domingo, 14 de junio de 2020

La gran epidemia del plástico


Desde cierto punto de vista todos los seres humanos somos filósofos, porque nos hacemos preguntas sobre el origen de las cosas, sobre las cosas mismas y sobre su futuro o destino. ¿De dónde vengo, quién soy y adónde voy? Son las tres cuestiones fundamentales que recogen todas las preguntas que nos planteamos sobre las cosas de la vida. En los últimos años, algunos grupos ecologistas, activistas de todo el mundo y filósofos nos venimos preguntando ¿adónde va el plástico?

Las corrientes de la bahía de Manila llevan diariamente a una de las calas toneladas de plásticos que llegan al mar desde múltiples lugares de Filipinas. El municipio al que pertenece aquella cala y las organizaciones ecologistas recogen lo que pueden cuando las tormentas depositan los desechos en tierra firme. Pero al día siguiente, un nuevo cargamento anónimo de residuos plásticos, regresa paciente al frente de sus costas, cual caimán acechando a sus presas apostado cerca de la orilla.

No hace falta irse al sudeste asiático o al pacífico para descubrir la plaga plástica que ha alcanzado proporciones bíblicas. En nuestra Serra, lugar paradisíaco según los folletos turísticos, los buitres escasean y los envases proliferan. Es imposible recorrer cien metros sin cruzarse con algún residuo plástico. Envases de refrescos, bolsas, tapones, recipientes, filmines, toallitas, palillos, tarjetas, zapatillas, tiritas, bolsitas de geles, bandejas, encendedores, bolígrafos, pajitas, lonas, cubiertas de móviles, cajetillas de cigarrillos, juguetes, cajas, tetrabriks, bridas, monturas de gafas de sol y muchos otros ejemplares de esa fauna inextinguible, me encuentro en mis excursiones y acampadas.

¿Este es el destino del residuo plástico? ¿El medio ambiente? El plástico es un producto que se fabrica con derivados de los carburantes fósiles. Es prácticamente inmortal porque tarda muchísimos cientos de años en degradarse. Además, sólo un pequeño porcentaje puede efectivamente reutilizarse, de modo que el 97% del residuo plástico que se produce en el mundo no regresa a la cadena de utilización. Su destino es el medio ambiente, basureros subterráneos o las centrales de incineración. Dicho de otro modo, el 90 % del plástico que se fabrica en el mundo termina, directa o indirectamente, contaminando el planeta.

El residuo plástico se ha convertido en un problema global de contaminación, cuya solución es compleja y difícil. Hace unos cuarenta años que comenzó a introducirse el plástico en la cadena de consumo. Al principio se elogiaban sus características. Campañas de publicidad y marketing lograron convencer a los consumidores que la vida sería más fácil y agradable con el plástico. Es cierto que es un material que permite fabricar cosas que con otros materiales serían menos eficaces, como sucede con elementos que se usan en medicina. El problema es que la producción masiva de plástico ha crecido exponencialmente en los últimos 15 años sin que se haya logrado crear una alternativa efectiva para el destino contaminante del mismo.

Cada vez somos más conscientes de la grave contaminación derivada del abuso del plástico. Ante este problema las multinacionales productoras y los gobiernos han ido implementando políticas y campañas de reciclaje. Desgraciadamente, ha sido más un lavado de imagen que otra cosa. Sabemos que el reciclaje se ha convertido en otro negocio. Gran parte del plástico que las empresas de reciclaje recogían, lo vendían a empresas chinas, sin importarles el destino final, hasta que el gobierno chino lo prohibió. Entonces hubo que buscar otras empresas de otros países que pudieran hacerse cargo de las toneladas de residuos que se acumulaban en las naves occidentales. Pronto aparecieron pues el negocio es redondo. En Tailandia, Filipinas y otros países con una legislación medioambiental permisiva, existen empresas que cobran por recibir los residuos y depositarlos, sin ningún tipo de reciclaje ni medida anti-contaminación, directamente en el suelo de sus parcelas. Miles de empresas de reciclaje no reciclan, solamente depositan los residuos en vertederos privados. Estas empresas, que no pasan auditorías, sirven a las empresas occidentales para ocultar la huella contaminante del plástico. Así logran las empresas y países occidentales sus certificados de bajo impacto ambiental y una buena imagen como instituciones realmente preocupadas por el reciclaje. En verdad, que lo que están haciendo es poner su basura bajo la alfombra del vecino.

Frente a estas prácticas es necesario que los gobiernos obliguen a la responsabilidad extendida del productor, para que las empresas se hagan cargo efectivamente de los envases y envoltorios. Así, se podría frenar el exceso de envasado.

