sábado, 10 de junio de 2017

¿Qué hacemos con los muertos?

¿Cómo es conveniente morir? ¿De pie, estampado al volante de un ferrari, en la cama de un hospital, arropado de arrugas y nietos o fulminado por una bala anónima? ¿Cómo preferiría, queridísimo lector, el escenario y las circunstancias de su último suspiro? ¿ Una noche lluviosa y etílica, un atardecer heroico o una mañana en el hospital mientras el médico les deja caer a sus familiares el “no hemos podido hacer nada más” como si se refiriera al motor del coche? Sea como sea, esa no es la cuestión más importante. El tema realmente importante es qué van a hacer los demás con uno, tras nuestra marcha hacia el misterioso ocaso.
Hay quien dice que el hecho de la muerte es incómodo para nuestra sociedad y que las personas tratamos de evitarlo porque no sabemos cómo gestionarlo. ¡Obviamente que la muerte es incómoda y hasta dolorosa! ¿Gestionarla? ¿Se puede gestionar la muerte, el sufrimiento, la despedida? No. Se puede gestionar un negocio, una compraventa, un patrimonio, pero no el alma humana y su destino. Es que hay terapeutas superficiales que lo arreglan todo gestionando, las emociones, el dolor, el pasado, el subconsciente, el temor, el odio, etc., y algunos hay que pretenden gestionar la muerte. Me pregunto, ¿cómo vas a gestionar algo en lo que no tienes experiencia? ¿Es que te has muerto ya varias veces?
¿Qué es la muerte y qué se debe hacer con los muertos? Para algunas culturas la muerte lo es del cuerpo, pero no del alma, que sobrevive y se traslada a otra dimensión más beatífica, tras pasar por el lugar de la purga. Para otras, la muerte es un aletargamiento de la conciencia en lo físico, disolviéndose éste al faltarle el principio animador –el ánima. La conciencia se desprende del cuerpo, como el vapor del mar y asciende a lo que se ha convenido en llamar el Cielo entre los cristianos, el Devakán entre los hindúes, el Valhalla en la mitología nórdica, etc. tras un periodo más o menos largo, regresa a lo físico renaciendo en un nuevo cuerpo, como regresa el vapor en forma de agua al océano. Dependiendo de la forma de entender la muerte y el alma, las sociedades han ideado maneras diferentes de tratar el cuerpo del difunto. Unas lo entierran bajo tierra – de ahí la palabra “entierro”-, otras lo sepultan en un nicho o tumba, otras los incineran y culturas ha habido que dejaban el cadáver expuesto para que las aves carroñeras devolvieran el cuerpo a la naturaleza.
Aquellas culturas lo tenían muy claro, sabían qué era la muerte y qué hacer con sus muertos. El problema lo tenemos nosotros que hemos perdido el conocimiento del más allá tras haberle vendido el alma al materialismo ateo. Los budistas tibetanos dejaron explicaciones muy concretas sobre el viaje del alma en el Bardo Thodol, así como los egipcios antiguos lo hicieron en el Libro de la Salida del Alma a la luz del Día –mal traducido como Libro de los Muertos. Dante se esmeró en describir los paisajes que se encuentra el alma en el otro lado. Decenas de miles de personas han experimentado experiencias cercanas a la muerte y relatan qué ocurre cuando morimos con una sorprendente coincidencia de datos. Pero el materialismo ateo niega todo esto y coloca este conocimiento en el cajón de las supersticiones. Pero, ¿cómo puede negarle valor a lo que no investiga? La muerte es un trauma para el materialismo y se enfrenta a ella con miedo, pavor o infantiloide indiferencia.
Es cierto que este tema no suele ser centro de conversaciones. Tampoco aparece entre las materias de estudio de los niños. Cuando algún ser cercano fallece muchos padres no saben cómo decírselo a sus hijos y muchas personas reconocen su incapacidad de acompañar a los familiares en el sentimiento. En el fondo no sabemos cómo estar en los dominios de la parca fatídica. Desde pequeños nos enseñaron a comportarnos en la mesa, a limpiarnos el culito y a saludar por la calle, pero nadie nos mostró cómo proceder en el momento de la muerte, ni profesor alguno nos explicó qué es la muerte. ¡Con razón nos sentimos ignorantes y desamparados! Esta sociedad materialista y desganada, negacionista del alma y de todo aquello que no pueda explicarse como “cosa”, nos niega, asimismo, un derecho y un deber fundamentales: vivir la muerte de manera natural.
¿Qué hacemos con nuestros muertos? Esta cuestión es un verdadero trauma. Y como no sabemos qué hacer, nos enzarzamos en asuntos periféricos como monumentos, homenajes y pomposas muestras de dolor ficticio. El caso del monolito de Sa Feixina es una clara muestra de nuestra incompetencia ante la muerte. Unos desean conservarlo porque es un homenaje a chicos muertos en una guerra. Otros desean derribarlo porque es un homenaje a chicos muertos que no eran republicanos. Unos declaran que es un monumento fascista y otros que es un monumento patriótico. Siguen los bandos en pie de guerra. Las guerras intestinas que sufrió este país provocaron decenas de miles de muertos. Los muertos no son de un bando ni del otro, son muertos. ¿Qué hacer con ellos? ¿Nos seguiremos peleando y enfrentando en su nombre? ¿Es esta la mejor manera de honrar sus muertes? Parecemos ciegos que se pegan de tortazos sin saber quién es su amigo y quién su enemigo. Esperpéntica estampa que, de vivir Goya, inmortalizaría en algún papel. Dejemos tranquilos a los muertos y vivamos en paz sabiendo que la vida sigue, pero sigue hacia adelante.

