jueves, 13 de enero de 2011

viernes, 7 de enero de 2011

CURAS Y ROCK AND ROLL

En los últimos años han ido saliendo a la luz pública numerosos casos de abusos sexuales ejercidos por curas sobre niños. Estados Unidos, Alemania, Bélgica, son algunos de los países donde se han destapado con mayor crudeza estos casos que ofenden, no sólo a la moral cristiana, sino a la sensibilidad de cualquier persona que se considere moral. No sé si la Iglesia estará investigando dónde está el fallo en su maquinaria, si bien, al ritmo con que decrecen las vocaciones en Europa, dentro de poco no tendrá que preocuparse por el tema de los curas pedófilos, por la sencilla razón de que los pocos curas que sobrevivan a la debacle, deberán andarse con mucho cuidado ante el fin de la impunidad y de la ley del silencio. Por ahora, la Iglesia se ha preocupado de pedir perdón y culpabilizar –por cierto dos de las obsesiones favoritas de la Iglesia católica. Sin embargo, echo en falta un verdadero debate sobre qué es un verdadero sacerdote. Es fundamental saber qué son las cosas, buscar la esencia, de lo contrario, si solamente se conoce lo superficial, el enfrentamiento y la desorientación están garantizados.
Sacerdocio es el oficio de lo sagrado y sacerdote es el que se dedica a lo sagrado, más concretamente, a llevar lo sagrado a las personas, a la sociedad. Un sacerdote es un intermediario entre el mundo de los Ideales Místicos y los seres humanos. Para ser sacerdote hay que cumplir con una serie de requisitos, requisitos que no son formales, sino subjetivos. Un sacerdote debe ser místico, debe querer llevar una vida mística, contemplativa, que le permita el acceso al mundo de lo sagrado, donde habita el Ideal de la Suma Bondad que llamamos Dios. Una vida mística se basa en la buena voluntad, en querer de verdad la justicia, la bondad, la belleza y la armonía (o “amor”, palabra ésta contenida en la palabra “armonía”). El segundo requisito es la conciencia íntima de ser un intermediario que dedica su vida al servicio a los seres humanos. Un verdadero sacerdote es el que sirve a los demás y no el que es servido. Esta vocación de servicio ilumina la conciencia de tal modo que el que la tiene jamás ve a los demás como medios, ni como instrumentos, sino que ve a cada persona como un fin en sí misma. Por lo tanto, un sacerdote debe poder amar a las personas de manera incondicional. Y aclaro que hablo de “amar”, no de “desear”; el que desea a otra persona la considera un medio, un instrumento para satisfacer sus propios deseos: no hay nada más egoísta y condicionado.
Sin estos requisitos no puede haber verdadero sacerdocio. Y mucha gente se pregunta, ¿sólo pueden desarrollarlos los hombres? Obviamente, no. Es absurdo negar a las mujeres la posibilidad de ser sacerdotisas. La mística y el amor por los demás no son exclusivos de un género. ¿Una persona mística, buena y compasiva puede estar casada y practicar sexo con su pareja? Obviamente, sí. El amor hacia todos los seres y la contemplación de lo sagrado no es incompatible con convivir con una persona y pasar ratitos dándose calor en este frío mundo.
Por lo tanto, estar casado, ser mujer, no ser célibe, no son obstáculos para ser verdaderos sacerdotes. Que las iglesias reflexionen sobre esto, tal vez, consigan aumentar las vocaciones y frenar las frustraciones. 

martes, 4 de enero de 2011

MOLINOS NUEVOS, VIENTOS VIEJOS

Vivo en la maravillosa isla de Mallorca, en medio del Mar Mediterráneo, a caballo entre África y Europa, entre el Atlántico y Asia. Esta isla ha recibido siempre, desde el principio de su historia, vientos propicios de diferentes pueblos cargados de ideas, mentalidades y costumbres. La historia de Mallorca es un buen ejemplo de integración de diferentes culturas y de formación. Una de esas tradiciones, conocidas en casi todo el mundo, son sus molinos; es una de las estampas más identificativas de la isla. Sin embargo, todos esos molinos yacen muertos porque se dejaron de usar hace algunas décadas. Con la mecanización del campo y la salinización del agua freática, los campesinos abandonaron el uso de sus molinos. Antes, ellos, con la ayuda del viento, extraían el agua tan necesaria para cultivar el trigo que alimentaba a la población. Ahora no extraen nada y, curiosamente, las gentes están insatisfechas, como hambrientas de realización. Muchas veces me imagino a mi mismo como un molino que extrae de lado invisible de las ideas, esa agua tan especial que son las enseñanzas sobre la vida, esa agua tan necesaria para que todos podamos encontrarle un sentido a la vida y a todo lo que hacemos, de tal manera que no pasemos hambre de ser nosotros mismos. Hay pueblos que pasan hambre física y hay pueblos que sufren hambre en el alma. Necesitamos muchos molinos, nuevos molinos impulsados por el viento viejo de las enseñanzas y del conocimiento de lo fundamental.