domingo, 10 de enero de 2016

Enanocracia

Estas navidades ha caído en mis manos el Diario del conde Kessler en el que recoge, este gentleman prusiano, sus vivencias y recuerdos del periodo 1893-1937. Curiosamente, el manuscrito de este Diario se encontró por casualidad en Mallorca donde residió durante algunos años. Alquiló un piso en el barrio de la Bonanova junto a su fiel amigo Max Goertz, y guardó sus cuadernos de notas en la caja fuerte de un banco sin que nadie pudiera dar razón del mismo.
Este libro contiene páginas memorables, al menos para mí que amo la política y la historia. Permitidme que os aclare que cuando digo “política” no me refiero a estar en un partido o en otro, dado que el partidismo es un ínfima parte de lo político. La Política es la ciencia y el arte de la convivencia efectiva entre los seres humanos. Es una ciencia porque exige conocimiento de la naturaleza humana. Y es un arte porque su objeto somos los seres humanos, un “material” que no puede gobernarse con meras fórmulas racionales, ni mucho menos económicas.
Como os decía, este libro contiene la crónica fresca y en directo de los entresijos de la Gran Guerra, siempre desde el punto de vista del autor. Alemán por parte de padre, irlandés por parte de madre y nacido en París, Harry Kessler se forjó un espíritu cosmopolita y universal. Entre sus amigos y conocidos se encuentran personajes como Verlaine, Munch, Strauss, Wolf, Einstein, Rodin, Rilke, Mann, Nietzsche, etc. Sus notas sobre los inicios de los combates en Europa y de las negociaciones posteriores, así como su visión de la naciente Sociedad de Naciones, son propias de un gran hombre de política, con una inteligencia profunda y visión a largo plazo.
Kessler advirtió que si la Sociedad de Naciones dejaba fuera de su organización a los trabajadores y las empresas, así como a los países no alineados, si no se creaba un derecho internacional vinculante, sería un fracaso. Y no se equivocó.
Esta lectura me ha hecho recordar otras tantas figuras de la política universal. Solón, Pericles, Escipión, Lincoln, Churchill, Augusto, Ashoka, Omar, Moro, Cronwell, Jefferson y cientos más, que fueron grandes políticos. A cada uno le tocó un pueblo y unas circunstancias diferentes. Algunos fueron emperadores y otros simples consejeros, como Confucio, pero ninguno de ellos fue mediocre. Pericles, por ejemplo, logró que sus conciudadanos superaran la crisis de la derrota y de la peste. Augusto, el Princeps, fue capaz de conseguir la paz en todo el Imperio Romano en varias ocasiones. Frente a sus pensamientos y sus acciones me siento pequeño. Sanamente pequeño porque puedo reconocer cuánto me queda por aprender. Desgraciadamente no puedo decir lo mismo de los políticos actuales. Cuando escucho o leo los pensamientos de los hombres y mujeres que ejercen de políticos, cuando observo sus actitudes y me entero de sus decisiones, no veo más que a iguales. Nada puedo aprender de ellos, no porque yo sepa muchas cosas o porque tenga desarrolladas muchas cualidades, no. No puedo aprender de ellos porque, como yo mismo, no saben muchas cosas ni pueden hacer gala de cualidades especiales.
¿Qué puedo aprender de Matas, Bauzá, Barceló, Armengol, Yllanes, Verger, Huertas, Ensenyat, Font, Pastor, Colau, Mas, Carmena, Rajoy, Sánchez, Putin, Obama, Erdogan, Hollande, Merkel, Maduro, Jinping, Jong Un,…? Me pregunto: ¿cuáles son sus ideas? Me respondo “no lo sé”, pues sólo hablan de propuestas. Me pregunto: ¿qué actitudes admiro en ellos? Respondo “ninguna”, porque les preocupa más su imagen en las redes sociales que ofrecer un ejemplo de fidelidad a sí mismos, de moralidad sincera y templanza estoica, cualidades fundamentales para ser político.
Escuchar al rey Felipe y a los respectivos presidentes autonómicos en sus discursos de Navidad me ha producido tristeza. En lugar de hablar de sus pueblos –a quienes demuestran no conocer-, de sus tradiciones, de sus valores, de la fraternidad, del simbolismo del solsticio de invierno o de los riesgos de excederse con el alcohol o la carne, invierten esos minutos de atención ciudadana en seguir haciendo política partidista. Un buen político sabe que a los ciudadanos no se les puede tratar de vender un programa a todas horas, porque entonces el político deja de serlo y se convierte en un comerciante de votos.
Cuando observo que los llamados “demócratas” son incapaces de aceptar el resultado de las urnas, se me cae el alma al suelo. Si la mayoría, en números absolutos, ha elegido a un partido con un candidato para ocupar el cargo de presidente, ¿por qué no lo aceptan y eligen, a su vez, en la votación parlamentaria, a ese candidato? Otros, cuando no salen vencedores, directamente acusan al pueblo de haberse equivocado. ¡Qué enanocracia! Cuando nos enteramos del uso del dinero público en infraestructuras inservibles o de las discusiones sobre los presupuestos sin ser capaces de aprobar una parte de ellos para que no falte dinero para lo más esencial, pienso en la escasa voluntad de gobernar bien que hay en todos ellos. Los mediocres gobiernan a los mediocres y así está la política actual, llena de enanos que hablan de manera mediocre, que administran de manera mediocre y que se las dan de “única alternativa” cuando unos y otros son lo mismo: la imagen más cruda de la mediocridad.
Estas palabras son duras y no dejan títere con cabeza, podrá pensar alguno de los lectores. Pero cuando en tiempos difíciles no paran de subir los impuestos y siguen cobrando lo mismo, preguntémonos ¿quiénes son los duros de corazón?