martes, 30 de noviembre de 2021

El ocaso de la competencia


 Hacía el último cuarto del siglo XVIII se coció la idea del “libre mercado” en las cabezas de algunos filósofos. Estos defendían que la libertad de intercambios era lo mejor para que el mercado gobernara las relaciones particulares con independencia de las monarquías. Esta idea favoreció la llamada “revolución industrial” que en torno a 1870 ya producía abusos laborales, miseria y descontento. Parecía que el libre mercado no era tan bondadoso como se había prometido. Entonces, en 1859 Darwin publica “El origen de las especies”. La hipótesis de trabajo que aportaba el autor consistía en que las especies actuales proceden de otras anteriores. La descendencia y diversificación/adaptación podrían ser posible gracias a la selección natural y la competencia.

Entonces ocurrió algo imprevisto, incluso por el propio naturalista de Shrewsbury. La burguesía tomó la decisión de elevar la hipótesis evolutiva de Darwin a la categoría de teoría verdadera porque era la mejor fundamentación para convencer a todos que las leyes de la competencia del mercado no eran algo artificial sino, como las de la evolución, creadas por la propia naturaleza. ¡Y el hombre creó la competencia! Vio que era buena (para una minoría) y la elevó a designio divino.

Desde ese momento no han dejado de realizarse investigaciones para defender la competencia como uno de los factores más importantes de la evolución de las especies. Se han repetido hasta la saciedad las escenas de machos luchando en la época de celo y las escenas de depredación entre animales, para demostrar que, efectivamente, todos los animales compiten. Así, se ha inoculado el dogma de la competencia en millones de cabezas, año tras año, década tras década. Es tal el grado de dogmatismo y fanatismo generado que las catástrofes humanitaria y ecológica creada por los abusadores del mercado no son suficiente para reaccionar. La mayoría silenciada sigue consumiendo ferozmente cual zombi rondando un cadáver.

A la luz de las últimas investigaciones ya no podemos seguir afirmando que la competencia sea un factor clave ni importante en la adaptación de las especies ni en la selección natural. Muchos investigadores han llamado la atención sobre la incorrecta interpretación de la selección natural en clave egoísta y por la supervivencia del más fuerte. Kropotkin propone como ley básica de la existencia no la lucha egoísta sino la cooperación. El egoísmo genético es criticado por muchos científicos. Y se está descubriendo que la cooperación, la colaboración, el mutualismo, la simbiosis, han estado presentes en la naturaleza mucho antes de que algunas especies compitieran en algunos ámbitos concretos.

Todas las cosas tienen un comienzo y un final. Todo comienzo que es la continuación de un final anterior y todo final es la antesala de un nuevo inicio. Esta es la ley de los ciclos que rige el movimiento del universo. Todo lo que se mueve viene y va, llevando y trayendo información y experiencia. Cada ciclo es una oportunidad de aprender algo más. Hemos llegado al final del ciclo vital de la competencia. Seguramente que algo habremos aprendido. Al menos a diferenciar la sana competencia de la salvaje lucha por tener más a cualquier precio. La sana competencia debe enmarcarse dentro del bien común, sino no es sana.

Dejemos de competir insanamente. La Guerra Fría fue una competencia cruel e insensata que produjo millones de muertos, desplazados y pobres. La competencia entre partidos políticos ha generado y sigue generando mentiras, miseria moral y corrupción. La competencia comercial ha elevado los precios y rebajado las calidades. La competencia industrial ha llevado al engaño para poder seguir contaminando y, todas estas competencias insanas, han construido la peor de las pesadillas: el mundo actual.

Ahora conviene dar inicio a un nuevo ciclo, una nueva visión de la vida. Colaborar todos para todos, proteger todos lo de todos, admirar todos lo que es de todos. Saber que mientras haya un solo ser humano que pierda, todos hemos perdido. Saber que, si nos unimos desde el corazón, nadie saldrá perdiendo. Esto no es una utopía, es una necesidad, es un nuevo ciclo al que, inevitablemente, vamos a llegar tras el ocaso de la competencia.

