domingo, 23 de diciembre de 2012

LOS DIOSES: ¿DESCUBRIMIENTO O INVENCIÓN?


En el colegio nos enseñaron la diferencia entre descubrir e inventar. Nos dijeron que Colón descubrió América y que Edison inventó la fonógrafo. Aquél se encontró con algo que ya existía y éste construyó algo nuevo. Nos enseñaron que Colón no inventó América ni Edison descubrió el fonógrafo. En estos temas la cosa es clara, pero en otros temas nos debatimos en medio de la duda. Por ejemplo, los dioses, ¿son una invención del ser humano o un descubrimiento?

            Varios son los argumentos que se esgrimen en un sentido y en otro. La diversidad de nombres y cultos sin aparente relación entre ellos es un argumento muy utilizado para demostrar que la deidad es una creación del ser humano, así como la manipulación de las iglesias. En este artículo vamos a destacar algunos argumentos a favor de la deidad como descubrimiento del hombre y no como creación ex nihilo del mismo.

Los hallazgos realizados en la Sima de los Huesos, en la Sierra de Atapuerca, confirman que los homínidos que habitaron en esta zona de la provincia de Burgos hace 300.000 años, realizaban "de forma consciente y con un comportamiento ritual y simbólico" los enterramientos de sus congéneres. Hace unos 80.000 años, los neandertales comenzaron a enterrerar a los muertos. No se trataba de simples medidas higiénicas. En los enterramientos, el difunto iba acompañado de algunos objetos (instrumentos de sílex, adornos, ...), que se conocen como ajuar funerario. La existencia de ritos funerarios reflejan una clara preocupación por lo que sucedía después de la muerte.
La percepción de entidades espirituales, ya fueran las almas de los difuntos o los espíritus de la naturaleza, estaba muy extendido ya en estas primeras fases de la humanidad. Y la magia chamánica o simpática establecía una relación con los seres no físicos que fueron “retratados” en las pinturas rupestres.

Son numerosísimos los indicios de la actitud religiosa o mística entre los “primeros” seres humanos. Así como el lenguaje, la conexión con la dimensión sacra ya se halla presente en los inicios de la humanidad. Por esto, cabe preguntarse, ¿cómo es posible que en tan poco tiempo evolutivo haya podido el hombre inventar todo un mundo espiritual? Pasar de una experiencia concreta, por ejemplo, “el cuerpo de mi compañero ya no se mueve” a una concepción trascendente como “el alma de mi compañero ha partido de viaje”, no es tan fácil. La concepción trascendente requiere una representación de diferentes dimensiones, una representación de cosas que están más allá de lo físico e inmediato y un sentido de perdurabilidad del alma mayor que la del cuerpo.

Así como el lenguaje no fue una invención de unos pocos seres humanos que se extendió al resto, sino una activación simultánea de una potencialidad de toda la especie, la conciencia espiritual no fue una invención de unos pocos que enseñaron o convencieron a los demás. Para que algo se desarrolle simultáneamente entre todos los individuos de una especie, sin aprendizaje como causa de ello, debe tratarse de algo innato a la especie. Y, hasta el momento presente, no existen pruebas ni indicios de que la actitud mística o religiosa haya sido fruto de un aprendizaje que haya comenzado en un foco cultural humano y se haya extendido al resto de la humanidad.

El hombre paleolítico dejó un reflejo de su visión del mundo en las pinturas rupestres. Este tipo de arte se ha encontrado en casi todo el globo y su antigüedad, si bien es difícil de fijar con exactitud, varía desde los 20.000 a los 4.000 años. En muchas de ellas aparecen figuras extrañas, seres de una plasticidad etérea. Parece ser que muchas de aquellas representaciones son la expresión de mundos o seres invisibles que los chamanes artistas “veían” en otras dimensiones de la  realidad. ¿Cómo es posible que en aquel arte rocoso y cavernario encontremos imágenes tan semejantes y que pertenecen a grupos diferentes? Copiarse no se copiaron. ¿Acaso los chamanes captaban otra dimensión donde habitaban seres tan reales como los hombres? Es la explicación más sencilla y coherente con los descubrimientos realizados.

Los seres humanos más antiguos de los que se tiene conocimiento descubrieron un mundo invisible y entablaron relación con seres espirituales. Sólo así puede comprenderse que en muy poco tiempo evolutivo realizaran ceremonias o ritos de comunicación con lo invisible y que lo realizaran en todas las partes del mundo, una vez, la especie se hubo diseminado y separado.