En el otro lado, estamos los consumidores. Nosotros también tenemos parte de responsabilidad en el asunto. Recomiendo seguir la filosofía del residuo cero. Al principio es complicado, pero con un cambio gradual de hábitos podemos generar hasta un 80 % menos de residuos. Fundamentalmente, se trata de no consumir productos extra envasados, priorizar la compra de proximidad y no caer en la tentación de tirar nada al suelo. Lo que lanzamos al suelo no desaparece, aunque dejemos de verlo. Imagínate que los 7.000 millones de personas que habitamos el mundo actualmente, tirásemos al suelo cada día un envase de plástico. No podríamos salir de casa. Pues esto es, en verdad, lo que está pasando. Trabajemos por curarnos de la gran epidemia del plástico.

 

Francisco Capacete González

Filósofo

 


martes, 9 de junio de 2020

Mentiras de la historia (III): los romanos era "mu" malos


Seguimos destapando falsos tópicos que se han formado de la historia de la humanidad. En esta ocasión nos vamos a referir a la Roma antigua, sobre la que pesa una opinión de maldad, sangre y desenfreno.

Como me apasiona la historia suelo conversar sobre estos temas con amigos y conocidos. También es un tema que imparto en las clases de filosofía. De modo que he podido comentar con muchísimas personas el aporte de Roma al mundo. Nueve de cada diez personas tienen una imagen negativa y deformada de la civilización del Lacio. A ello han contribuido las célebres películas hollywoodienses en las que los romanos eran muy malos y los primeros cristianos muy buenos. ¡Todos conocemos el enorme daño que ha producido el cine a la historia!

Shakespeare le hace decir al personaje de Marco Antonio en su obra Julio César que el mal que hacen los hombres les sobrevive, mientras que el bien reposa con ellos en su tumba. Recordamos las facetas negativas de Roma y olvidamos todas las facetas positivas y constructivas que tuvo. Para hacer un poco de justicia vamos a sacar del baúl de los recuerdos el bien que Roma aportó a la historia.

En primer lugar, citaremos la higiene. Algunos investigadores han dicho que Roma fue la civilización de la salud por el agua. No en vano el acrónimo “spa” con la que denominamos a determinados centros de relax y salud deviene de la expresión latina Salus per Aquam. La bacanal fue algo muy excepcional en toda la historia de Roma. Los romanos eran frugales en el comer y en el beber, hasta el emperador se desayunaba con un vaso de agua. La bacanal como costumbre no fue propia de Roma, sino que lo es de nuestra sociedad contemporánea. Recordemos los festines pantagruélicos que nos damos en fechas señaladas, en domingos de reunión familiar, en celebraciones y aniversarios. Esta es una de las causas de la mala salud que sufre la población en los países ricos.

Otro elemento de valor incalculable que proporcionó Roma fue la idea de la integración de lo diferente. A nivel religioso encontramos que en la cultura romana se respetaban todas las religiones. El romano tenía su religión familiar y el estado su culto público, pero cada ciudadano tenía libertad de profesar culto a sus dioses y según sus ritos. Esta integración la vemos plasmada en el Panteón que Augusto mandó construir a Agripa. En el orden artístico y cultural, Roma se empapó de Grecia, se vistió de egipcia, se institucionalizó hispana y se coronó cristiana. Para integrar lo diferente construyó caminos que comunicaron a toda Europa y a ésta con Asia y África. La red principal de carreteras europeas sigue el trazado de las calzadas romanas. ¡Cuánto hemos aprovechado los puentes, acueductos y túneles construidos por los ingenieros romanos! Sin el trabajo disciplinado de aquellos legionarios Europa seguiría en la edad media.

¡Y qué tenemos que decir de la cultura de la huerta y el uso de las aguas subterráneas! Generaciones enteras han comido gracias al conocimiento que desarrolló Roma sobre agricultura, hidráulica, aguas freáticas y cultivo de regadío. Por otro lado, también conviene reconocer que la mayoría de centros termales fueron descubiertos por los zahoríes romanos.

La ciencia del urbanismo relaciona salud y ciudad. Este concepto de ciudad habitable es romano. Cuando tomaron contacto con el pueblo etrusco, descubrieron que sus algunas de sus ciudades seguían un trazado regular y pensaron que sería bueno inspirarse en ellas para construir los campamentos militares que, a su vez, se convirtieron en el germen de muchísimas ciudades modernas y en ejemplo para los urbanistas de los siglos XIX y XX.

Innumerables son los aspectos positivos de Roma. Aquí reseñamos un escaso puñado, pero podríamos extraer espuertas bien repletas. No obstante, me resisto a cerrar este artículo sin referirme a la filosofía romana.