 

Francisco Capacete González

Filósofo y escritor

 

sábado, 21 de agosto de 2021

Lo que Afganistán nos enseña

 


Europa, como civilización occidental, tiene virtudes y defectos. Entre éstos, uno de los más recurrentes a lo largo de los siglos, se ha tornado en vicio: creerse llamada a liderar la marcha de la historia. Alejandro Magno invadió lo que en aquellos tiempos era Afganistán y los que en aquel entonces podríamos llamar afganos, esto es, el conjunto de pueblos que integraban una zona geográfica y humana concreta, le hicieron creer al macedonio que lo adoraban, respetaban y obedecían. En realidad, seguían su camino sin cambiar un ápice, esperando pacientes el momento de la salida de las tropas extranjeras.

La historia se repite en ciclos de tiempo y vida. Las tropas soviéticas dejaron el país por puro cansancio, lo mismo que los ejércitos occidentales. Y es que los afganos son tremendamente astutos, hacen creer al invasor que ha vencido, que está cambiando su país aportando cosas nuevas y, cuando al cabo de varios años, el invasor constata que en realidad no ha cambiado nada, se va con rostro cabizbajo y la sensación de que le han tomado el pelo.

El problema de todo esto es que por el camino se quiebran miles de vidas y millones de esperanzas, se malgastan miles de millones de dólares y se alimentan a los señores de la guerra que continuarán sojuzgando con el yugo de la esclavitud a millones de afganos. La última invasión de Afganistán ha enriquecido solamente a las empresas de seguridad privada y a determinados caciques del país, entre ellos, a los pashtún a través del presidente exiliado Ashraf Ghani y su jefe en la sombra Karzai. Obviamente, estos son títeres de los EE.UU.

Hagamos un ejercicio de imaginación. Vamos a suponer que España es invadida por el ejército estadounidense y que para gobernar al país apoyaran lo gallego. El presidente de Galicia se nombrase presidente de España y todas la formas sociales y culturales se supeditaran a lo gallego ¿Creeríamos a los americanos si nos explicaran que eso lo hacen para traernos la prosperidad y la riqueza a través de una democracia mejor de la que tenemos? ¡Y un rábano! Así es como se siente la inmensa mayoría de afganos, sean o no talibanes.

Tenemos que comprender que el problema no lo han causado los talibanes, el problema lo han causado los Estados herederos de la situación generada por la Segunda Guerra Mundial, EE.UU., Europa, Rusia y China. No pretendo justificar el modus operandi talibán, como tampoco tienen justificación las invasiones extranjeras que ha sufrido Afganistán. Todos sabemos que los EE.UU. actuaron con ánimo de venganza y por despecho ante el golpe bajo de las Torres Gemelas. Sabemos que los Estados de Europa han actuado con ánimo mercantil y que Rusia ha manejado hilos en la sombra con la venta de armamento a los talibanes. Pero a la opinión pública se le dice que llegan al país afgano para favorecer los valores democráticos y la misma democracia y, sobre todo, para defender a las mujeres afganas que son las víctimas preferidas de los talibanes. Esto no hay quien se lo crea, porque por la misma regla de tres, también debería ser invadida Arabia Saudita.

Recordemos que en esta monarquía absoluta la mujer es tratada como en el régimen talibán. Bueno, con una diferencia, ahora las sauditas pueden conducir. Según Amnistía Internacional, en Arabia Saudí, la mayoría de las mujeres tienen que vestir en público una abaya, una túnica larga negra hasta los tobillos, y un velo para cubrir la cabeza y el pelo, y que deja al descubierto solo parte del rostro. La policía religiosa vigila que las mujeres vistan de “manera apropiada” en los lugares públicos, penalizando de diferentes maneras a aquellas que no lo hagan.

¡Pobre Afganistán! Nadie escucha lo que tienes que enseñar. Nos enseñas que las invasiones no son la solución; que la democracia no puede imponerse porque es totalmente contrario a los valores democráticos, entre los que se encuentra el respeto a las diferentes identidades regionales; que nunca te dejarás engañar con promesas de progreso porque tú eres tan astuta que hueles desde lejos la estafa; y, por encima de todo, que todos los fracasos de la civilización occidental al proclamarse la garante del mundo están dejando bien claro que lo mejor que podemos hacer es ¡westerners go home!