Francisco Capacete González
Filósofo y abogado


viernes, 9 de junio de 2017

El eco de Descartes


La Edad Moderna tiene dos inspiradores: Newton en la ciencia y Descartes en la Filosofía. El primero puso las bases de la investigación del mundo y el segundo del pensamiento. Se acostumbra a considerar a René Descartes (1596-1650) como el fundador de la filosofía moderna. En su obra encontramos una frescura que no se halla en ningún otro filósofo desde Platón. Descartes no escribe como un profesor, sino como un descubridor y explorador, afanoso por comunicar sus hallazgos en el mundo del pensamiento.
Desde joven buscó la tranquilidad necesaria para dedicarse a pensar y ello le llevó a viajar continuamente, hasta que en Holanda encontró el anonimato suficiente para no ser molestado. Personaje tímido y conocedor de las ideas de Galileo, tuvo la prudencia de no publicar su primer libro para evitar ser molestado por la Inquisición romana. No obstante, sufrió persecuciones y ataques desde las iglesias y las universidades, en las que, a pesar del paso renovador de filósofos como Giordano Bruno, todavía se dogmatizaba en torno a la figura de Aristóteles. Matemático, filósofo, soldado, hombre de delicada salud, pasaba horas enteras seguidas meditando, convencido de que viajando por fuera no iba a encontrar cosas más válidas que “moviéndose” por dentro.
Su contribución a la geometría fue la invención de la geometría coordenada, es decir, la que se basa en la determinación de la posición de un punto en un plano por su distancia a dos líneas fijas. En física, Descartes se posicionó mecanicista, porque consideraba que las cosas y los seres eran como máquinas, regidos absolutamente por las leyes de la física, si bien los seres humanos disponían de un alma ubicada en la glándula pineal que podía desviar el movimiento de los cuerpos a voluntad. Dios era la condición necesaria para darle sentido a la existencia de este universo mecánico.
Sus dos obras más importantes son el Discours de la Méthode (1637) y las Meditations (1642). Descartes comienza explicando el método que llamamos la “duda cartesiana”. Para encontrar una base firme para su filosofía decide dudar de todo aquello que sea realmente dudoso. Comienza dudando de los sentidos, de los sueños, de las cosas corpóreas y aun de las ciencias “perfectas” como la aritmética y la geometría. Pero de lo único que no cabe dudar es que el que duda y el que piensa que duda es algo que existe, que está ahí. El “pienso, luego existo” (o “soy” según las últimas traducciones), da más certeza a la mente que a la materia. Esta posición tuvo gran eco en el idealismo alemán por contraposición al empirismo británico. En su teoría del conocimiento tomamos contacto real con las cosas externas cuando las pensamos, no cuando las tocamos, vemos o sentimos. Los hechos indubitables, para Descartes, son el “yo pienso” y estas primeras certezas empíricas halladas en los pensamientos y no en los objetos externos fueron muy importantes para toda la filosofía posterior. La mente toma un valor y una importancia fundamentales. Todo es más verdadero cuando se piensa claramente y estas ideas serán los orígenes del Racionalismo.
En su teoría del mundo, el cartesianismo es rígidamente determinista. Tanto los organismos vivos como la materia inerte están regidos por las leyes de la física. Esta es la base filosófica de la ciencia moderna. Todo, absolutamente todo, puede ser encerrado en leyes matemáticas, puesto que toda la naturaleza está ordenada matemáticamente.
De Descartes dijo Bertrand Russell: “La coherencia le habría convertido simplemente en el fundador de un nuevo Escolasticismo; en cambio, la incoherencia le convirtió en el punto de partida de dos escuelas filosóficas importantes, pero divergentes”, el Idealismo y el Racionalismo.
Hoy día van superándose las concepciones cartesianas por cuanto dividieron la naturaleza en clasificaciones y el pensamiento en especialidades, regresando a una visión integradora de lo que es naturalmente una unidad. Sin embargo, Descartes es un claro ejemplo de buscador independiente y original que trabajó para construir un criterio válido. No puedo dejar de compartir un párrafo de su célebre Discurso que me parece consejo y ejemplo digno de tener en cuenta: Mi propósito, pues, no es el de enseñar aquí el método que cada cual ha de seguir para dirigir bien su razón, sino sólo exponer el modo como yo he procurado conducir la mía. Los que se meten a dar preceptos deben de estimarse más hábiles que aquellos a quienes los dan, y son muy censurables, si faltan en la cosa más mínima. Pero como yo no propongo este escrito, sino a modo de historia o, si preferís, de fábula, en la que, entre ejemplos que podrán imitarse, irán acaso otros también que con razón no serán seguidos, espero que tendrá utilidad para algunos, sin ser nocivo para nadie, y que todo el mundo agradecerá mi franqueza. 
El eco de Descartes resuena entre las hojas de los libros susurrándonos al oído ´eres, no dudes de ello, no dudes de ti´. Hoy necesitamos construir cada uno de nosotros nuestro propio criterio personal, nuestra manera propia de caminar por la vida, de pensar, de decidir, de amar, de reír, de recuperar fuerzas y de compartir. Un criterio propio, fruto de la propia experiencia y afán de crecimiento, es el mejor escudo contra la presión de las circunstancias y las opiniones ajenas.


Francisco Capacete González
Filósofo y Abogado
Director de Es Racó de ses Idees