jueves, 8 de diciembre de 2011

EL BORDILLO

¡Qué de sorpresas trae la mirada despierta y el alma hambrienta de descubrimientos! Ayer paseaba por Palma de Mallorca, la ciudad donde vivo, como si recorriera un tiempo sin definición -no era lunes ni jueves, no era por la mañana, ni por la tarde-, como si el cuerpo fuera llevado por la ingravidez de la luz de la conciencia. Y allí apareció ante mis ojos la humilde y pequeña hierba que crecía entre las rendijas del bordillo. Ni el asfalto, ni la dura piedra, ni la falta de tierra habían impedido que ese diminuto ser vivo saliera a la luz. Pero ella no era la única, más adelante me encontré con otra plantita urbana que con la misma osadía que la anterior crecía entre las losas de la acera. ¿Qué fuerza interior les impulsaba a nacer en un medio tan hostil? La ciudad no es el lugar más idóneo para que crezcan los vegetales, la contaminación carbónica, el poco suelo fértil y los millares de suelas que aplastan inconscientemente cuanto encuentran a su paso, deberían impedir el verde espontáneo. Sin embargo, mires donde mires, en las aceras, en los tejados, en los balcones, entre los cables de teléfono, en cualquier lugar, crecen las pequeñas hierbas. He visto crecer plantas silvestres sobre letreros luminosos, sobre tejas donde apenas se acumula un poco de polvo, en salientes de plástico y en lugares de lo más insospechado. ¡Quién podrá afirmar que los vegetales son frágiles ante tal abundancia de fortaleza vital! Tal vez, esa hierba delgada que es movida por la brisa creada por el paso de un automóvil sea fácil de cortar y matar; pero el mundo vegetal es poderosísimo y no podemos acabar con él ni con todo el armamento del mundo. Ya sean los líquenes o las algas marinas, podrían soportar y sobrevivir al más terrible de los holocaustos nucleares. 
A veces, llevados por el prejuicio de lo asombroso, de lo espectacular, sólo nos admiramos de las especies más raras, más coloridas o más exóticas. Despojémonos de tal inclinación porque esos humildes hierbajos que sobreviven en las ciudades son tan dignos de admiración, como sus congéneres de los jardines botánicos que se engalanan con formas y colores maravillosos. 
Y tras la contemplación de la hermana hierba -como diría Francisco de Asís- comprendí que el ser humano puede aprender de esos seres vivos sencillos que pasan inadvertidos entre el tráfago diario de idas y venidas. A pesar de lo agobiantes que son las preocupaciones, los defectos personales y los miedos, nuestra voluntad de vivir puede, como la hierba, crecer buscando cualquier rendija de la personalidad inhibida y limitada. Quien sienta que puede componer un poema aprenda de la hierba del bordillo y deje que su necesidad artística crezca entre las penurias del día a día, porque, tarde o temprano, el poema surgirá a la luz. El que sienta que puede ser más bueno, más justo, más sincero, persevere, pues ni la más dura coraza de las circunstancias impedirá que, como la hierba del bordillo, aparezca cada vez más grande a la conciencia.
El bordillo es todo un ecosistema de enseñanzas y hermandad con la naturaleza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola amigos (nene), me ha gustado mucho esta reflexión de cómo lo más pequeño y frágil puede abrirse paso, sea cual seala fuerza o el tamaño de quien le oponga resistencia, tan sólo con la perseverancia y las ganas de sacar algo adelante.

Leandro dijo...

Muy buena reflexion Francisco.
Perseverancia siempre.