras culturas distintas a la griega y con anterioridad al siglo V a.n.e.? Por supuesto. Nuevamente nos trasladamos a la India, cuya tradición filosófica se remonta a varios milenos antes de Cristo. La obra titulada Bhagavad Gîta es uno de los tratados más importantes de filosofía ética. Las llamadas Máximas de Ptahotep son pensamientos de ética política del segundo milenio a.C., perteneciente a Imperio Nuevo de la civilización del Antiguo Egipto. Estas máximas o instrucciones conforman un tratado coherente que integra psicología, ética y política en una visión filosófica sobre la labor del funcionario público.
Y, por último, no podemos dejar de señalar que la filosofía no es sólo una disciplina académica ni científica, si bien, puede apoyarse en el método científico y en una institución oficial. Filosofar, al decir de Platón y Pierre Hadot, entre muchos otros, es una actitud vital en la que el asombro, la epojé y la curiosidad innata en todo ser humano, conducen a un enfoque de la realidad inmediata como la parte de un todo. Vemos una nube en el cielo empujada por las corrientes de aire y nos preguntamos, como un niño “¿por qué no se cae?”, a la vez que inmediatamente rozamos otra pregunta “¿es que hay algo que sostiene el cosmos?”. Esta actitud es universal y atemporal. En todo tiempo y lugar, el hombre ha poseído esta actitud natural que llamamos filosofía.
En conclusión, tenemos que reconocer que no podemos afirmar cuándo ni dónde comenzó el hombre a hacer filosofía. Tal vez, el filosofar sea consustancial a lo humano.

Francisco Capacete
Filósofo

jueves, 21 de mayo de 2020

Mi premio nobel de la paz


Sres. académicos:

