Hace pocos días escuché la
comparecencia del Presidente del Gobierno para informar sobre la exhumación del
cadáver del que fuera el Generalísimo y de cuyo nombre no quiero acordarme.
Mientras se colaba en mis oídos la palabrería hueca, huera y muerta a la que
nos tienen habituados los políticos, me saltó la voz de alarma al escuchar que
con esta acción de memoria (revancha diría yo) histórica se terminaba con una
anomalía democrática. El significado contextual de esta expresión era que se
había extirpado de la democracia española un elemento que no era coherente con
ella, a saber, que exista un monumento a un dictador.
Es importante depurar la democracia
de todos aquellos elementos que sean contrarios o incompatibles con ella si queremos
vivir en una sociedad que se organice según los principios democráticos, esto
es, soberanía popular, división de poderes y limitación de los mismos en base
al control de la ciudadanía. Además de los monumentos dedicados a dictadores
que todavía sobreviven repartidos por la geografía española, ¿existen otros
elementos anómalos en el seno de nuestra democracia? La respuesta es
afirmativa, existen y, desgraciadamente, en cantidad. Vamos a ver unos pocos
ejemplos.
La pervivencia de la monarquía es una
anomalía democrática. Tenemos al Jefe de Estado que no es nombrado ni por el
pueblo ni por los representantes del mismo. Es cierto que la monarquía en
España no tiene ningún poder efectivo, sino que su papel es meramente
representativo. No obstante, es un anacronismo que nada tiene que ver con un
sistema democrático. Además, en la sucesión a la Corona los varones tienen
preferencia sobre las mujeres, otra anomalía democrática que choca con todo el
esfuerzo que se está realizando para acabar con el machismo en nuestra
sociedad. Lo más grave es que esta anomalía está contenida en la mismísima
Constitución.
Los privilegios de la clase política
que no tienen los ciudadanos. En la sociedad estamental medieval la clase
nobiliaria y el clero disfrutaban por el simple hecho de ser nobles o curas de
unos privilegios que estaban vedados al pueblo llano. Las sociedades
democráticas avanzadas desterraron este sistema de organización estamental y se
rigen por el principio de legalidad que prohíbe los privilegios. Ningún ciudadano
percibe una renta vitalicia por cuatro años de trabajo, sin embargo, los
presidentes de gobierno sí. Esto es un privilegio y, por lo tanto, una anomalía
democrática.
Otra anomalía
democrática es el abuso que se hace del interés general para justificar
decisiones limitativas de los derechos de los ciudadanos. Un ejemplo entre
miles. En febrero de este año, a las preguntas planteadas
por Ciudadanos, que pedía saber los motivos por los que «de manera sistemática»
el Gobierno declara secreto oficial los viajes personales del Presidente cuando
utiliza medios del Ministerio de Defensa como el Falcon, el Gobierno justificó
los viajes del Presidente con medios públicos, incluido su desplazamiento para
asistir al festival de música de Benicasim o para acudir a la boda de un
familiar en La Rioja, por ser de «interés general».
La impunidad
de los partidos políticos que no cumplen con lo prometido en las campañas
electorales cuando acceden al gobierno, es otra anomalía democrática. Si un
ciudadano le promete a hacienda que va a pagar y no paga se le sanciona. Si un
ciudadano se compromete a ir al trabajo cuando firma el contrato laboral y no
acude al mismo, se le sanciona con el despido. Sin embargo, a los políticos que
no hacen aquello a lo que se han comprometido ante el soberano legítimo que es
el pueblo, no les pasa nada, no están obligados a dar ninguna explicación, ni a
pasar ninguna auditoría ni existe ninguna figura penal ni administrativa que lo
tipifique como delito o infracción. Esto es muy anómalo.
Detengo aquí
el listado para no perder la salud democrática ni mental constatando todas las
anomalías que se dan en nuestra democracia y que la hacen menos democrática.
Está bien que los huesos de los muertos reposen allí donde se merecen y si hay
que remover cielo y tierra para lograr reparar una anomalía hágase. Pero,
queridos “poquíticos”, no paren ahí, ya que han comenzado continúen con las
demás anomalías democráticas. ¡Ya tienen trabajo!
Francisco
Capacete González
Filósofo
y abogado
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