domingo, 7 de enero de 2018

El bárbaro sacrificio de sangre


Cierto es que la sangre es símbolo de vida, así como el color rojo. En muchas tumbas antiguas aparece el rojo como deseo de eterna vida al alma que ha salido del cuerpo yacente, por ejemplo, en la tumba del Señor de Palenque, cuyo sarcófago está pintado de rojo en su interior, un interior que además tiene forma de pez, queriendo expresar que el alma va a transitar a partir de la separación del cadáver por un mar diferente: el más allá donde seguirá disfrutando de la vida.

Igualmente cierto es que, siendo la sangre sinónimo de vida, no se la desperdicie, ni se derrame sin justa causa o fuerza mayor. Derrochar sangre es signo de barbarie, de ausencia de valores humanos, de decadencia civilizatoria. Una de las costumbres perversas que aparecieron en India a finales del siglo IV de la era común, fue la sati, el sacrificio de la viuda en la pira funeraria del marido fallecido. Fue una práctica minoritaria en aquel país que durante tantos milenios ha desarrollado una fuerte espiritualidad. Las ofrendas preferidas de las religiones de la India son las flores, los inciensos, la leche, la miel, productos todos de origen vegetal. Y en su milenaria civilización, el sacrificio de sangre, como la muerte ritual de humanos, era visto como algo perverso y contrario a la civilización. En las culturas aztecas encontramos otra oposición entre sacrificios de sangre y ofrendas. El dios Quetzalcoatl, posible héroe divinizado, prefería ofrendas de flores, mientras que los adoradores del dios Huitzilopochtli, le honraban con sacrificios humanos. En la mentalidad de aquellas impresionantes culturas, la Serpiente Emplumada representaba la civilización, la convivencia pacífica y la sabiduría. Huitzilopochtli representa la guerra que deviene de no haber sabido conservar la paz. Esa guerra se origina en la barbarie.

En los relatos homéricos encontramos sacrificios sangrientos elevados a los dioses por los señores de la guerra, como los holocaustos, que consistían en inmolar cien bueyes como agradecimiento a los dioses por haber vencido en una difícil contienda. ¿Quiénes podían ofrecer cien bueyes? Obviamente, los muy poderosos que hacían gala de su poder haciendo correr ríos de sangre, como tan explícitamente describe Homero. Esos mismos terratenientes llevaron al desastre a la Hélade de finales del segundo milenio antes de nuestra era. Hay un trasfondo de barbarie en las figuras de Agamenón, Aquiles o Áyax. Atrás había quedado la civilización minóica con todo su esplendor en la que los sacrificios de sangre eran la excepción a la regla. Contemplemos los frescos del Palacio de Cnossos en los que los jóvenes sacerdotes danzan con el toro en lugar de matarlo.

Otro ejemplo de barbarie y derramamiento de sangre lo tenemos en los pueblos llamados “bárbaros”. Según relata Julio César en su libro La guerra de las Galias, los galos realizaban diferentes tipos de sacrificios humanos, práctica que Roma trató de abolir. Sin embargo, ya se había iniciado la decadencia de la República y los sacrificios humanos aumentaron en el mundo romano con la lucha de gladiadores en el circo. Durante los muchos siglos que Roma fue fiel a sus valores civilizatorios los sacrificios de sangre fueron mínimos.

Volvamos al presente. Henos aquí en medio de una sociedad disfrazada de desarrollo cuando sufre esclerosis crónica, un endurecimiento de las posiciones que impide el verdadero desarrollo. Una sociedad en decadencia en la que entran, por las rendijas de la dejadez, costumbres bárbaras, como el derramamiento de sangre como sacrificio a los mitos modernos. La historia se repite. Un ejemplo de ello son los toros, pero no es el único. En las corridas de toros se sacrifican al dios del espectáculo o al dios tribal de la Fiesta, varios toros y, a veces, también toreros. Se derrama sangre a borbotones. Sangra el toro por el lomo y por las fauces. De sangre se llena el torero como si de un matarife recién terminado su trabajo se tratara. Al terminar su faena, si ha sido exitosa, el matador ofrenda al público las orejas y el rabo recién cortados al bravo, chorreando sangre. Esta costumbre o tradición es, según se comprueba históricamente, signo evidente de barbarie y pérdida de valores civilizados. Máxime cuando no se mata por necesidad, sino como puro y llano espectáculo. Se podrá vestir y disfrazar de cultura y fiesta, pero es y será una costumbre bárbara, un bárbaro sacrificio de sangre.

Por estas razones, la regulación de los espectáculos taurinos contenida en la Ley 9/2017, de 3 de agosto, de regulación de las corridas de toros y de protección de los animales en Illes Balears, conocida popularmente como ley de toros a la balear, me parece un acierto total. El espectáculo taurino se hace compatible con la protección animal, no hay muerte del toro, pero hay corrida y faena. Esta ley promueve civilización y frena la barbarie en su propio contexto. En una sociedad civilizada no se pueden matar animales para solaz y divertimento humano. Nos quejamos de que los jóvenes se dediquen a videojuegos sangrientos y tememos que estos juegos les lleven a perder de vista el valor de la vida humana. Pero los adultos nos complacemos en quitarle la vida a un animal sin más razón que pasar un “buen rato”. Una nueva muestra de la hipocresía de los adultos. Barbarie es perder de vista el valor de la vida por la repetición mecánica de prácticas sangrientas.

Hay quienes idenfican la tauromaquia con el ser español. Craso error. Es tanto como hacer una misma cosa el jamón serrano y la generosidad, virtud española por excelencia. Recordemos que en la bandera dos líneas rojas protegen una línea intermedia amarilla (gualda), como queriendo simbolizar que la vida protege la luz solar, la luz de esa conciencia que nos hace humanos, la civilización. Es la vida por duplicado, la que se recibe y la que se da caballerosamente una característica del ser español y no el derramamiento de sangre, por muy tradicional que sea.

Desearía que el Tribunal Constitucional cayera en la cuenta de que la Ley 9/2017 es una ley civilizadora y no la declare inconstitucional. Debería poder tener en cuenta estos argumentos que siendo meta-históricos, también son meta-jurídicos, y no son directamente aplicables a un procedimiento como el recurso de inconstitucionalidad, pero que son el fundamento de una sociedad civilizada y el Alto Tribunal no puede dejar de contemplar los principios fundamentales expresados en la Constitución Española, como el que cita el Preámbulo de la Carta Magna, ser una sociedad democrática avanzada.

Francisco Capacete
Abogado animal