Por otro lado, ¿cómo puede explicarse la coincidencia en la simbología o representación teológica en diferentes civilizaciones? Prácticamente, todas las culturas vieron tres divinidades principales, desde los griegos hasta los incas, tanto en el Antiguo Egipto como en la India. La luna, como gran divinidad, en muchísimas culturas representa la fuente de conocimiento de cosas antiguas o instintivas, mientras que el sol, como dios padre, la fuente de sabiduría, salud, justicia y es divinidad creadora. ¿Por qué en culturas tan alejadas como la egipcia y la toteca, la china y la cultura de Caral, expresen a la divinidad principal con la figura de la pirámide? ¿A qué se debe el tan extendido culto a las diosas femeninas en el Paleolítico Superior, cuando llevávamos tan poco tiempo evolutivo como sapiens sapiens? La Venus de Willendorf está datada en el 22.000 ane.,  la diosa de Laussel en el 25.000 ane. y la escultura más antigua de una diosa que proviene de Brassempouy, en la región francesa de Las Landas es del 29.000 a. C. ¿A qué se deben estas y muchísimas otras coincidencias? Antes de que el homo sapiens, ya sea en su versión neanderthal, ya sea en su versión "mejorada" de sapiens, elaborara ideas abstractas o conceptos universales, expresó realidades atemporales como fueron los dioses, seres que no veían físicamente, pero que percibían. La explicación más sencilla y coherente con los hechos es el descubrimiento de un mundo invisible donde habitaban seres tan reales como los que viven en el mundo físico.

A estos seres espirituales se les denominó dioses. El hombre descubrió a los dioses, no los inventó. Y este descubrimiento fue la causa de la mística y la trascendencia que nos han acompañado en todo momento en nuestro camino evolutivo.
Muchas veces se trata de encontrar la naturaleza humana en el comoprtamiento de los primeros hombres y se habla de que éramos cazadores despiadados o brutos solidarios, pero además de estos comportamientos, no podemos negar la evidencia de que por encima de todo éramos seres vinculados con lo invisible, con lo espiritual y con una cotidiana necesidad de trascendencia. Esta necesidad fue el motor de la evolución de nuestra conciencia que en tan poco tiempo evolutivo, despertó a la inteligencia superior.

jueves, 20 de diciembre de 2012

QUÉ SOMOS



Hay un vecino misterio en la forma de nuestra mano. Sí, mírala con atención por unos segundos. Te darás cuenta que la forma la percibimos por comparación entre lo que es la mano y aquello que no es la mano. Casi podríamos decir que en esa sutilísima frontera comienza la mano. Mas, esta percepción de los sentidos es ilusoria e irreal. La mano, nuestras manos, no comienzan en su externo límite, sino en su propio interior; el origen de la mano, como si de una flor se tratara, hay que buscarlo en el brazo. El brazo es como una maceta con tierra en la que hay sembrada una semilla y la mano es la flor que germina y se abre al sol de la mañana.

Así, el ser humano, nosotros mismos, no somos el límite que hay entre los demás, no somos lo que nos diferencia de los demás, no somos la ropa, ni los cabellos, ni los zapatos, ni el bolso, ni la libreta donde anotamos nuestras reflexiones y que tiene impresa en su tapa una hoja seca que, cual si fuera el casco de un barco, surca el viento de la melancolía. No somos lo que nos hace exclusivos, no somos lo que excluye, ni la forma que separa. No somos la forma, ni un límite, ni una limitación.

Somos lo que nos hace únicos. Y lo que nos hace únicos se encuentra en nuestro interior, en el más interno círculo de nuestro ser interior. El Atmá, el “SerPlenodeSíqueAbrazaTodo”, el Uno, es lo que nos hace únicos. En aquellos instantes en que rozamos siquiera nuestro verdadero Ser somos únicos. Aquel día en que hemos podido vivir según nuestros verdaderos designios, ese día lo hacemos único. La persona que se supera a si mismo se hace única. 

miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿PARA QUÉ SIRVE LA MENTE?





