sábado, 21 de agosto de 2021

Lo que Afganistán nos enseña

 


Europa, como civilización occidental, tiene virtudes y defectos. Entre éstos, uno de los más recurrentes a lo largo de los siglos, se ha tornado en vicio: creerse llamada a liderar la marcha de la historia. Alejandro Magno invadió lo que en aquellos tiempos era Afganistán y los que en aquel entonces podríamos llamar afganos, esto es, el conjunto de pueblos que integraban una zona geográfica y humana concreta, le hicieron creer al macedonio que lo adoraban, respetaban y obedecían. En realidad, seguían su camino sin cambiar un ápice, esperando pacientes el momento de la salida de las tropas extranjeras.

La historia se repite en ciclos de tiempo y vida. Las tropas soviéticas dejaron el país por puro cansancio, lo mismo que los ejércitos occidentales. Y es que los afganos son tremendamente astutos, hacen creer al invasor que ha vencido, que está cambiando su país aportando cosas nuevas y, cuando al cabo de varios años, el invasor constata que en realidad no ha cambiado nada, se va con rostro cabizbajo y la sensación de que le han tomado el pelo.

El problema de todo esto es que por el camino se quiebran miles de vidas y millones de esperanzas, se malgastan miles de millones de dólares y se alimentan a los señores de la guerra que continuarán sojuzgando con el yugo de la esclavitud a millones de afganos. La última invasión de Afganistán ha enriquecido solamente a las empresas de seguridad privada y a determinados caciques del país, entre ellos, a los pashtún a través del presidente exiliado Ashraf Ghani y su jefe en la sombra Karzai. Obviamente, estos son títeres de los EE.UU.

Hagamos un ejercicio de imaginación. Vamos a suponer que España es invadida por el ejército estadounidense y que para gobernar al país apoyaran lo gallego. El presidente de Galicia se nombrase presidente de España y todas la formas sociales y culturales se supeditaran a lo gallego ¿Creeríamos a los americanos si nos explicaran que eso lo hacen para traernos la prosperidad y la riqueza a través de una democracia mejor de la que tenemos? ¡Y un rábano! Así es como se siente la inmensa mayoría de afganos, sean o no talibanes.

Tenemos que comprender que el problema no lo han causado los talibanes, el problema lo han causado los Estados herederos de la situación generada por la Segunda Guerra Mundial, EE.UU., Europa, Rusia y China. No pretendo justificar el modus operandi talibán, como tampoco tienen justificación las invasiones extranjeras que ha sufrido Afganistán. Todos sabemos que los EE.UU. actuaron con ánimo de venganza y por despecho ante el golpe bajo de las Torres Gemelas. Sabemos que los Estados de Europa han actuado con ánimo mercantil y que Rusia ha manejado hilos en la sombra con la venta de armamento a los talibanes. Pero a la opinión pública se le dice que llegan al país afgano para favorecer los valores democráticos y la misma democracia y, sobre todo, para defender a las mujeres afganas que son las víctimas preferidas de los talibanes. Esto no hay quien se lo crea, porque por la misma regla de tres, también debería ser invadida Arabia Saudita.

Recordemos que en esta monarquía absoluta la mujer es tratada como en el régimen talibán. Bueno, con una diferencia, ahora las sauditas pueden conducir. Según Amnistía Internacional, en Arabia Saudí, la mayoría de las mujeres tienen que vestir en público una abaya, una túnica larga negra hasta los tobillos, y un velo para cubrir la cabeza y el pelo, y que deja al descubierto solo parte del rostro. La policía religiosa vigila que las mujeres vistan de “manera apropiada” en los lugares públicos, penalizando de diferentes maneras a aquellas que no lo hagan.

¡Pobre Afganistán! Nadie escucha lo que tienes que enseñar. Nos enseñas que las invasiones no son la solución; que la democracia no puede imponerse porque es totalmente contrario a los valores democráticos, entre los que se encuentra el respeto a las diferentes identidades regionales; que nunca te dejarás engañar con promesas de progreso porque tú eres tan astuta que hueles desde lejos la estafa; y, por encima de todo, que todos los fracasos de la civilización occidental al proclamarse la garante del mundo están dejando bien claro que lo mejor que podemos hacer es ¡westerners go home!

Nosotros no poseemos la única solución a los problemas del mundo. Hay muchas soluciones que pasan por respetar las identidades regionales, los diferentes modos de gobernarse y las tradiciones culturales que enriquecen a la humanidad. La fraternidad es la idea que nos permitirá ayudarnos a ser mejores, nunca lo serán el mercantilismo ni los juegos sangrientos de la política internacional.

Francisco Capacete González

Filósofo, escritor y abogado