Nosotros no poseemos la única solución a los problemas del mundo. Hay muchas soluciones que pasan por respetar las identidades regionales, los diferentes modos de gobernarse y las tradiciones culturales que enriquecen a la humanidad. La fraternidad es la idea que nos permitirá ayudarnos a ser mejores, nunca lo serán el mercantilismo ni los juegos sangrientos de la política internacional.

Francisco Capacete González

Filósofo, escritor y abogado

 

miércoles, 7 de abril de 2021

La crisis post-covid y la retirada sostenible

 

Llevamos un año de pandemia global durante el cual se han activado planes, programas y proyectos para luchar contra la propagación del coronavirus a todos los niveles. La lucha no ha sido fácil. Los virus son como aquel Ulises que logró escapar de la cueva del cíclope en la que se encontraba retenido juntos a sus compañeros de odisea. El rey de Ítaca, astuto e inteligente, disfrazó de ovejas a sus marineros quienes salieron hacia la libertad pasando desapercibidos y él mismo salvó la vida volviéndose invisible. Sí, se rebautizó con el nombre de Nadie y así cuando el cíclope preguntaba quién estaba allí, Ulises respondía con la verdad, “nadie”. La estrategia es memorable.

Así lo ha hacen los virus, se vuelven casi imperceptibles, casi indetectables. Primero por su tamaño y ligereza y, segundo, porque son maestros del disfraz, cuando se les detecta al fin, ellos mutan para volver a ser indetectables. La lucha contra la Covid-19 no ha sido fácil por las continuas variantes y mutaciones del coronavirus. Las medidas de contención no han sido 100% efectivas por la simple razón de que no existe ninguna medida 100% efectiva. Cuando Fernando Simón reconocía que el confinamiento se aprobó porque no sabían qué hacer, no está diciendo que no sea útil, sino que la epidemiología tiene sus limitaciones. La epidemiología es el cíclope, una rama de la medicina muy desarrollada, pero con un solo ojo.

Debido a estas dificultades los gobiernos del mundo entero, unos más y otros menos, han invertido numerosos recursos en la lucha contra la pandemia. Un equipo de investigadores de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, ha estado monitoreando la cantidad de recursos que los gobiernos de 168 países han invertido para enfrentar la pandemia del coronavirus. El gasto fiscal a nivel global se acerca a los 8 billones de dólares. Esta cantidad no es exacta, es una estimación que nos sirve para hacernos una idea de lo que varios estados han comprometido como gasto. Cuando termine la pandemia vendrá otra dificultad, conseguir los recursos para cuadrar las cuentas públicas, porque el gasto se ha disparado y los ingresos han caído en picado. Nos tenemos que preparar para afrontar un decenio difícil durante el cual la vida se hará más incómoda, siempre y cuando deseemos mantener el mismo nivel de comodidad que hemos disfrutado hasta ahora. Por el contrario, si somos capaces de reaccionar y vamos renunciando a una serie de comodidades superfluas y otras innecesarias, la vida no se nos volverá más incómoda, sino más sencilla.

¿Qué ocurrirá si decidimos no comprar tanto como hacemos hasta ahora? ¿Qué nos ocurrirá si decidimos no consumir tanto como hemos consumido hasta ahora? En primer lugar, que gastaremos menos y, en consecuencia, no necesitaremos ganar tanto. Si no necesitamos ganar tanto, podremos trabajar menos y si cada uno trabajamos un poco menos, el trabajo se repartirá entre más gente.

¿Qué ocurrirá si en lugar de encender la calefacción o el aire acondicionado en casa, nos hacemos con una buena manta y con un buen manual de estoicismo para soportar con buen ánimo los calores de la canícula? Que la factura de la luz se abaratará y, reduciendo el consumo de eléctrico, favoreceremos la protección del medio ambiente. Lo mismo con el uso del coche y los aparatos electrónicos.

¿Qué ocurrirá si decidimos trabajar y consumir un poco menos? Que las empresas producirán menos y los beneficios se reducirán en la misma proporción. No pasará nada si los propietarios de las empresas también deciden simplificar su estilo de vida. Al descender el trabajo en el sector industrial, aumentará en el ámbito de los trabajos manuales y en el agrario/ganadero. A su vez, habrá que potenciar la autosuficiencia en todos los sectores de la población.