Es un honor recibir el premio nobel de la paz de manos de la excelentísima Ocasión de Servir y de dirigirme a ustedes en agradecimiento a tal distinción.
“Los seres humanos estamos hechos los unos a causa de los otros”, reflexionaba para sus adentros el insigne emperador Marco Aurelio, recordándose a sí mismo que por esta razón debía o bien soportarlos, o bien instruirlos. La decisión dependía únicamente de él. Aquí radica la bisagra mágica, la toma de decisiones tras una tranquila y pacífica reflexión.
¿Cómo vemos a los demás? ¿Cómo competidores y enemigos o compañeros de ruta? Si nos vemos los unos a los otros como enemigos no tendremos más remedio que sufrirnos. Si nos vemos como miembros de una misma familia o comunidad, nos enseñaremos mutuamente a convivir y aprenderemos esas cosas maravillosas de la edad dorada que el Quijote relataba a su fiel escudero Sancho y a los pastores.
¿Cómo queremos relacionarnos con los demás seres humanos? ¿Con angustia, ira, miedo, recelo, odio, resentimiento? O ¿con amistad, colaboración, solidaridad, compasión, hombro con hombro, devoción, admiración? La elección depende de cada uno de nosotros, de cómo elijamos ver a los demás.
Millones de personas en el mundo hemos elegido mirar con el enfoque inclusivo, con los ojos del compañero –el del alma, como diría Miguel Hernández. Allá donde vayas vas a encontrar una mano amiga. Esta es una realidad contrastada. En mis muchos viajes lo he comprobado y muchos otros amigos y conocidos que han viajado a muchos más lugares que yo, también lo han constatado. Lo que pasa es que el ruido que producen las enemistades y los conflictos –reales e inventados- es tan estruendoso que impide escuchar la música del entendimiento amigable, de la colaboración desinteresada y de las admirables obras benéficas.
Es imperativo informar a la población que la humanidad está ganando la batalla a la inhumanidad, antes de que la desmoralización arraigue en los corazones. Han de sonar los clarines, han de agitarse los estandartes, han de partir los correos hacia todos los horizontes proclamando la situación ventajosa de las huestes del bien. Si cada uno de nosotros, cada día, hace campaña informativa de los actos de servicio que van sucediendo en cada punto del globo, si cada boca habla a cada oído, garantizaremos la victoria sobre la ignorancia y el crimen. Al fin y al cabo, el tirano y el genocida son poderosos en cuanto hacen creer a los pueblos de que lo son. Otra cuestión de enfoque. El enfoque que nosotros hemos elegido y que nos ha hecho merecedor de este premio es el del servicio y no el de la servidumbre.
Así como el sol sale todas las mañanas del mundo, así cada día hay ocasión de servir. La ocasión no viene dada desde afuera de nosotros, sino que la llevamos puesta permanentemente como la piel que vestimos. Servir es dar lo mejor de uno a quienes les pueda beneficiar. Servir es ser útil y ser útil es vivir con conciencia de aporte, de suma, de creación. Cuando servimos depositamos en el mundo algo que antes no estaba. Ese algo, sumado a los muchos algos de todos, son como los bloques de piedra que los canteros medievales labraban para levantar catedrales. Con nuestros actos de servicio construimos templos invisibles a la divina paz.
Tenemos ocasión de servir cuando sonreímos al vecino o al conductor del autobús. Cuando ayudamos a cargar la cesta de la compra y cuando ofrecemos nuestro brazo al anciano que nos ofrece su experiencia. Cuando dedicamos nuestro tiempo a dar de comer a los hambrientos y cuando nos dedicamos a enseñar a los buscan el conocimiento –los otros hambrientos. Tenemos ocasión de servir cuando ahogamos conscientemente esa palabra hiriente que a punto esta de salir de nuestra boca y cuando renunciamos a esa ganancia que es pérdida para otro.
Ocasión de servir es crear arte, ciencia, mística y cultura. Es recrear las tradiciones populares, apoyar la pervivencia de las artesanías y amar la propia tierra si odiar a los que aman otra. Servimos cuando recreamos amor, belleza y pensamiento.
Servimos cuando protegemos al débil, al desfavorecido y al menesteroso. Y servimos cuando nos dejamos ayudar por aquel que está comenzando a dar sus primeros pasos en el servicio, siendo pacientes con sus errores y entusiastas con sus aciertos.
Mas, si servir es dar y no recibir ¿qué ganamos con el servicio? El listado es ganancias es tan largo como las tiras de gasa de las momias egipcias. Recibimos convivencia, lo cual equivale a decir compañía, cercanía, calor, mirada cristalina. Ganamos puertas abiertas, no solo las del corazón, también la de los hogares, pues que la hospitalidad se nutre de buenas intenciones y palabras corteses, esas que te salen espontáneamente cuando sirves. Y cuando las puertas de los corazones de las casas están abiertas, ganamos aldea, pueblo, ciudad.
Ganamos con cada acto de servicio lazos de unión, amarre de almas, encaje de destinos. Cada acción generosa es un hilo de plata que ofrecemos para urdir la sagrada trama de la confraternidad. Y cuando logremos la suficiente urdimbre nos daremos cuenta que los malandrines habrán dejado de serlo, que los menesterosos ya no lo serán más, que las calles rebosarán de alegría y los niños de infancia, que los ancianos compartirán sus sabias lentitudes y los jóvenes sus heroicas alas, que los pesares pesarán menos y las desgracias disfrutarán de compañía, que las fronteras ya no frenarán el paso de los hombres porque la fraternidad se habrá convertido en la bandera universal. ¿Qué más quieres ganar?
Mi premio nobel de la paz no me lo ha concedido ninguna academia, ni tampoco es ningún premio. Es la conciencia de estar haciendo de mi vida un maravilloso acto de servicio.
Francisco Capacete
Filósofo






