La importancia de la columna
vertebral para la salud no pasó desapercibida en la Antigüedad. Escrituras de
la antigua Grecia y China fechadas entre 2.700 a.c. y 1.500 a.c. mencionan las
manipulaciones de la columna y el reposicionamiento de las extremidades
inferiores para aliviar el dolor de las lumbares. De hecho, Hipócrates, enseñaba
a sus discípulos médicos: “Aumenta el
conocimiento de la columna espinal, ya que ésta es la base de muchas
enfermedades”. Evidencias de manipulaciones manuales del cuerpo, han
sido descubiertas en las civilizaciones antiguas de Egipto, Babilonia, Siria,
Japón, los Incas, Mayas y Nativos americanos.
En el siglo XIX, la formación médica
en los EE.UU. consistía en poco más que un aprendizaje con un médico en
ejercicio, y quizás un semestre o dos en una de las muchas escuelas médicas
privadas. La medicina heroica era la forma de práctica “ortodoxa” que más
prevaleció en la primera mitad del siglo XIX. Se basaba en que la dureza de los
remedios del doctor debía estar en proporción a la gravedad de la enfermedad
del paciente. Es decir, los pacientes más enfermos corrían más riesgo de iatrogenia
(enfermedad causada por el tratamiento), ya que los maletines negros de los
doctores estaban llenos de fuertes vomitivos y purgantes compuestos de alcohol,
mercurio y otras toxinas, además del notorio bisturí del facultativo. Puede
decirse que George Washington murió de una sangría a manos de sus médicos que buscaban
sacar las impurezas de su circulación.
La medicina organizada de aquel siglo
se rodeó de un manto de ciencia y trabajó para convencer a los gobiernos y a
buena parte de la población de que sólo ellos tenían el conocimiento para
autorizar el ejercicio de la medicina. Aunque las leyes médicas raramente se
hicieron cumplir en el s. XIX, pusieron la base para el dominio alopático en
los años siguientes. Los médicos se convirtieron en la casi exclusiva fuente de
asesoramiento de los legisladores y los únicos árbitros de la atención
sanitaria en los primeros hospitales y servicios de salud del gobierno.
En 1886, cuando Daniel David Palmer abrió su primera consulta como magnetista en Burlington (Iowa), la
regulación de doctores era aún una novedad. Animado por la creencia de que
tenía un exceso personal de energía magnética vital, ofrecía sus servicios a
los muchos pacientes recelosos de la medicina ortodoxa. Como era la costumbre
entonces, Palmer adoptó el título “Doctor,” y llevó su consulta preocupándose
poco por la intromisión de sus competidores alopáticos. Si hubiese ejercido con
discreción su destino podría haber sido muy distinto. Pero el Dr. Palmer era un
hombre de fuertes convicciones, con una lengua afilada y
divulgó sus opiniones sobre los horrores y abominaciones de la medicina
establecida en un folleto del tamaño de un periódico (sucesivamente conocido
como The Educator, The Magnetic Cure, y
después, The Chiropractic). La continua diatriba de D.D. contra la alopatía
y el uso de anuncios con testimonios provocó a finales de 1905 su arresto por
ejercer sin autorización. Juzgado, condenado y sentenciado en 1906 a 105 días
en la cárcel de Scott County o a una multa de 350$. Desde 1913, cuando su padre
murió, B.J. Palmer dedicó mucho tiempo y esfuerzo a construir medidas legales
para defender a los muchos miles de quiroprácticos que eran arrestados por
ejercer la medicina sin autorización.
El primer ajuste quiropráctico se
realizó en 1895 en Davenport, Iowa, EE.UU. David Daniel Palmer, ayudó a un
hombre llamado Harvey Lillard, sordo durante diecisiete años. Harvey declaró:
“Fui sordo 17 años y esperaba seguir así, porque había ido a muchos doctores
sin tener alivio. Había decidido hace tiempo no seguir más tratamientos de oído
porque no me hacían ningún bien. En enero, el Dr. Palmer me dijo que mi sordera
venía de una lesión en mi columna. Eso era nuevo para mí; pero es verdad que me
lesioné la espalda en la época en que me quedé sordo. El Dr. Palmer me trató la
columna; en dos tratamientos podía oír bastante bien. Eso fue hace ocho meses.
Sigo oyendo bien.”
Han transcurrido más de cien años y
la Quiropráctica ha seguido contribuyendo a la salud de millones de personas.
Las nuevas investigaciones han dado como resultado métodos más refinados y
eficaces. Las evidencias se multiplican exponencialmente. Sin embargo, los
cultores de la medicina alopática como única medicina válida, siguen lanzando
críticas como en el siglo XIX. No han cambiado un ápice su actitud, señal de
dogmatismo y fanatismo. Entre ellos se hallan los actuales ministros de sanidad
y ciencia del gobierno español. Su campaña inquisitorial contra las
pseudoterapias persigue, en el fondo, acabar con las otras medicinas que, en
realidad, curan más y mejor que los servicios públicos de salud. Quien ha
pasado por ambos ámbitos, como el que esto escribe, puede dar fe de los fallos
y deficiencias de los centros de salud: falta de humanidad, despersonalización,
errores graves habituales, iatrogenias continuas, servilismo a la industria
farmacéutica, etc. Señora Carcedo y señor Duque preocúpense de solucionar los
problemas reales y no inventen problemas que no existen, que aquéllos ya son
suficientes. Tal vez, tengan las vértebras cervicales dislocadas y esto les
impida pensar. Les recomiendo un buen quiropráctico.
Francisco Capacete
Abogado y filósofo
No hay comentarios:
Publicar un comentario