Con todo ello, se reducirá ostensiblemente la contaminación del medio ambiente, la explotación salvaje de los recursos naturales y la explotación indigna que aquélla produce en los dueños legítimos de los recursos. La pobreza y el hambre que han provocado la rapiña y avaricia de los países desarrollados –pero sin alma-, irán desapareciendo. En la medida que todos los pueblos dispongan de medios, recursos y educación, se pondrá freno a la compraventa de esclavos.

Todo ello sería posible si decidiéramos entrar en la dinámica de la retirada sostenible, es decir, de llevar una vida un poco más sencilla. Quién sabe, tal vez, aquello que no estábamos dispuestos a hacer voluntariamente y que la pandemia nos está obligando a hacer, sea una oportunidad histórica para corregir los excesos de la civilización occidental y mejorar el mundo ¡La Historia hace unos amagos y unas fintas increíbles!

Lo que escribo en este breve artículo parece irrealizable, sin embargo, es más factible que otras propuestas. A nivel individual, quien decida simplificar su vida saldrá ganando y quien pretenda seguir como hasta ahora sufrirá. Y, a nivel colectivo o mundial, lo utópico de mi planteamiento no le quita valor ni razón. Lo importante es poder pensarlo y soñarlo porque –como dijo el profesor Livraga- lo que un hombre es capaz de soñar, él u otros, serán capaces, algún día, de plasmar.

Francisco Capacete González

Filósofo y abogado


 

 


martes, 16 de marzo de 2021

¿Qué podrían hacer miles de sabios juntos?

 


Enseñaba Sócrates -el filósofo ateniense no el futbolista brasileño- que sabio no es la persona que sabe muchas cosas. Por el contrario, sabe de cierto sólo una, que no sabe. El que reconoce su ignorancia sobre las cosas fundamentales es un sabio. Confucio, por su lado, explicaba a sus discípulos que la persona que comete un error y no lo corrige, comete otro error y es seña de identidad del sabio u Hombre-Ju el corregir diligentemente los errores que va cometiendo. Así que la sabiduría tiene mucho que ver con la sinceridad con uno mismo y la honestidad con los demás y muy poco con la acumulación de datos o la perfección impoluta. 

Nosotros, como sociedad, y la humanidad en su conjunto, venimos cometiendo errores desde hace unos cuantos milenios. Por ejemplo, el crecimiento desmesurado de los imperios siempre generó problemas, guerras cruentas y pobreza. Este error lo tenemos muy presente porque las Guerras Mundiales del pasado siglo fueron provocadas por un crecimiento desmesurado de los imperios de aquel entonces. Nosotros, como sociedad, y la humanidad en su conjunto, hemos ido corrigiendo los errores cometidos y hemos aprendido cosas muy importantes. Por ejemplo, crear organismos internacionales mediante los cuales resolver de manera pacífica los conflictos entre países, unir las competiciones deportivas en la épica de las olimpiadas o dar nacimiento a organizaciones no gubernamentales que trabajan por el bien de los más desfavorecidos. Una de las conclusiones que podemos extraer de la historia es que siempre que hemos caído en una crisis hemos encontrado la manera de salir más fortalecidos. Podemos afirmar que la humanidad, aunque no lo parezca, posee cierta sabiduría.

Llevamos un año de pandemia durante el que hemos soportado de todo, confinamiento, cierre de negocios, soledad, desorientación, enfados, disputas, etc. Mucho dolor por las muertes y mucha felicidad por los que han salido bien de los hospitales. Los gobiernos han tomado las medidas restrictivas que han creído necesarias para evitar males mayores y también han tomado medidas de alivio y protección como paralizar determinados procedimientos sancionadores, autorizar la suspensión del pago de determinadas deudas y aprobar ayudas para las empresas y los trabajadores. Podremos estar de acuerdo o no con tales medidas, pero creo, sinceramente, que ninguno de nosotros lo hubiera hecho mejor.