martes, 12 de mayo de 2020

Filosofía para tiempos revueltos



Resistir no es suficiente. Ante la avalancha de situaciones conflictivas que inundan nuestras vidas, en todos sus aspectos, sería insensato buscar refugio en nuestros inestables hogares en pos de una seguridad que no termina de establecerse nunca. Vivimos una distopía, una utopía al revés, cruda y desalmada, que se cernía sobre el mundo hace años como una pesadilla y que ya está aquí y ahora. Todo lo que sucede alrededor se cuela en nuestras casas a través de la internet, la opinión y la presión social. Si creemos que atrincherarnos nos va a salvar estamos locos, porque los poderes fácticos cada vez tienen más influencia.
Hay una alternativa que es el buen ataque, es decir, pasar a la acción. Poner en el mundo nuestras ideas, nuestros valores y nuestras acciones. Cada uno de nosotros, por pequeño que se crea, puede influir en el conjunto, máxime en la época en que vivimos de democratización del poder. La soberanía popular sin poder es sólo un concepto político. Disponemos de muchas herramientas para ejercer nuestra cuota de legítimo poder ciudadano. Para que estas iniciativas no sean manipuladas conviene echar mano de la filosofía. Ella nos enseña a pensar por nosotros mismos, a conocernos a nosotros mismos y a llevar a la acción nuestro mundo interior. Con la filosofía generamos conciencia.
Hay tres elementos filosóficos que, según la profesora Delia Steinberg, permiten orientarse en tiempos revueltos, la conciencia histórica, la conciencia moral y la conciencia de formación.
Conciencia histórica es tener conciencia del pasado y vocación de futuro. Si nos anclamos al pasado nos la pasaremos llorando por lo que hemos tenido y no volveremos a tener. Si miramos sólo al futuro nos perderemos en fantasías tecnológicas. El que tiene verdadera conciencia histórica entiende tanto del pasado como del futuro y ama lo uno y lo otro. Así es como aparece en nuestra conciencia la idea de evolución y, lo más importante, de continuidad. Podemos continuar la obra de nuestros antecesores.
Conciencia moral es belleza interior y eficacia exterior. El ideal griego de la Kalokagathia, que aparece en Homero y otros autores clásicos, determina que la belleza interior o bondad se refleja en la conducta eficaz, aquella que no desvirtúa aquella belleza y que ennoblece el mundo. Si mostramos nuestros valores morales a través de esta definición tan rica en contenido, no nos dejaremos llevar por el relativismo moral tan presente en nuestra sociedad.
Conciencia de formación es lo que habitualmente denominamos educación. Se trata de desarrollar las potencialidades humanas, es decir, la comprensión profunda más que el intelecto y la imaginación más que la razón. Se trata de promover la convivencia como respeto esencial y la iniciativa como respuesta inteligente a los problemas de la vida. Esta educación formativa con miras a una transformación de las sociedades a través de la transformación individual es hoy más necesaria que nunca.
No estamos solos, nos acompaña la experiencia de la historia, de los millones de hombres y mujeres que nos han precedido. La ética filosófica ha demostrado a lo largo de los milenios que es eficaz para la construcción de la persona y su propia identidad individual, así como el descubrimiento de la identidad colectiva sin denostar las identidades diferentes. Y, ¿qué decir de la educación? Desde Platón y con Platón sabemos que la formación pedagógica es indispensable para hacer una sociedad en la que la conciencia de lo válido sea superior al miedo al castigo.
Resistir sólo no sirve porque nos desgasta. Como el Quijote, armémonos de filosofía y salgamos a los caminos de La Mancha -que es símbolo de la Vida- para llenarla de bien, belleza y justicia. Entre todos somos más poderosos que los monstruos avaros y sanguinolentos que acechan tras los despachos y los parqués bursátiles.

