miércoles, 10 de mayo de 2017

La soportable levedad del ser

Cuando Kundera escribió la novela La insoportable levedad del ser, en 1984, expresó la angustia y el dolor del ser humano ante una vida leve, sin peso, sin esencia y sin raíces, sin alma. Todos los personajes, excepto la mascota de Tomás y Teresa, viven experiencias provisionales sin expectativas que reflejan un insoportable estado de nadidad. El ser se reduce al ir/existiendo. La vida renuncia a la conquista, al ir más allá, a la búsqueda de su propio interior. La novela del escritor checo fue un éxito de ventas y de lecturas, llevándose al cine en 1988. La década de los ochenta fue prolífica en temática existencial porque el sueño de la modernidad había fracasado, la construcción de un mundo en el que todos seríamos iguales pereció con la demolición de los edificios Pruitt- Igoe en 1972. Y al despertar de ese profundo sueño, la sociedad de aquella década se preguntó “¿dónde estamos?, ¿quiénes somos?”.
Los ochenta fueron sepultados por los noventa y la aparición de las nuevas tecnologías. Los “felices años noventa” produjeron un efecto euforia en muchos sectores de la sociedad. El sector de la construcción comió y engordó. La ciencia biológica se creyó la dueña del mundo de la mano de la genética. Los Aliados desafiaron al mundo con sus súper ejércitos manipulados por súper ordenadores. Los partidos políticos se dedicaron a montar campañas fastuosas, casi versallescas, con tremendos efectos especiales. Todo era excelente, paradisíaco, hasta los bancos regalaban hipotecas para celebrar el advenimiento de la Era Perfecta. La temática existencialista casi desapareció de escena. Los filósofos dejaron de hablar del ser porque el existir no necesitaba de metafísicas ni ontologías. El yuppie no quería calentarse la cabeza mientras saboreaba la vida. Fabricamos una nueva quimera, un nuevo sueño de felicidad constante, en el que la ciencia podía explicarlo todo y arreglar todo lo que se estropeara.
Como ocurre en las familias de alta alcurnia que llegan a la ruina financiera, en las que todos sus miembros lo saben pero ninguno se atreve a hablar de ello en la mesa para no malograr los excelentes manjares, así vivimos en la primera década del nuevo milenio, con bienestares y felicidades, móviles, eurovisiones y promesas en forma de primer presidente negro de EE.UU., pero sin hablar del tema no resuelto de la existencia, del por qué vivimos y del para qué.
Todos somos conscientes del terrible agujero financiero que atraviesan la mayoría de estados, entre ellos el nuestro. Sabemos que la falta de una educación en valores cívicos y humanos hace insostenible las ciudades. Los expertos alertan sobre el cambio climático y sus consecuencias que ya están ad portas. Las enfermedades raras, las que no tienen curación y las epidemias amenazan la salud mundial. Y, además de todo ello –por si no tuviéramos poco-, permanece en la carpeta de cola de impresión esperando su turno el tema de la existencia. Cuestión crucial e importante, porque no sabiendo quiénes somos tampoco podemos encontrar el tipo de vida que nos conviene realmente. Muchos filósofos y científicos han reflexionado sobre las consecuencias de la ignorancia suprema, del quién soy, y las consecuencias son precisamente esas que he mencionado hace unas líneas.
¿Qué solución hemos elegido? ¿Conocer nuestro ser? No. Hemos elegido hacer soportable la levedad del ser. Para logar soportar el vacío interior que cada vez es más grande, hemos magnificado la diversión, llevado al extremo el deporte, histrionizado la publicidad, exagerado los premios y sorteos, intensificado los efectos de las drogas, priorizado la ganancia, maximizado el beneficio a corto plazo, entronizado la mentira alagadora. Nos hemos rodeado de efectos especiales increíbles para que su fulgor y volumen de sonido tape la pequeña voz interior de nuestra alma. Y ¡cómo no!, hemos desterrado la filosofía de los planes de estudio para que no nos moleste. Esta ha sido nuestra elección.  Así nos hemos convencido de que no hace falta saber quiénes somos para estar bien. Y si de vez en cuando nos llega algún rumor proveniente del ser que nos trastoque el bienestar, siempre tenemos a nuestro alcance los miles de falsos terapeutas que harán todo lo posible para llevarnos por la senda de la inteligencia emocional para liberarnos de la inteligencia del ser.
Conviene llamar la atención sobre la insoportable soportable situación actual. Es apenas un espejismo. Si volvemos a la filosofía a la manera clásica, a esa forma de vida profunda, que busca el contacto con el ser para vivir mejor, despejaremos los espejismos peligrosos y cada uno, en su individualidad, en su genuinidad, abandonará el mundo de lo soportable para llegar al reino de la realización.

Francisco Capacete
Filósofo y abogado

Director de Es Racó de ses Idees