Más allá de las opiniones personales que salen como géiseres de nuestros labios y escritos, tenemos que prestar atención a lo que realmente ha pasado y no quedarnos en el nivel superficial de las noticias y las críticas. Y una de las cosas que ha ocurrido realmente durante esta pandemia es que hemos estado un poco más pendientes de en qué podemos ayudar. La solidaridad ha sido una protagonista constante. Los colectivos sanitarios nos están dando un ejemplo intachable. Muchísimas personas y asociaciones han creado iniciativas de ayuda, ya sea recogiendo y repartiendo alimentos, ya sea, favoreciendo alternativas para los negocios locales. Nos hemos enfocado en lo social y no solo en lo personal. El resultado es que en un año se ha contenido la pandemia. ¡Esto es extraordinario! Si pensamos que en la Roma de los Antoninos las pandemias duraron hasta diez años, que en la edad media las pestes asolaban durante decenios y diezmaban a la población, y que la pandemia del SIDA, por tomar un ejemplo reciente, no se ha logrado estabilizar hasta al cabo de unos treinta años de identificarla, lo que estamos logrando entre todos puede convertirse en una de las victorias más grandes de la humanidad. Esta victoria no consistirá en acabar con una pandemia, sino en haber conseguido unirnos más allá de ideologías políticas, creencias religiosas, estratos sociales, apellidos y nacionalidades, por el bien de la humanidad, tanto la lejana, como la que vive en la puerta de enfrente.

De ser así, estaríamos corrigiendo uno de los errores, asimismo, más perniciosos que hemos cometido los seres humanos, el individualismo egoísta. A este error lo llaman en la filosofía oriental la Herejía de Separatividad, que consiste en la falsa creencia de que uno es una entidad personal desligada de los demás y que puede alcanzar la felicidad sin tener en cuenta a los demás. Nos hemos dado cuenta de que no podemos ser felices si no actuamos juntos, corazón con corazón, y hemos corregido el error del egoísmo. Para Sócrates y Confucio, hemos actuado como sabios. ¿Y si seguimos así, actuando como sabios? ¿Qué ocurriría si se unieran miles y miles de sabios?

Francisco Capacete González

Filósofo y abogado

 





sábado, 6 de febrero de 2021

La ética secuestrada

 

La antroposfera es la zona de la biosfera en la que se desarrolla la actividad humana. El desarrollo tecnológico ha permitido a las sociedades humanas aumentar exponencialmente su actividad, llegando a afectar a la casi totalidad de la superficie terrestre. Nos hemos imbuido tanto de tecnología que el filósofo italiano Luciano Floridi ha denominado infoesfera a nuestro entorno digital, el último mundo nacido de la tékne humana. Hemos creado un mundo sutil, etéreo, onditudinal, del que depende prácticamente toda la actividad humana. Por caminos invisibles, por rutas inextricables y senderos desconocidos, marcha la información que necesitamos para realizar nuestra actividad cotidiana.

Floridi ha identificado la inteligencia artificial de nuestros días como la responsable de una profunda ofensa al ser humano. Ha secuestrado nuestra libertad y, por tanto, nuestra sensibilidad ética. Así como el mercado manda lo que hay que comprar y vender, así como los modelos meteorológicos nos indican si podemos salir de excursión con la familia, de la misma manera, lo digital determina, despóticamente, la inmensa mayoría de nuestras acciones. ¡Cuántas veces no nos ha ocurrido eso de que “el programa no me deja”, cuando hemos ido a hacer una reclamación por un error de una gran compañía! ¡Qué tristeza observar que el médico de cabecera se ha convertido en un servidor del programa informático y, en lugar de mirar al paciente, mira la pantalla del ordenador como si fuera éste lo más importante! Qué denigrante descubrir que una inteligencia artificial está decidiendo lo que nos gusta. Y qué decir cuando queremos ser atendidos por un ser humano y lo que escuchamos al otro lado de la línea es un programa informático con voz cuasi humana.

Como todo ello es lo habitual corremos el riesgo de confundirlo con la realidad. No. No podemos consentir que nos convenzan que lo real es ese trato degradante. Los seres humanos merecemos un trato humano. La eficacia sola no basta, requerimos alma, arte, calidez, comprensión, empatía, solidaridad, compasión, ánimos, apoyo, abrazos, besos, miradas, en definitiva, espíritu.