El estoicismo es la filosofía netamente romana. Nacida en Grecia de la práctica de Zenón, alcanzó su cénit con las figuras de Epícteto, Séneca y Marco Aurelio, un esclavo, un abogado y un emperador. Es la filosofía práctica que estamos promoviendo los filósofos actuales para ayudar a la sociedad a salir de la crisis moral en la que está sumida. Su valor es incalculable, su practicidad inmediata y su universalidad patente.

Es cierto que Roma tuvo sus fallos y defectos, como también sus virtudes y aciertos. Como en las cordilleras, descubrimos valles y cimas. Y como en las cordilleras, en Roma descubrimos la grandeza, porque nunca cayó en el defecto de ser pequeña.

Francisco Capacete

Filósofo


domingo, 7 de junio de 2020

La patria no tiene quien le escriba


Queremos señalar con este breve artículo la crisis de identidad por la que están pasando algunos pueblos en el mundo. La reflexión sobre este hecho va pareja a la reflexión sobre la patria, pues donde la identidad se difumina, la patria se convierte en fantasmal teoría que nada mueve y a nadie une. Ambas van juntas como van unidas patrimonialmente la pezuña del buey que tira del carro y su sombra.

A menudo, en este circo ambulante y tirano que es la actualidad, presenciamos espectáculos de patriotismo vacíos de identidad. Si a cualquiera que airea su bandera ostentosamente se le preguntara qué es ese ser nacional que corea, en un primer momento, le veríamos caer presa de una quietud acompañada de una mirada enfocada hacia el infinito, tras lo cual vendría un regreso a la carne patriótica para reafirmar su pertenencia al ser nacional y, por último, ante la incapacidad de poder dar respuesta sobre qué es ese ser nacional, una mayor agitación de brazos, voces y banderas.

Pongamos como ejemplo el ser español, pues algo podré decir con propiedad cuando mis padres nacieron en la misma tierra que Velázquez y mis apellidos entroncan con linajes de humildes herreros de Castilla y León. Por mis venas corre sangre española, aunque mi discurso nace sereno y universal, pues todas las patrias y tierras del mundo están unidas y no separadas, excepto las islas incomunicadas, que a día de hoy deben quedar menos que hombres y mujeres sensatos en política. Muchas veces me he preguntado, indagando en mi natural ascendencia y actual presencia, qué es ser español. Es difícil describir lo que uno es siempre, lo que llevamos adherido desde nuestra concepción, lo que vuela con nuestra respiración, lo que se mueve con nuestras manos, lo que impregna la letra que escribimos y el sonido que proyectamos. Siendo la aventura riesgosa y la recompensa escasa, no menos venturosa debe ser la voluntad de emprenderla a fuer de quedar preso de la impotencia. Es preferible una honrosa derrota que una huera pasividad hamacada de falsa tolerancia.

La base de la identidad española es la bronca íbera, el lance iracundo entre pueblos hermanos. ¡Qué ya desde tiempos de Indívil y la de Elche venimos afanados en batir el récord mundial de lances fraticidas! Y es que nos sobra coraje y nos falta genio. Siendo ambos atributos propios del ser español, preferimos el primero al segundo. Porque lo nuestro es recordar a nuestros antepasados y no perdonar lo que ellos no perdonaron es que no se nos caen los anillos a la hora de abroncarnos. ¡El pasado, ay, el pasado! Lo adoramos aun cuando es una piedra de molino que cargamos en el cuello y que nos impide elevar la testuz y ver más alto. De la mirada encaramada nace nuestro genio, el genio cervantino, el genio generoso, el caballeroso genio que, loco y cuerdo a la vez, es capaz de traccionar del carro de la civilización.

¡Cuántos genios españoles hemos sacrificado en el ara de la discordia! ¡Cuántos poetas, sacerdotes, madres e hijos hemos lacerado con las piedras del odio! ¡Cuántos brillantes númenes de la cultura hemos lanzado por cubierta! Nos tapamos la cara de vergüenza y, con la birra en la mano, preferimos mirar a otro lado, olvidando tanto ultraje bebiendo de la copa de la indiferencia cómplice. Ciertamente, la patria española no tiene quien le escriba. El genio permanece ocioso, dormido entre meseta y cordillera, recostado en los tajos, desentendido de los olivares y los naranjos.

Es hora de echar mano de nuestro coraje secular para liberarnos de la rencilla y promocionar el genio. Ese genio que condujo la pluma de Cervantes, el pincel de Goya, la mirada atenta sobre el microscopio de Ramón y Cajal, la lucha legítima de Clara Campoamor, el verso sabio de Alfonso X, el erótico discurso de Ortega y el trabajo de miles de ciudadanos que han impulsado el movimiento del voluntariado en el mundo. Estas son las cartas que espera España, esa España que pudo ser y no ha sido, esa España que llevamos grabada en el tuétano y en el alma.

 

Francisco Capacete

Filósofo y abogado