Francisco Capacete
Abogado y filósofo

martes, 5 de mayo de 2020

El virus del miedo



Cuenta una anécdota que el gran médico Paracelso se cruzó con la Muerte camino de Roma, mientras se alejaba de la ciudad de Alejandría, en la que había estado cuidando a miles de infestados por la peste. Le preguntó “¿adónde vas?” y la Muerte le contestó que a Alejandría. El médico le recriminó que visitara la ciudad a la que tantos esfuerzos había dedicado y le arrancó una promesa, sólo se llevaría 10.000 almas. Pasado un tiempo, Paracelso regresó a aquella ciudad y en el caminó volvió a cruzarse con la Muerte, quien en su fatídica bolsa llevaba 40.000 almas. “¡No has cumplido con tu promesa!”, le increpó el médico. A lo que la Muerte le contestó en su defensa que ella sólo había matado a diez mil, como le había prometido, los otros treinta mil habían muerto a causa del miedo.
Esta narración está inspirada en hechos reales. Anna Von Hopffgarten, doctora en biología, ha estudiado la influencia del estrés en el sistema inmunitario y las consecuencias negativas son muchas e importantes. El miedo es un gran productor de estrés psicológico. Por el contrario, el buen humor y el optimismo refuerzan la resistencia del cuerpo y protegen de enfermedades a largo plazo. Una psiquis fuerte hace al cuerpo más resistente frente a agentes patógenos.
Esta información contrastada debe ponernos en guardia frente a las corrientes de opinión y manipulaciones informativas que tienen como objetivo infundir y generar miedo entre la población. Esto es una grave irresponsabilidad porque el miedo puede ser un elemento de agravamiento de dolencias que pueden llevar a la muerte, sobre todo, a personas que ya presentan deficiencias en su sistema de defensas. No debemos caer en la insolidaridad de ser transmisores de este virus que es el miedo.
Dice la filósofa y profesora Delia Steinberg que “el miedo es una terrible garra que se cierra sobre los pensamientos, los sentimientos y la voluntad, restándole al ser humano toda posibilidad de acción inteligente. La actividad vital se reduce a defenderse, a escapar de todo, a rehuir responsabilidades…”. Hay que reconocer que todos sentimos miedo. Al futuro, al pasado, a no ser aceptado, a fracasar, a morir, a vivir, y todos hemos experimentado lo que señala la profesora Steinberg. Aceptar esta realidad nos puede ayudar a mantenerlo a raya, impidiendo que nos tiranice.
En cierta medida es bueno sentir miedo porque nos hace ser cautos y no caer en la temeridad. Por otro lado, un poco de miedo nos pone en alerta. Cuando sentimos miedo nuestro cuerpo segrega hormona adrenocorticotropa y epinefrina, un neutrotransmisor. Ambas sustancias químicas causan la generación de cortisol, una hormona que aumenta la presión sanguínea y el azúcar en sangre y suprime el sistema inmunitario. Se trata de aumentar el nivel de energía disponible en caso de tener que reaccionar ante la amenaza.
Así que, cuando controlamos el miedo de tal manera que nos genere una sana tensión, puede ser un aliado, mientras que cuando él nos controla a nosotros se convierte en un enemigo y nos paraliza.
La clave parece estar en encontrar el justo medio entre tensión y parálisis. Cuando lo que vivimos está desconectado de nuestra voluntad el futuro es totalmente incierto y el miedo puede paralizarnos. Cuando los diferentes aspectos de nuestra vida están conectados a nuestra voluntad, el futuro es un camino de desarrollo, en cierta medida incierto, pero con la incertidumbre de la libertad. ¡Es que no hay otra manera de realizarse que en libertad! ¿Cómo se cura el miedo a la libertad? Con responsabilidad. Nuestra vida, nuestro futuro, nuestras obras, son responsabilidad nuestra y de nadie más. Nosotros somos responsables de nuestros errores y también somos responsables de nuestros aciertos. Dicen los técnicos en seguridad personal que la seguridad total no existe y tienen razón. Hay que arriesgarse. Arriesgarse significa que podemos ganar o perder. Pero como me enseñó mi maestro, ¡acaso una vida en la que no perdamos ni ganemos nada merece la pena ser vivida!
El futuro es incierto, nuestras decisiones no. Las circunstancias que nos han tocado vivir no las hemos elegido nosotros, pero sí que depende de nosotros las decisiones que tomamos durante esta situación de pandemia. No nos dejemos llevar por el miedo. Tomemos las decisiones de aplicar medidas de higiene y prevención y caminemos con la cabeza bien erguida porque así también se yerguen nuestras defensas.

Francisco Capacete
Abogado y filósofo