martes, 10 de diciembre de 2019

El idealismo salvará el mundo


En estos días de cumbres climáticas la temperatura sube más que en los próximos 100 años del planeta. En estos días de propuestas, reuniones y performances, el clímax asciende hasta cotas de tensión insoportables, dada la acumulación de intenciones que no sabemos cómo ni cuándo van a eclosionar del todo; el polluelo lleva saliendo del cascarón varias semanas ¿Salvaremos el planeta? Nada cierto sabe nadie todavía.
Este es el panorama en la superficie, pero ¿qué se mueve en el fondo?, ¿qué se cuece en las cocinas de las calles del mundo? Vemos que decenas de miles de jóvenes idealistas se mueven para cambiar las cosas y hacer un mundo mejor. Desde Hong Kong, pasando por Madrid, París y llegando a Colombia, las calles arden de idealismo. No estamos asistiendo a un cúmulo de protestas por temas laborales, climáticos o políticos, sino a un renacer de una visión idealista. Como todas las cosas que renacen, este movimiento mundial no es igual que la anterior versión hegeliana. El nuevo idealismo no se evade de la realidad buscando la perfección estética o moral. El nuevo idealismo no es un divertimento de intelectuales y bohemios que nada tienen que ganar ni perder. Ni los dirigentes políticos, ni los amos de la economía van a poder cabalgarlo, como hicieron con el movimiento hippie a través de las drogas, el sexo y el rock and roll. La cultura del perdedor melancólico que está triste al otro lado del telón de acero no va con ellos.
El nuevo idealismo nace de un compromiso con el mundo en su totalidad. Este nuevo idealismo nace para quedarse porque cuenta con la fuerza de la convicción. Ahí van algunos pocos nombres icónicos de esta fuerza arrolladora y pacífica, constructiva y paciente: Greta Thunberg, Eugenio García, Joshua Wong, Peter Tabichi, Boyan Slat, Christian Felber. Tras ellos cientos de miles de jóvenes se mueven y no van a parar. Ya no se les puede parar. No están comprometidos con el liberalismo, ni con el materialismo, ni con el existencialismo, ni con la economía de mercado, ni con el comunismo, ni con el capitalismo. Están comprometidos con la idea de que el mundo debe ser la casa de todos, humanos de todos los colores y todas las demás especies. Les mueve la idea del ciudadano del mundo, de un mundo que no conozca fronteras, ni injusticias, ni abusos, ni dictaduras, ni monopolios. Les mueve la idea de ser ciudadanos de un planeta digno.
¿Quién las financia? Ellos mismos a través del crowdfunding, de las recaudaciones con ocasión de cumpleaños y de la imaginación creativa. ¿Qué herramientas usan? La cooperación, la convivencia, la tolerancia, el respeto, la diversidad, el esfuerzo, la voluntad, la libertad y el voluntariado. Estas son las armas del nuevo idealismo que va a salvar el mundo. Porque si no nos gobernamos con estos ideales éticos el mundo perecerá -como ya advertía el jefe Seattle- bajo nuestros propios detritus.
Han aprendido de los errores de las generaciones que les han precedido. Uno de esos errores es mancharse las manos y las cabezas con la política. Otro es dejar toda la responsabilidad a los gobiernos. Otro es confiar en las instituciones internacionales. Esta generación de jóvenes idealistas confía en ella misma y en sus propias fuerzas. No dice a los demás lo que hay que hacer, hacen. Por ello, somos nosotros, lo mayores, quienes tenemos que aprender de esta nueva generación y alimentar nuestro idealismo.
Un ideal es como una utopía. Una utopía es como un horizonte lejano, pero un horizonte hacia el que marchar. Para llegar algún día a ese horizonte sólo cabe una solución: comenzar a caminar hacia él. Las utopías dan fuerza al corazón y corazón a la fuerza. Necesitamos de este nuevo idealismo para mejorarnos y mejorar el mundo en el que vivimos.
Francisco Capacete González
Filósofo y abogado