Nos hemos secuestrado la ética y el espíritu humanos con la excusa de la eficacia. Eficacia como sinónimo de optimización de recursos. Optimización de recursos como sinónimo eufemístico de despidos y recortes de plantillas (no de ahorro energético e impacto ambiental). Eficacia como sinónimo de mejor servicio. Mejor servicio como sinónimo de rapidez e inmediatez (no de calidad). Rapidez como sinónimo de “cuanto antes, sea como sea”. Eficacia como sinónimo de barato, cueste lo que cueste.

La tecnología digital permite realizar muchos millones de procesos más que hace cincuenta años. La consecuencia es la devastación del planeta. Para fabricar artilugios digitales se destruyen selvas y pueblos enteros. Destruir un pueblo es destruir su historia, su cultura, su sabiduría, su futuro. Es destruir la diversidad humana. Las corrientes de circulación digital consumen inmensas cantidades de energía que sólo pueden generarse a través de centrales nucleares. Y ya sabemos adónde van a parar los residuos nucleares. A lugares donde seguramente afectarán al medio ambiente por miles de años. Gracias a la tecnología digital compramos y vendemos por todo el mundo, vendiendo sandías de China en Mallorca y sandalias de Menorca en Pekín. ¿Realmente necesitamos sandías chinas en Mallorca y los pekineses sandalias menorquinas? Seguro que no. El problema es que transportar las sandías y las sandalias requiere quemar mucho combustible.

La tecnología digital se ha infiltrado de tal manera en el ocio que los jóvenes y no tan jóvenes desatienden las relaciones humanas por su dependencia de los dispositivos digitales y la oferta de entretenimiento que ofrecen. Un entretenimiento tan superficial que cada vez es más difícil encontrar personas que piensen por sí mismas y tengan cierta capacidad de reflexión. Un hombre que no piensa deja de ser hombre y se convierte, en la era digital, no en un animal, sino en una máquina. A este ritmo, las inteligencias artificiales superarán con creces a la humana y es que se lo habremos facilitado enormemente.

El trato denigrante, la contaminación enfermiza y la deshumanización creciente son las lacras de la infoesfera. ¿Cómo hemos podido admitir todo esto? ¿Por qué no nos hemos levantado antes contra tal erosión de lo humano? El argumento preferido para justificar la tiranía de la tecnología digital a cualquier precio ha venido siendo la salud. Cada vez que se ha pronunciado alguien en contra del abuso de la tecnología, han contrarrestado sus argumentos con los grandes avances que lo digital ha producido en medicina. Ante el tema de la salud pareciera que tuviéramos que tragarnos nuestros reproches. Sin embargo, un repaso de la evolución de nuestras costumbres nos permitirá seguir argumentando en contra del abuso de la tecnología superando la excusa del avance en temas de salud.

Antes del desarrollo del consumismo se vivía de una manera más saludable. Los alimentos eran más naturales, las bebidas menos azucaradas, las carnes menos cancerígenas y los entremeses menos grasientos. Se vivía con un ritmo menos frenético y el estrés era mucho más bajo. Las dolencias cardíacas no llegaban, ni por asomo, a los índices actuales. Se respiraba un aire menos contaminado y, siendo el nivel cultural más elevado, los problemas psicológicos eran menos y menores. Pero llegó el consumismo y lo trastocó todo, produciendo, a su vez, más enfermedades y agravando las ya conocidas. Ante tal panorama producido artificialmente, la medicina tuvo que ponerse a encontrar remedios y, con ayuda de la tecnología digital, ha fabricado muchos medicamentos y tratamientos para curar los desarreglos del consumismo. Así, el avance en tecnología médica está propiciando la continuidad de la sociedad enferma.

No podemos dejar que la tecnología digital dicte nuestra manera de vivir, de pensar, ni de sentir. Mientras tengamos la ética secuestrada por la eficacia, no nos daremos cuenta del entuerto en el que estamos metidos. Salgamos de aquí concienciando que la eficacia no vale a cualquier precio y menos al precio de vender nuestra alma y nuestra identidad.

 

Francisco Capacete González

Abogado y filósofo