sábado, 6 de febrero de 2021

La ética secuestrada

 

La antroposfera es la zona de la biosfera en la que se desarrolla la actividad humana. El desarrollo tecnológico ha permitido a las sociedades humanas aumentar exponencialmente su actividad, llegando a afectar a la casi totalidad de la superficie terrestre. Nos hemos imbuido tanto de tecnología que el filósofo italiano Luciano Floridi ha denominado infoesfera a nuestro entorno digital, el último mundo nacido de la tékne humana. Hemos creado un mundo sutil, etéreo, onditudinal, del que depende prácticamente toda la actividad humana. Por caminos invisibles, por rutas inextricables y senderos desconocidos, marcha la información que necesitamos para realizar nuestra actividad cotidiana.

Floridi ha identificado la inteligencia artificial de nuestros días como la responsable de una profunda ofensa al ser humano. Ha secuestrado nuestra libertad y, por tanto, nuestra sensibilidad ética. Así como el mercado manda lo que hay que comprar y vender, así como los modelos meteorológicos nos indican si podemos salir de excursión con la familia, de la misma manera, lo digital determina, despóticamente, la inmensa mayoría de nuestras acciones. ¡Cuántas veces no nos ha ocurrido eso de que “el programa no me deja”, cuando hemos ido a hacer una reclamación por un error de una gran compañía! ¡Qué tristeza observar que el médico de cabecera se ha convertido en un servidor del programa informático y, en lugar de mirar al paciente, mira la pantalla del ordenador como si fuera éste lo más importante! Qué denigrante descubrir que una inteligencia artificial está decidiendo lo que nos gusta. Y qué decir cuando queremos ser atendidos por un ser humano y lo que escuchamos al otro lado de la línea es un programa informático con voz cuasi humana.

Como todo ello es lo habitual corremos el riesgo de confundirlo con la realidad. No. No podemos consentir que nos convenzan que lo real es ese trato degradante. Los seres humanos merecemos un trato humano. La eficacia sola no basta, requerimos alma, arte, calidez, comprensión, empatía, solidaridad, compasión, ánimos, apoyo, abrazos, besos, miradas, en definitiva, espíritu.

Nos hemos secuestrado la ética y el espíritu humanos con la excusa de la eficacia. Eficacia como sinónimo de optimización de recursos. Optimización de recursos como sinónimo eufemístico de despidos y recortes de plantillas (no de ahorro energético e impacto ambiental). Eficacia como sinónimo de mejor servicio. Mejor servicio como sinónimo de rapidez e inmediatez (no de calidad). Rapidez como sinónimo de “cuanto antes, sea como sea”. Eficacia como sinónimo de barato, cueste lo que cueste.

La tecnología digital permite realizar muchos millones de procesos más que hace cincuenta años. La consecuencia es la devastación del planeta. Para fabricar artilugios digitales se destruyen selvas y pueblos enteros. Destruir un pueblo es destruir su historia, su cultura, su sabiduría, su futuro. Es destruir la diversidad humana. Las corrientes de circulación digital consumen inmensas cantidades de energía que sólo pueden generarse a través de centrales nucleares. Y ya sabemos adónde van a parar los residuos nucleares. A lugares donde seguramente afectarán al medio ambiente por miles de años. Gracias a la tecnología digital compramos y vendemos por todo el mundo, vendiendo sandías de China en Mallorca y sandalias de Menorca en Pekín. ¿Realmente necesitamos sandías chinas en Mallorca y los pekineses sandalias menorquinas? Seguro que no. El problema es que transportar las sandías y las sandalias requiere quemar mucho combustible.

La tecnología digital se ha infiltrado de tal manera en el ocio que los jóvenes y no tan jóvenes desatienden las relaciones humanas por su dependencia de los dispositivos digitales y la oferta de entretenimiento que ofrecen. Un entretenimiento tan superficial que cada vez es más difícil encontrar personas que piensen por sí mismas y tengan cierta capacidad de reflexión. Un hombre que no piensa deja de ser hombre y se convierte, en la era digital, no en un animal, sino en una máquina. A este ritmo, las inteligencias artificiales superarán con creces a la humana y es que se lo habremos facilitado enormemente.

El trato denigrante, la contaminación enfermiza y la deshumanización creciente son las lacras de la infoesfera. ¿Cómo hemos podido admitir todo esto? ¿Por qué no nos hemos levantado antes contra tal erosión de lo humano? El argumento preferido para justificar la tiranía de la tecnología digital a cualquier precio ha venido siendo la salud. Cada vez que se ha pronunciado alguien en contra del abuso de la tecnología, han contrarrestado sus argumentos con los grandes avances que lo digital ha producido en medicina. Ante el tema de la salud pareciera que tuviéramos que tragarnos nuestros reproches. Sin embargo, un repaso de la evolución de nuestras costumbres nos permitirá seguir argumentando en contra del abuso de la tecnología superando la excusa del avance en temas de salud.

Antes del desarrollo del consumismo se vivía de una manera más saludable. Los alimentos eran más naturales, las bebidas menos azucaradas, las carnes menos cancerígenas y los entremeses menos grasientos. Se vivía con un ritmo menos frenético y el estrés era mucho más bajo. Las dolencias cardíacas no llegaban, ni por asomo, a los índices actuales. Se respiraba un aire menos contaminado y, siendo el nivel cultural más elevado, los problemas psicológicos eran menos y menores. Pero llegó el consumismo y lo trastocó todo, produciendo, a su vez, más enfermedades y agravando las ya conocidas. Ante tal panorama producido artificialmente, la medicina tuvo que ponerse a encontrar remedios y, con ayuda de la tecnología digital, ha fabricado muchos medicamentos y tratamientos para curar los desarreglos del consumismo. Así, el avance en tecnología médica está propiciando la continuidad de la sociedad enferma.

No podemos dejar que la tecnología digital dicte nuestra manera de vivir, de pensar, ni de sentir. Mientras tengamos la ética secuestrada por la eficacia, no nos daremos cuenta del entuerto en el que estamos metidos. Salgamos de aquí concienciando que la eficacia no vale a cualquier precio y menos al precio de vender nuestra alma y nuestra identidad.

 

Francisco Capacete González

Abogado y filósofo