Con el derrumbe del Racionalismo cartesiano provocado por la incapacidad de solucionar los problemas del mundo por medio del diálogo y la diplomacia, ha surgido un misticismo que huye de todo aquello que huela a razón-mente, para refugiarse en lo intuitivo y mágico. Desde este punto de vista, apoyado a veces en interpretaciones parciales de filosofías orientales, ideologías anarquistas y posturas existencialistas, la mente no sirve para encontrar lo válido en la vida.
            Por otro lado, la educación que recibimos desde el colegio hasta la universidad, se basa en lo mental –algunos dirían que en lo cerebral- y no se enseña a usar o desarrollar la intuición ni lo espiritual. Como la educación también está fallando y los estudios no sirven para hacernos mejores –ni siquiera para encontrar un trabajo estable-, se refuerza la sensación de que la mente es un estorbo, un algo que tenemos pero que no sabemos para qué sirve realmente.
Vivimos en una época de contradicciones. Fuertes corriente antagónicas se ensarzan en una lucha desesperada. Sufrimos una avalancha de propaganda de las más variadas y opuestas posiciones: ecologistas y consumistas, pacifistas y armamentistas, creyentes y ateas, etc. Una de esas luchas actuales es la de intuición versus razón.
La mente es una conquista evolutiva. El hombre no siempre ha tenido mente. No es hasta la arribada al sapiens que podemos hacer un uso amplio de la mente. Siendo una conquista evolutiva debe tener una sentido, una finalidad y una utilidad que van más allá de los intereses particulares y que se nuclean en torno a la adaptación al medio. Si tenemos mente por evolución es porque la necesitamos para adaptarnos a la naturaleza. Desde este punto de vista, la mente no es inservible.
La mente es una de las ubicaciones del “yo”. En la filosofía occidental se llegó a la conclusión de que “pienso, luego soy”. En la filosofía de India y en el Budhismo transhimaláyico la mente es un aspecto formal de la conciencia, es decir, puede dar forma a las experiencias para integrarlas en la conciencia del “yo”. Tanto en unas filosofías como en otras, la mente tiene la capacidad de registrar procesos en la memoria y ésta, por medio de los recuerdos, ayuda a montar el puzzle de la propia conciencia, del quienes-somos-realmente, del verdadero Yo.
La mente es una herramienta al servicio del ser humano. Como toda herramienta es un medio y no una finalidad. Podemos decir que la evolución humana no tiene como fin crear la mente, sino que el desarrollo de la mente es un medio para seguir evolucionando, así como la escoba no es la finalidad de un/a amo/a de casa, sino una herramienta para lograr higiene. ¿Para qué la hacemos servir a esta herramienta? Y, ¿para qué sirve realmente?
La hacemos servir, en lo cotidiano, para:
a) Comparar. Las personas se comparan unas con otras e, inevitablemente, nacen la envidia y los complejos de inferioridad o de superioridad.
b) Criticar. Cuando se valoran las conductas de los demás en función de los propios criterios personales, olvidando que los criterios personales sólo sirven para valorar las propias conductas y no las de los demás.
c) Desear. Cuando la mente desea algo lo quiere poseer y si no se tiene un sentido de la justa medida, el instinto de posesión irrumpe en medio de las relaciones humanas en forma de egoísmos y luchas por conseguir lo que tiene el otro.
d) Crear límites e imposibilidades. Una mente sin formación adecuada suele decirnos “no puedes”, “no lo vas a conseguir”. Cuando crea estos límites totalmente fantasiosos y quiméricos, surgen los miedos. Y los miedos obstaculizan el desarrollo al impedir ir más allá de nuestros propios límites.

¿Para qué sirve la mente?

a) COMPRENDER. Una mente sana y despierta puede comprender qué es cada cosa, qué supone cada situación, cuál es el problema a resolver. Podemos unirnos a la naturaleza comprendiendo sus leyes y adaptándonos a ellas. La comprensión otorga flexibilidad, capacidad de reacción y, por consiguiente, convivencia. La actividad científica se basa en un deseo de comprender.
b) APRENDER. No nacemos sabiendo –con permiso de Platón. Aprendemos imitando, para lo cual es necesaria la memoria. Aprendemos poniendo en práctica lo que leemos o escuchamos, siendo también necesaria la memoria así como la capacidad adaptativa que requiere de un proceso intelectual. Esta capacidad de aprendizaje ofrece un sentido de perfeccionamiento natural, permitiéndonos percibir el sentido de la vida.
c) PENSAR. Dijo Confucio que pensar una sola vez antes de actuar es poco y lleva a la temeridad; pensar tres veces antes de actuar es mucho y lleva a la inacción; pensar dos veces antes de actuar es lo justo y conduce a la acción eficaz. Pensar no es darle vueltas a las cosas como el cuento de nunca acabar. Pensar es caminar alrededor de una idea hasta “ver” qué es esa idea. Pensar es reflexionar, sopesar pros y contras, mover con la mente las imágenes a fin de componer en uno mismo la sinfonía de la realidad. Pensar no es deformar subjetivamente la realidad, sino recrear en nuestro interior una copia personal del mundo. Con el pensamiento no se consigue apresar la verdad, pero se puede comprender las leyes de la vida y el sentido de ésta. La serena reflexión es el mejor apoyo de la intuición.
d) AMAR. Saber querer requiere de un conocimiento. Una mente clara, desprovista de prejuicios, puede alcanzar el conocimiento necesario para cultivar los sentimientos. No nacemos sabiendo amar, pues de ser así no tendríamos tantos problemas afectivos. Tenemos problemas afectivos porque no hemos aprendido a amar. Y la mente sirve para aprender, entre otras cosas, a amar y admirar.

Si usamos la mente para lo que sirve notaremos que nos irá traspasando una aire fresco que se llevará la hojarasca de los miedos, de las dudas, de las envidias y los egoísmos. Y si al pensar le unimos el intuir y el amar, sin hacer discriminaciones propias de un racionalismo trasnochado, podremos sentirnos completos, felices, realizados.